Ana Cuevas
Estoy enferma, lo sé. No se trata de un mal físico que se pueda sanar
con medicinas o cuidados. Es otra cosa. El primer síntoma fue una
tristeza pegajosa que se me agarró en el hígado. Lo sentía golpeado por
esos heraldos negros de los que hablaba Vallejo. Noticias escalofriantes
en forma de estadísticas que cuentan la desdicha de la gente con
guarismos asépticos. Una hemorragia de parados, cada uno un drama
personal e intransferible, para esta sociedad prefabricada del sálvese
quien pueda. Luego vino la fiebre que me subió de repente al contemplar
que nadie hacía nada para evitar la sangría. Por el contrario, los
pretendidos remedios escondían un criminal acelerante. Nos decían que la
reforma laboral podría ser un torniquete que cortara el trágico fluido
de desempleados. Mentían a conciencia o, más bien, a falta de ella.
¿Cómo se va a crear trabajo abaratando el despido? ¿Cómo fulminando los
derechos, rebajando los sueldos o acabando con lo público? Ya vamos
camino de los seis millones de parias del sistema. Mentían, mienten.
Simplemente no quieren arreglarlo. Los políticos dicen que buscan
medidas para combatir el paro pero no toman decisiones concretas para
hacerlo. Recetan austeridad y no exploran alternativas a la tenaz
anorexia a la que nos someten.
Tampoco quieren ocuparse de los
desahuciados. Entregan nuestro dinero a los bancos, a los ejecutores de
las personas que se quedan sin vivienda. Permiten, gracias a una ley del
siglo XIX, que les roben sus casas cuando caen en desgracia. Y por si fuera
poco, consienten que sus vidas se hundan en un pozo de miseria
arrastrados por una deuda eterna con esta banda de trileros financieros.
En este país rescatamos bancos, no seres humanos. La Constitución solo
se abre, como un melón jugoso, para hacernos avalistas de sus tropelías.
No para facilitar la dación en pago o proponer moratorias que ayuden a
aplazar las hipotecas a los desempleados. Algunos deciden suicidarse. Yo
creo que son crímenes de estado. Me sobreviene una arcada. Amancio
Ortega nos muestra su lado filantrópico. Potentes alabanzas, loas sin
fin para el tercer hombre más rico del mundo. Ha donado veinte millones
para Cáritas. Generosas limosnas de los poderosos que evaden sus
impuestos con subterfugios legales y explotan en sus deslocalizadas
fábricas a los trabajadores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario