domingo, 4 de noviembre de 2012

AGUSTÍN GARCÍA CALVO, SIN PUNTO FINAL



Félix Población

Como no se avino a entrar nunca en la urdimbre gananciosa de los cenáculos y compadreos políticos que comercian con la fama, la nombradía y sus consiguientes prebendas, Agustín García Calvo, el latinista y filósofo libertario de la Rúa de los Notarios, tuvo el pasado viernes un entierro abrazado a emociones y lealtades por las que su familia ha de sentirse muy honrada. Se podría asegurar que todos los presentes en el cementerio de San Atilano de Zamora, a las cinco de una fría tarde otoñal y anubarrada, estaban allí porque así lo quiso la personalidad del fallecido, pródiga en generosidad afectiva, amor a la palabra y proximidad con todo aquel que buscara la suya para iluminar realidades y contextos manipuladores. ¡Dichoso Agustín por haber tenido a su lado en esa hora del adiós un tan conmovido y sincero sentimiento por su ausencia! 

Los medios han sido muy escuetos en sus obituarios, si se compara con los que en su día se escribieron sobre sus dos compañeros de cátedra, Enrique Tierno Galván y José Luis López Aranguren, expulsados con él de la enseñanza en 1965 por confraternizar con las luchas estudiantiles, que hoy vuelven, como volvió Agustín a las recientes primaveras de mayo desde su viejo mayo parisino. El obituario del diario "El País" se limita a una concisa columna no muy inspirada, muy cerca de la cual el director y actor José Luis Gómez, en su nombre y en el del teatro que dirige, tuvo el hermoso detalle de insertar una pequeña esquela en memoria del también dramaturgo. 

Dicen los cronistas que Amancio Prada cantó en San Atilano unos versos del poema de Agustín El mundo que yo no viva: El mundo que yo no viva lo pensé como cosa extraña, como arca de maravilla. Es otro de los grandes poemas de García Calvo, al que muchos de los concurrentes acompañaron con su voz, ¡Ay de mi vida!, en San Atilano de Zamora, cabe el Duero machadiano de los romances, a las cinco de la tarde. Agustín se afeitaba cada mañana con los poemas de don Antonio a viva voz, algo que tampoco faltó en su despedida. 

Una vez, hace ya muchos años, compartí con Agustín una modesta tertulia de jóvenes poetas zamoranos en una taberna de la calle de los Herreros. Recuerdo la discreción de su escucha y el sabio proceder de sus comentarios, propiciando que la energía de los convocados no se viera constreñida por el excesivo respeto hacia el ya casi sexagenario y prestigioso profesor. Fue esa noche cuando me dijo, a propósito de la pervivencia de la poesía: un buen poema nunca tiene punto final. Por eso sigue Agustín García Calvo entre nosotros, sin punto final. 

De todos los artículos que he leído hoy sobre el autor de Libre te quiero, me quedo con este párrafo del que  Juan Luis Pavón firma en el Diario de Sevilla, titulado Sevilla, Agustín García Calvo, hoy, que hace referencia al profesor zamorano durante sus años como catedrático en la Universidad de aquella ciudad: “García Calvo se ha muerto cuando Wert, como ministro de Educación, quiere expulsar el latín y el griego de la enseñanza obligatoria. Llega la hora del obituario cuando el mundo universitario sevillano padece una funcionarial cobardía intelectual de estómagos agradecidos que se parece en demasía a la que se encontró en 1953 cuando llegó para ocupar la cátedra de lenguas clásicas en la Facultad de Filosofía y Letras. Durante diez años enseñó a sus alumnos la vida que no explicaban otros profesores y les inculcó la semilla del librepensamiento. García Calvo pone fin a su biografía de consumado ateo dando la nota el Día de Todos los Santos para hacer pensar en la deriva de una España refractaria a cualquier ideología con dos dedos de frente; en la ridiculez de una Sevilla de casino aldeano a cuenta de un pregón, y en la adoración a Halloween al borde de la estupidez".

EL MÁS ESPAÑOL DE LOS SILENCIOS
Me estremece ver cómo salen por la puerta de atrás de esta vida tantas y tantas personas que nos han ayudado tanto a comprender o mirar diferente de lo establecido o erróneo, a descubrir aquello que nos rodea, que dan luz a nuestra ceguera manida de la rutina. A nuestros pensadores, personas destacadas, como Agustín García Calvo, que ha dejado la vida delante de nuestras narices y el 90% (por poner un porcentaje) de los españoles no sabe quién es y lo que ha aportado. Agradezco el artículo del viernes, de EL PAÍS. Utilizo una frase perfecta e inteligente de David Trueba: “fallecido recientemente en el más español de los silencios”.— Pedro Sanz.

+@"Contra" Agustín García Calvo

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FANTASMA
La insumisión se ha convertido a la vez en una conciencia y una terapia social, hasta el punto que el motín ya es una actitud espiritual de estar en este mundo. El comunismo fracasó a la hora de trascender a los nacionalismos. En las guerras europeas los obreros lucharon entre sí para defender a sus respectivas patrias por encima de los intereses de clase. En cambio, este movimiento antiesclavista supera las fronteras: no hay nadie que se parezca más a un español cabreado que un francés, un inglés, un alemán, un argentino, un colombiano, un italiano cabreado. Ese fantasma entre nosotros ha tomado el nombre de 15-M. El huevo de esa serpiente se ha incubado en la Puerta del Sol de Madrid, pero más allá de los derechos históricos de vascos y catalanes el elemento que cohesiona por la base a todos los españoles es ese estado difuso de rebelión ante una próxima y unánime pobreza que se deriva de una misma injusticia. Espartaco fue crucificado por haberse enfrentado abiertamente a Roma; el comunismo fue controlado desde el momento en que comenzó de organizarse, pero el fantasma del cabreo es inaprensible. Se alimenta de vigas maestras como las termitas. Cualquier día te levantarás de la cama y se habrá desplomado el mundo.+@Manuel Vicent

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