Jaime Richart
Por los muchos indicios
recopilados desde el año 2001 -el arranque es el turbio atentado del
WTC- que hacen prueba, es más fácil adivinar lo que se traen entre manos
desde entonces los think tanks del neoliberalismo (estadounidense y
ahora español) que ser agorero.
Al paso que va, pronto ningún gobierno de este país tendrá
necesidad ni de pedir a los viejos que se mueran cuanto antes ni de
inducirles al suicidio para aliviar los gastos del Estado, que es lo que
acaba de hacer el ministro de economía nipón. No será muy improbable
que poco a poco menudeen las defunciones porque no se ha operado a
tiempo por no haber cirujano, quirófano o ambulancia disponible; que
luego se vayan uniendo las causadas por desnutrición, por falta de
higiene y en definitiva por miseria. Y luego las de desempleados y
pensionistas con subsidios de hambre o incluso sin subsidio que acaben
cayendo en la desesperación. De este modo, quedarán flotando en la
superficie del magma social sólo las capas adineradas, para las que
trabajen fornidos esclavos que pasarán por ciudadanos libres con
incontables derechos reconocidos por una constitución de papel mojado
roto en mil pedazos por la realidad.
Y es que mientras la ciencia del capitalismo en general alardea,
ufana (como ufanos se muestran todos los saberes del sistema), de que
"estamos" a punto de conseguir un promedio de cien años de vida, la
economía capitalista cuyo fundamento es acumular dinero y riqueza en
pocas manos privadas, cercena severamente los recursos destinados a la
salud pública y trata de influir en la población para que el anciano, el
menesteroso y el desempleado crónico se quiten de enmedio. Estoy
pensando en esa política económica que se vislumbra dispuesta a contar
sólo con gentes de mediana edad suficientemente rica como para no
necesitar al Estado para nada. Me refiero a esa contabilidad pública a
base de garabatos, para permitir que quienes la manejan y sus socios -políticos, ricos, empresarios, directivos de banca y multinacionales-
puedan seguir viviendo a lo grande y amasando dinero. Me refiero a ese
tinglado que se tambalea y no sabe qué hacer para soportar a los
provectos ni a quienes carecen de mínimos recursos propios para
subsistir.
Llevamos dos años dramáticos, pero se perfila un futuro más
dramático todavía. Cada vez estamos peor en este país. En lugar de
esperar que los dirigentes luchen por una sociedad menos desigual, más
justa y menos azarosa e inestable, lo que estamos comprobando es que
esas think tanks y sus ideólogos neoliberales traman que de cincuenta
para arriba vayamos asumiendo que este mundo ya no es para nosotros.
Y luego dirán que la inteligencia humana es superior a la de la
bestia porque ha hecho no sé cuántas nimiedades. Y luego dirán, a
diferencia de la discreta ave que no se pavonea de saber volar, que el
humano dirigente de manadas no es precisamente la bestia. Porque, aparte
la voracidad y el egoísmo (con independencia del saqueo de España desde
dentro) generalizados de la clase política de todas partes, es evidente
que en ningún sitio existe algún político o economista capaz de
resolver la paradoja de unos avances tecnológicos que simplifican
considerablemente el trabajo hasta ayer tradicional, al lado de una
desocupación forzosa de millones y millones por culpa, en buena medida,
justo de esas tecnologías, y en este país de tanto abuso.
Lo dicho por el ministro japonés cínicamente no es una anécdota.
Los estratos más rastreros de la mentalidad capitalista financiera, es
decir, el neoliberalismo en bruto, vienen desde hace relativamente poco
tiempo poniéndose bajo los focos. Eso nos permite observar (al principio
digo adivinar) que tal ideología tiene unos proyectos y unos fines muy
claros que poco a poco van saliendo a relucir en cada una de las
sociedades del "modelo"; fines que concretan la combinación de la
envidia, de la vanidad y de la ambición juntas, que son los tres
horrendos motores de la vida política económica y colectiva en
Occidente.
En efecto. La ideología neoliberal tiene sus fines y España viene
siendo para ella una cobaya. Pero aquí, al mismo tiempo, el experimento
produce el efecto de sacar a flote los cadáveres que casi todos los
políticos de todos los gobiernos tienen en el armario. Pero ni siquiera
es consecuencia de arrepentimientos, ni de la investigación
institucional o periodística, sino efecto de un hecho corriente entre
las bandas de malhechores y de mafias. Me refiero a ése en cuya virtud
todas acaban en luchas intestinas a muerte por el botín (dinero o poder)
en este caso llevadas a los medios.
Y de aquí una relativa esperanza: la esperanza en la regeneración
de una clase política española, que está mucho más cerca del monipodio
que del servicio a la colectividad. Una regeneración, por otra parte,
que debiera empezar por el principio ético siguiente: ni una sola vida
desgraciada por su culpa, justifica una libertad económica que sólo es
útil a los verdugos.
DdA, IX/2.287

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