El reportaje sobre educación “Cuestión de educación” en el programa de La Sexta “Salvados”, de Jordi
Évole, emitido el 3 de febrero pasado, fue una lección magistral del amor de un
país (Finlandia, concretamente) por el presente y el futuro de sus niños y sus
jóvenes mediante el cuidado de su educación y formación. El reportaje de Évole
supuso también un doloroso varapalo a la conciencia ciudadana de un país
(España, concretamente) al contemplar, por contraste, las carencias educativas
que durante muchos siglos ha padecido su país.
“No tenemos oro, no tenemos petróleo, por eso invertimos en educación: es
nuestra mayor riqueza, la mejor inversión de futuro”, declaró un finlandés. A
España se le acabó el oro y la plata de sus rapiñas americanas, paga cada año
decenas de miles de millones de euros por la importación de crudo, pero racanea
atávicamente en la educación de sus generaciones emergentes. Salvo en el breve
periodo de la
Segunda República y algunos años posteriores a 1978, la
escuela ha permanecido anclada en la ensenada de la clase rica y dirigente, al
servicio de la consolidación de un status quo que deja sumido en el
analfabetismo y la ignorancia al pueblo llano. La red de enseñanza ha sido por
antonomasia privada y solo privada, pues
el resto (rudimentos de leer, escribir y calcular) ratificaba el sometimiento
del pueblo al poder del dinero y del clero, que nadaban plácidamente al pairo
de sus privilegios y prebendas. “El 98% de los centros de enseñanza son
públicos”, nos informaban unas profesoras finlandesas. A aquellas alturas, he
de confesar que, con un nudo en la garganta y congoja en el corazón, yo
lloraba.
“En los 90 sufrimos una importante recesión; algunos políticos decidieron
recortar en educación, y ahora lo está pagando la generación –tienen ahora unos
30- en poco trabajo e integración social”, dijo otro ciudadano finlandés. Se me
vinieron de inmediato a la cabeza los millones de muchachos y muchachas que
están sufriendo en España los actuales recortes en educación. Son inocentes,
pero muchos de ellos están condenados y condenadas al marasmo de sus vidas en
nombre de una reducción del déficit, marcado por las cartas marcadas de tahúres
tramposos. Vi a niñas y niños finlandeses limpiar las mesas de su comedor
escolar después de haber terminado, servirse la comida en fila tranquila. Vi
aulas de dieciocho escolares asistidos por una profesora y otra de refuerzo,
padres orgullosos de la escuela de sus hijos, permisos de maternidad y
paternidad, sin que peligrara el puesto de trabajo, para hacerse cargo de la
educación del hijo o la hija hasta que cumpliera tres años. Vi libros, material
escolar, servicios escolares totalmente gratuitos, así como un profesorado
altamente valorado por el entorno social y escolar, que reconocía la
importancia de su labor.
Vi a Camps ordenando dar en inglés Educación para la Ciudadanía, a Esperanza
Aguirre instituyendo centros de enseñanza exclusivos para formar excelentemente
al alumnado excelente, a los rebaños de Rouco Varela clamando contra una
presunta persecución religiosa por cuestionar impartir creencias en lugar de
saberes en los centros públicos durante el horario lectivo.
El ignorante ni puede ni quiere ni sabe sacar a otros de la ignorancia, y
nuestros gobernantes demuestran ser unos redomados ignorantes. El siervo no
puede decidir por su amo, sino solo obedecer sus órdenes, y tampoco nuestros
gobernantes deciden por su cuenta qué y cuánto y dónde recortar, pues sus amos
del BCE, Deutsche Bank, FMI e Ibex 35 se encargan de dictarles cada día qué
hacer y hacia dónde mirar y no mirar.
Hace unos días, el ministro de Educación, José Ignacio Wert, afirmaba que
se debería "inculcar a los alumnos universitarios que no piensen solo en
estudiar lo que les apetece o seguir las tradiciones familiares a la hora de escoger
itinerario académico, sino que piensen en términos de necesidades y de su
posible empleabilidad". Al leer la noticia, se me volvió a quedar helado
el corazón por la España del Gobierno al que
pertenece Wert, y a la vez me quedé clavado en la palabra “necesidad”.
Pensé en nuestro alumnado durante su niñez, adolescencia y juventud, en
sus necesidades vitales, en las verdaderas necesidades de todos y todas. Pensé
en mi querido y admirado Aristóteles, que comienza el libro A de su Metafísica
afirmando que todos los seres humanos anhelamos (oregontai) saber y conocer
(eidenai) por impulso natural (fysei). Nuestra humanidad no debería permitir
que alguien viviese sin agua, sin aire, sin la palabra y sin saber. La
sabiduría más elemental y honda en la historia de la humanidad nació de la
curiosidad, del asombro, de la pregunta, de la duda. El técnico profundiza en
los cómos y los porqués de la manipulación instrumental de la herramienta, el
experto se convierte en avezado operario en su utilización, pero el sabio
disfruta en el descubrir mismo, en el saber más y mejor.
La escuela debería ante todo formar sabios, capaces de ir decidiendo
después en qué emplear su vida profesional. ¿Cómo ser un buen ministro de
educación si no se tiene ni pajolera idea de educación? Él, sus colegas y sus
amos están robando el futuro y la vida de nuestros hijos e hijas, de nuestros
nietos y nietas.
PUNTOS DE PÁGINA
DdA, IX/2.296
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