El presidente Obama se ha dirigido a los
ciudadanos de los Estados Unidos para decirles que presentará este
próximo fin de semana, antes de que llegue el domingo y, con él, la
nueva legislatura, un plan para el control de armas. Su discurso eclipsó
en las televisiones de bares y hoteles el sempiterno partido de beisbol
o fútbol americano. Pero es que Obama ha reconocido que tendrá que
lidiar con el Congreso para lograr que su plan salga adelante, que no
podrá poner coto a la libertad para comprar y tener armas, amparada por
la muy famosa segunda enmienda de la Constitución, sin apoyo de un
Congreso cuya mayoría está en manos republicanas. Incluso si fueran los
demócratas los que contasen con más escaños, el problema de cambiar la
costumbre muy arraigada de tener un arsenal en casa seguiría siendo
gigantesco. Existen dos armas en promedio en cada domicilio de los
Estados Unidos y ninguna conciencia de que es ése el verdadero núcleo
del problema.
Cuando hace un mes murieron 27 personas, niños en
buena parte, en la escuela de Newtown, la solución que se les ocurrió de
inmediato a las autoridades locales para que no volviese a suceder algo
parecido fue la de armar a los profesores. Da lo mismo que los expertos
hayan calculado que la mayor probabilidad a la hora de morir de un
disparo es la de que la bala haya salido del revólver, la pistola, el
rifle o el arma automática que tienes en tu casa. La muy poderosa
asociación nacional del rifle, cuyos tentáculos políticos pasan por
encima de las ideologías y los partidos, tiene sus propias ideas al
respecto. Y es seguro que no aceptará ni siquiera el tímido control que
el presidente Obama quiere poner en marcha: prohibir las armas de asalto
y los cargadores con un número exagerado de balas. Se trata, según
dicen los partidarios de la libertad absoluta, de una cuestión de
principios que no cambia en absoluto por el hecho de que haya de vez en
cuando una tragedia.
El más mínimo intento de poner coto a ese
derecho constitucional -que tampoco queda demasiado claro que lo sea,
porque la Segunda Enmienda es un texto de lo más ambiguo- se interpreta
en los Estados Unidos como la entrada en una pendiente resbaladiza que
lleva poco menos que al comunismo. Así que tal vez haya que esperar al
próximo Columbine, o Newtown, que llegará con toda certeza, para que se
impida algo tan obvio como es el acceso de los enfermos mentales a las
armas. Paradojas que tienen el progreso, la ley y el sentimiento de
libertad sin cortapisas. Quien intente entenderlo desde fuera de los
Estados Unidos es poco probable que tenga éxito en la empresa. Pero los
propios ciudadanos del país, los de Newton en especial, comienzan a no
entender tampoco qué solución es ésa de dejar todas las cosas como
están, añadiendo dos agentes armados en el patio del colegio.
DdA, IX/2.278
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