María Torres
No ocupó un sillón en la RAE simplemente porque era mujer, pero el
reconocimiento no la ha venido por ese machismo rancio, encorsetado y
almidonado, si no por la realidad de que su trabajo sigue siendo un referente
lingüístico fundamental en el mundo de habla hispana. De María Moliner dijo García Márquez: "Hizo una proeza con muy pocos precedentes: escribió sola, en su
casa, con su propia mano, el diccionario más completo, más útil, más acucioso y
más divertido de la lengua castellana".
María Moliner pertenece al grupo de las pioneras universitarias que
ejercieron una profesión. Refleja una manera profundamente moral de realizarse
como persona, inteligente, responsable y generosa para con los demás, sencilla,
espontánea en sus reacciones, pero elegante en la que tuvo al no ser elegida
académica en 1972. Era una mujer con una voluntad excepcional, metódica y
laboriosa hasta el infinito y defendió su incesante pasión por las palabras. Recibió su jubilación tan discretamente como había vivido, gozando con
los pequeños detalles cotidianos como
sus macetas y presumiendo con orgullo de sus nietos.
Nació en Paniza (Zaragoza), el 30 de marzo de 1900. Su padre Enrique
Moliner, era médico rural como lo había sido su padre y su madre Matilde Ruiz,
pertenecía a un ambiente familiar acomodado. Los tres hijos del matrimonio,
Enrique, María y Matilde, cursaron estudios superiores. En 1902 la familia se traslada
a un pueblo de Soria y casi inmediatamente a Madrid. Cuando ella entraba
en la adolescencia, su padre se marchó a Argentina y no volvió jamás. María
Moliner, su madre y sus hermanos Matilde y Enrique vivieron en condiciones
extremas como auténticos personajes de Dickens, según ha recordado su hijo
Fernando; la joven, apasionada por el latín y espléndida lectora, empezó a dar
clases, y asumió la tarea de sacar a los suyos adelante.
Los hermanos Moliner estudiaron en la Institución Libre de Enseñanza,
donde Don Américo Castro suscitó el interés por la expresión lingüística y por
la gramática en María. Los primeros exámenes del bachillerato los hizo como
alumna libre en el Instituto General y Técnico Cardenal Cisneros de Madrid. En
julio de 1915 pasa al Instituto General y Técnico de Zaragoza, del que fue
alumna oficial a partir de 1917 y donde concluyó el bachillerato en 1918. En
Zaragoza, se formó y trabajó como filóloga y lexicógrafa en el Estudio de
Filología de Aragón, dirigido por Juan Moneva, desde 1917 hasta 1921, donde
colaboró en la realización del Diccionario aragonés de dicha institución.
Posteriormente cursó la
Licenciatura de Filosofía y Letras en la Universidad de Zaragoza que culminó
con sobresaliente y Premio Extraordinario, ingresando en 1922, por oposición,
en el Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, con
destino el Archivo de Simancas, donde permaneció poco tiempo para pasar al
Archivo de la Delegación de Hacienda de Murcia. En esta ciudad conoció al catedrático de física Fernando Ramón y
Ferrando, con quien se caso en Sagunto el 5 de agosto de 1925. Tuvieron cuatro
hijos: Enrique, Fernando, Carmen y
Pedro. A principio de los años treinta la familia se traslada a Valencia. María
trabaja en el Archivo de la Delegación de Hacienda de esa ciudad, y Fernando en
la Facultad de Ciencias. Esta etapa es la de mayor plenitud de María Moliner,
ya que según ella confesó participa con fe y esperanza en las empresas
culturales que nacen con el espíritu de la II República.
María colaboró en la Escuela Cossío, inspirada claramente en la Institución
Libre de Enseñanza, enseñando en ella Literatura y Gramática, y formó parte
como vocal de su Consejo Director y como
secretaria de la Asociación de Amigos
para su apoyo. También prestó su colaboración entusiasta a las Misiones
Pedagógicas de la República, cuidando especialmente de la organización de las
bibliotecas rurales. De hecho, escribió unas Instrucciones para el servicio de
pequeñas bibliotecas (que se publicaron sin nombre de autor en Valencia en
1937), que fueron apreciadas tanto en España como en el extranjero, y cuya
presentación preliminar —«A los bibliotecarios rurales»— constituye una pieza
conmovedora y un testimonio fehaciente de la fe de la autora en la cultura como
vehículo para la regeneración de la sociedad.
