Ana Cuevas
Es una historia que te desgarra el alma en carne fría. Una pareja de
ancianos de Granada, cincuenta años de matrimonio, cuatro hijos criados
con mucho sacrificio que amaban y atendían a sus padres. Toda una vida
de trabajo, de pagar los impuestos, de cotizar para tener una vejez
digna y no "molestar" si se necesitaban cuidados especiales. Dejan dos
notas, una cada uno. Quizás explicando los motivos, quizás despidiéndose
de sus seres queridos. Eximiéndolos de cualquier asomo de culpa. Todo
indica que se trata de un suicidio consensuado.
¿Cómo sería ese momento
en el que el esposo encañonó a su compañera? ¿Cuáles serían sus últimas
palabras, su despedida? Dicen que de las notas se desprende que no
querían ser una carga para sus hijos en estos tiempos de crisis. Optaron
por sacarse el plomo de las alas y liberar a los suyos de este lastre.
Un último gesto de amor y generosidad.
El mismo día, el
gobierno anuncia que no ajustará las pensiones al IPC. Los jubilados
serán más pobres de lo que son. Muchos se han convertido, con sus
ridículas pensiones, en el único sustento familiar. Pero es imposible
seguir haciendo juegos malabares con poco más que la miseria. Luego
están los enfermos y discapacitados, otros que son una lacra para la
cosa nostra del Estado. La autoinmolación sería un detallazo que
reduciría gastos a favor del déficit. Suena brutal, lo sé, pero nuestros
dirigentes están dejando claro que prefieren sacrificar a los más
débiles a incumplir el precepto deficitario.
Parados, pensionistas,
dependientes, desahuciados... son rebabas del sistema que conviene
eliminar. Si lo hacen ellos solitos, será más rápido y limpio que
cercándolos por el hambre y la desesperanza. La solución final. Y
ya me disculparán que no esconda la mala baba en lo que escribo. Pero
es que hay días de rabia, como éste, en los que la vida me pilla a
contra muerte y estoy para muy pocos eufemismos.
DdA, IX/2.242
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