Antonio Aramayona
Se me ocurre solo una interpretación bastante freudiana del affaire Esperanza Aguirre y su desembocadura en la empresa privada. Brillantes e influyentes analistas políticos, buenos conocedores de cuanto se cuece en el ámbito político del país, nos esclarecerán unas cuantas claves de la decisión de la actual presidenta del PP de Madrid. Sin embargo, a mí solo me sale una interpretación freudiana, producto de mis limitadas herramientas y fuentes con las que cuento.
Cada persona hace con su libido lo que puede
y lo que quiere, pero la libido no se deja controlar así como así. Toda la
fuerza vital de la naturaleza (=la libido), que lucha con todas sus energías
por conservarse y expandirse sin reconocer demasiadas reglas y normas de juego,
se ve constreñida, a medida que pasen los años, a atenerse al medio
sociocultural donde vive cada persona. Eso produce una enorme fuente de placer.
Hay quien cuida y da lustre a su sexualidad (sinónimo de libido) sin que vaya
en menoscabo de su integración en la sociedad donde vive y consiguiendo de paso
un cierto equilibrio en un su forma de vivir y relacionarse con los demás.
Hay otras personas, en cambio, que no acaban
de saber qué hacer con su libido y el principio básico del placer natural. Unas
la reprimen y se convierten en catarata de negaciones, racionalizaciones,
sublimaciones, compensaciones vicarias, etc. Otras, por el contrario, no le
ponen dique alguno razonable, por lo que suelen significar una fuente potencial
de agresión, dominación o desprecio hacia otras personas, principalmente si
pertenecen al género femenino.
Esperanza Aguirre se me antoja paradigma de
la confusión entre el yo real y el ideal del yo, de tal forma que el personaje
acaba por devorar a la persona, y viceversa. Su libido se ha abierto camino
hacia ese yo devorado por ella misma, arrollando si es preciso cuanto le salga
al paso. Entre las puntillas de su alta cuna le quedaron prendidas los
tirabuzones de Grande de España y condesa consorte. Asimismo, se abrió las
carnes para enseñar al pueblo votante su ideología liberal y acabó desembocando
en las procelosas mareas de la política, donde se movió desde el principio como
pez en el agua. La liberal Esperanza se tomó la libertad de hacerse a su medida
un principio de realidad que fuese a tono con su liberal personalidad, se
construyó un Superego igualmente a su medida, mediante el que criticar sin
piedad al adversario o justificar con una encantadora sonrisa la más vil
tropelía. Su libido logró encontrar así cauce aceptable, y otros se cuidaron
muy mucho desde entonces de contradecir un ápice los principios inconmovibles
del movimiento liberal/neoliberal. (¿Soñó alguna noche que tenía cara y
despacho de Margaret Thatcher, si bien no se sentía totalmente cómoda en su
papel, pues caso todo parecía estarle demasiado estrecho). Parece, en cualquier
caso, que Esperanza Aguirre ha hecho del principio de placer de su libido un
explosivo orgasmo, a costa de lo que fuere, incluso a costa del orgasmo de los
demás.
Acaba de abrir sus brazos a la señora
Esperanza Aguirre la firma Seeliger y Conde, una empresa catalana (en su web
pone sumo cuidado en dejar clara su sede también en la madrileña calle
Velázquez) especializada en buscar y seleccionar gente brillante y resolutiva
para las grandes empresas (en la mencionada web hace hincapié repetidamente en
que su Fundación se ocupa asimismo de “la selección
de candidatos con discapacidad”, cosa que se descarta rotundamente en el caso
de la señora Aguirre). La servidora pública de lo público en asuntos públicos
aterriza, pues, en la empresa privada. La cabra siempre tira al monte y la
libido de doña Esperanza se sentía quizá mustia y encorsetada enseñando ya una
tarjeta como simple funcionaria del Instituto de Turismo de España y como presidenta
de un Partido madrileño que hiede por los cuatro costados.
Eso sí, antes se le desaforó
la libido como ministra de Educación, donde combatió con denuedo cuanto le
sonara a escuela pública, y en el 2003 llegó a Presidenta de la Comunidad de Madrid
gracias a la deserción de las filas socialistas de dos tránsfugas, de poco
recomendable memoria. Le llegó la enfermedad, arrollada una vez más por la
libido, peleó con adversarios políticos y, aún peor, con supuestos compañeros
de partido, y finalmente dimitió como presidenta. Solo su dios particular y
quizá alguno que otro más conocen sus motivos, proyectos, maniobras y
horizontes. Su libido, en cualquier caso, siempre está con ella. ¿O es
demasiado optimista llamar libido a esos restos de libido Prêt-à-porter?
PUNTOS DE PÁGINA
DdA, IX/2.276
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