Ocupó puestos importantes de responsabilidad en el terreno de la
organización de las bibliotecas populares. En 1935, en el II Congreso
Internacional de Bibliotecas y Bibliografía, inaugurado por Ortega y
Gasset, ella había presentado una
comunicación con el título «Bibliotecas rurales y redes de bibliotecas en
España». En septiembre de 1936 fue llamada por el rector de la Universidad de
Valencia, el Dr. Puche, para dirigir la Biblioteca universitaria, pero a
finales de 1937, en plena guerra civil, tuvo que de abandonar el puesto para
entregarse a la dirección de la Oficina de Adquisición y Cambio Internacional
de Publicaciones y para trabajar como vocal de la Sección de Bibliotecas del
Consejo Central de Archivos, Bibliotecas y Tesoro Artístico. La lucidez y
capacidad organizativa de María Moliner quedaron plasmadas en las directrices
que redacta como Proyecto de Plan de Bibliotecas del Estado, las cuales se
publicaron a principios de 1939. Pilar Faus (La lectura pública en España y el
Plan de Bibliotecas de María Moliner, Madrid, Anabad, 1990.) considera dicho
proyecto «el mejor plan bibliotecario de España».
Al término de la guerra civil, María y su marido, así como los amigos
que les rodeaban, sufren represalias políticas. Algunos de ellos se exilian. El
marido de María es suspendido de empleo y sueldo, trasladado a Murcia y
rehabilitado en Salamanca a partir de 1946,
donde permaneció hasta su jubilación en 1962. Por su parte, María es
depurada y sufre la pérdida de 18 puestos en el escalafón del Cuerpo
Facultativo de Archiveros y Bibliotecarios, que recuperará en 1958. En 1946
pasará a dirigir la biblioteca de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros
Industriales de Madrid hasta su jubilación en 1970.
María, separada físicamente de su marido una buena parte de la semana,
encontró el tiempo para dedicarse a su interés intelectual más profundo: la
pasión por las palabras. Será entonces, hacia 1950, cuando comienza la
elaboración del Diccionario de uso del español. Por entonces, su hijo Fernando
le trajo de París un libro que llamó profundamente su atención: el Learner’s
Dictionary. María Moliner solía levantarse muy temprano, hacia las cinco de la
mañana, trabajaba un poco, regaba los tiestos y se iba a su puesto; dormía la
siesta un poco y continuaba anotando fichas, buscando palabras, leyendo
periódicos, tomando notas de lo que oía en la calle.
El diccionario de María Moliner era muy superior al de la Real
Academia Española: era un diccionario de definiciones, mucho más precisas y
ricas; de sinónimos; de expresiones y frases hechas; de familias de palabras.
Además, anticipó la ordenación de la Ll en la L, y de Ch en la C; y agregó una
gramática y una sintaxis con numerosos ejemplos. Fue publicado por la Editorial
Gredos entre los años 1966 y 1967 en dos volúmenes. Esta obra conoció, en esa
primera edición, veinte reimpresiones, ha sido editada en CD-ROM en el año 1995
y reeditada en una segunda edición,
revisada y aumentada en 1998. La tercera y última revisión fue editada en
septiembre del 2007 y consta de dos tomos.
El libro tuvo un éxito inmediato y hoy es una obra imprescindible, de
referencia. Miguel Delibes dijo de ella: “Es una obra que justifica una vida”.
El diccionario de María es la obra de una vida, una culminación, y en cierto
modo de vivir hacia adentro porque ella, en el fondo, era una perdedora y una
silenciada: había perdido el sueño de la II República, había sido maltratada
por el régimen de Franco, llegó a perder 18 puestos en su escalafón laboral, y
percibió un vacío casi indescriptible que llevó a emprender una tarea titánica.
Fue propuesta para entrar en la Academia de la Lengua por Rafael
Lapesa y Pedro Laín Entralgo. De haber sido aceptado hubiera sido la primera
mujer académica. Pero no lo fue. En relación con este hecho María decía: “Sí,
mi biografía es muy escueta en cuanto a que mi único mérito es mi diccionario.
Es decir, yo no tengo ninguna obra que se pueda añadir a esa para hacer una
larga lista que contribuya a acreditar mi entrada en la Academia. (…) Mi obra
es limpiamente el diccionario. Desde luego es una cosa indicada que un filósofo
entre en la Academia y yo ya me echo fuera, pero si ese diccionario lo hubiera
escrito un hombre, diría: ‘¡Pero y ese hombre, cómo no está en la Academia!”.
Las notas tristes de sus últimos años fueron la muerte de su marido y
su propia enfermedad: la arteriosclerosis cerebral que la privó de su lucidez
desde 1975 hasta su fallecimiento el 22 de enero de 1981.
“Mi madre quería organizar el
mundo a través de las palabras, de las familias, buscando siempre un punto de
equilibrio” (Carmen Ramón Moliner)
Nota:
Lazarillo aprovecha este artículo que amablemente le ha enviado María Torres para recomendar la función teatral El diccionario, escrita por Manuel Calzada y dirigida por Juan Carlos Plaza, que versa sobre la figura y obra de María Moliner, y que ha sido muy bien valorada por la crítica. Teatro La Abadía, Madrid.
http://cvc.cervantes.es/actcult/mmoliner/
http://www.mariamoliner.com/
http://antoncastro.blogia.com/
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