lunes, 17 de diciembre de 2012

30 AÑOS DEL TRIUNFO DEL PSOE QUE ABARATÓ LOS SUEÑOS


Luis Arias

«Felipe González ni siquiera posaba, sino que se dejaba coger con la barba de tres días, la camisa de cuadros arrugada, la melena moderna, pero no desaseada, y cierta pinta de chico que ha encontrado su primer empleo, su primer trabajo en un taller, y estaba aprendiendo el oficio con aprovechamiento. Había millones de Felipes en España. Cómo no le iban a votar. Se votaron a sí mismos». (Francisco Umbral).

¿Cómo transcurrieron aquellos días entre el 28 de octubre y el 2 de diciembre del 82, es decir, desde el irrepetible triunfo electoral de Felipe González hasta su proclamación como presidente de Gobierno? ¿Quién podía sospechar, más allá de su círculo más próximo, que el candidato que había estado acompañado en la campaña electoral de los Discursos de Azaña tuviese como uno de sus grandes empeños no parecerse al político e intelectual republicano al que tantas muestras de admiración le había dedicado públicamente? ¡Cuánto mejor hubiera sido que no quisiera parecerse a Lerroux! Así lo cuenta Pilar Cernuda en su libro dedicado al político andaluz:
«A los pocos días de ganar las elecciones, Felipe González descolgó el teléfono para llamar a Barrionuevo. Quería que se hiciera cargo del Ministerio del Interior. ... En esa primera entrevista Felipe González se refirió varias veces a Manuel Azaña, que pudo haber sido un gran presidente de la República y quizás evitar la Guerra Civil, si hubiera sido capaz de mantener y garantizar el orden público. ... Azaña, en esas semanas en las que Felipe González había ganado ya las elecciones, pero todavía no era presidente del Gobierno, fue un punto constante de referencia en sus conversaciones, como ejemplo que no había que seguir, a pesar de su admiración por el político republicano».
De esa admiración por Azaña también se hizo eco el periodista José Luis Martín Prieto que ofició de cronista de la campaña de González en el 82: «Busca su inspiración [González] en los Discursos en Campo Abierto de don Manuel Azaña. No tanto en sus contenidos -intransferible- como en el pulso moral y en las reclamaciones éticas. Y acaso también en ese punto de indignación contenida en el que el candidato encuentra sus mejores recursos oratorios». Ítem más: Don Juan Marichal, el gran biógrafo de Azaña, publicó un artículo en el diario «El País» pocos días antes de aquellas elecciones de octubre del 82 planteando que el republicanismo debería votar a González, puesto que el PSOE de entonces atesoraba ese legado.
En lo que González no pensó, a propósito de Azaña, fue en una de las sentencias más lapidarias que escribió don Manuel: «Lo más difícil de administrar es una victoria política». Y es que, más allá de las nostalgias ante el paso del tiempo, que propenden a idealizar, lo que toca preguntarse en el caso que nos ocupa es en qué medida respondió González a las expectativas que había generado. Así, el periodista Tom Burns Marañón, nieto del ilustre doctor, escribió en su libro Conversaciones sobre el socialismo: «A un Gobierno encabezado por Felipe González se le exigía un proyecto regeneracionista basado en la conciencia cívica, la transparencia democrática, el imperio de la ley y la dignidad de lo público. Este proyecto no se materializó nunca. Al socialismo en el poder se le exigía el ser ejemplarizante y educador en el sentido más amplio del tema. No lo fue». Víctor Márquez Reviriego había publicado un libro de conversaciones con González donde lo que se remarcaba, nada menos que en el subtítulo, que Felipe representaba «un estilo ético».
La España del 82, que aún no había ahuyentado el fantasma de un golpismo que estaba demasiado cerca en el tiempo, ansiaba el cambio promovido y proclamado por González, un cambio que dejase atrás la ignorancia, el caciquismo, la falta de libertades, el aislamiento de Europa, un cambio que pusiese a este país a la altura de los tiempos. Sin embargo, las rebajas en las expectativas no tardaron en llegar. De entrada, nunca mejor dicho, dos grandes incumplimientos: la promesa de la creación de 800.000 puestos de trabajo, así como el ingreso en la OTAN tras haber anunciado lo contrario. Lo primero, incluso tomado como un error de cálculo, fue una equivocación irresponsable. Y, en cuanto a lo segundo, el busilis no era tanto entrar o no en la Alianza Atlántica, como la falta de valentía y rigor para explicar aquel bandazo. Frente a ello, estuvo la expropiación de Rumasa, que hizo pensar en unos criterios de izquierda, si bien, a la hora de reprivatizar el holding, se vio que la cosa no iba ni mucho menos por ahí.
Toca valorar en este 30 aniversario de la asunción del poder por parte de González lo que dio de sí aquel primer Gobierno que contó con el mayor entusiasmo social de todos cuantos se han constituido desde la transición política a esta parte. Y, más allá de los incumplimientos puntuales, tengo para mí que la clave para interpretar lo que supuso aquel primer Gobierno de González radica en que, por primera vez tras la muerte de Franco, el PSOE contaba con el respaldo para llevar a cabo la ruptura democrática de la que había venido hablando la oposición al franquismo. Y esa ruptura no se llevó a cabo en asuntos tan básicos para la izquierda como la enseñanza, la política económica, la relación con la Iglesia, etc. El paso siguiente sería la deriva desde al abrazo aristocrático y el enriquecimiento rápido hasta los bochornosos episodios de corrupción y el terrorismo de Estado.
Hieles de las muchas decepciones. Mieles de un momento de entusiasmo en el que se creía que lo deseable era posible. Como escribió Lluís Llach en una memorable canción, se abarataron los sueños. Y el PSOE se fue convirtiendo -mutatis mutandis- en una especie de partido sagastino y dinástico, muy alejado de lo que significó en otras épocas. Y, en efecto, quedó demostrado lo difícil que es administrar una victoria política.

DdA, IX/2.255

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