domingo, 27 de enero de 2013

EL DESPRECIO A LA INTELIGENCIA EN ESPAÑA PRODUCE DIÁSPORAS


Lazarillo

Estoy a punto de terminar la lectura del último libro de Manuel Vicent, del que espero hablar en un próximo artículo. De momento, a falta de un par de capítulos, lo recomiendo sin ninguna duda. Se titula El azar de la mujer rubia, lo edita Alfaguara, y solo lamento que el escritor valenciano se haya quedado corto en la extensión. Tengo la sensación de que esa crónica política de los últimos cuarenta años, entre la realidad y la ficción, se me va a quedar un poco corta, como si el autor hubiera desaprovechado las posibilidades del relato en aras de una pronta salida de libro a la calle. Hoy solo quiero resaltar, de momento, el magnífico artículo que Vicent firma este domingo en la última página del diario El País, al que solo le falta la cita de aquel grito del general franquista Millán-Astray contra Miguel de Unamuno (¡Muera la inteligencia!), el 12 de octubre de 1936 en la Universidad de Salamanca, para dar más relieve a las razones y valor de la denuncia:

"El cerebro es, sin duda, la principal fuente de riqueza, la única energía realmente sostenible, renovable e inagotable. España se ha permitido el lujo de tirar cerebros a la basura durante siglos, lo que equivale a un crimen histórico contra la inteligencia, el mismo delito que se comete hoy cuando se recorta el presupuesto de educación. Recuerdo a algunos compañeros de escuela en el pueblo, cuyo talento fue desperdiciado por la pobreza y la incuria de la posguerra. Eran inteligentes, despiertos, ávidos por aprender. Pudieron haber sido ingenieros, médicos, científicos. A varias generaciones de niños como aquellos con los que yo jugaba en el recreo, la España negra solo les dejó las manos para trabajar. En pleno franquismo tres millones tuvieron que irse de peones a Europa. Sucedió lo mismo cuando en plena fiebre del ladrillo España se vio inundada por oleadas de inmigrantes. Nuestro territorio se hallaba situado en el lugar geográfico ideal: a solo 11 kilómetros de África, con la ventaja del mismo idioma para los latinoamericanos y un sol de invierno radiante contra el frío de los países del Este y encima en este caso tampoco se requería ninguna preparación, ninguna ciencia, solo las manos para subir al andamio, servir copas, recoger fruta y limpiar retretes. El desprecio de nuestro país por la inteligencia ha producido varias diásporas. En el siglo XV los cristianos expulsaron a los judíos; la Inquisición llevó a la hoguera o metió en las mazmorras a quienes se atrevían a investigar. Los sucesivos espadones del siglo XIX llenaron Francia e Inglaterra de liberales españoles que huyeron para salvar el pellejo, entre ellos Goya y Blanco White, pero eso no fue nada si se compara con el medio millón de republicanos que fueron brutalmente condenados al exilio al final de la Guerra Civil junto con nuestros mejores intelectuales, escritores y científicos. Ahora llega la última diáspora. La desidia y el desprecio por la inteligencia están produciendo una fuga de cerebros. Jóvenes científicos, biólogos, ingenieros, tenazmente preparados aquí, cuya energía intelectual es la única fuerza genuina para salir de la crisis, se van fuera a dar sus frutos. La maldición de siempre".

DdA, IX/2.287

No hay comentarios:

Publicar un comentario