Alejandro Prieto
Nunca
vi el rostro o estuve en manos del coco ni del hombre del saco, figuras
inquietantes a las que aludían nuestros padres cuando éramos pequeños para
introducirnos el miedo en el cuerpo, para reconvenir y advertir acerca de
comportamientos molestos, inapropiados o con tintes antisociales.
Pasadas
cuatro décadas, los medios de comunicación nos recuerdan a diario la
amenazadora presencia de un monstruo que, de manera voraz, calculada, implacable
y apresurada, va metiendo en el saco los alimentos de cada vez más niños, la
pensión de millones de personas que trabajaron duro a lo largo de años, la
calidad sanitaria y educativa, el empleo en condiciones dignas, los servicios
sociales, la emancipación e ilusión de la juventud y la esperanza de los
adultos. Lo llaman prima de riesgo y dicen que actúa para infundir
sensatez y moderación, que castiga a las naciones cigarra (irresponsables y
derrochadoras), pero en realidad los azotes del ogro se concentran con
mayor intensidad sobre las espaldas de las hormigas trabajadoras, hurtando la
prosperidad y el bienestar del hormiguero en beneficio propio.
Hay
quienes aseguran que no existen alternativas, que la receta es elegir entre
precariedad o pobreza absoluta, que la idea de pan para todos es una quimera,
que debe asimilarse sin sobresaltos un escenario social con ganadores y
perdedores, que es razonable que los países pobres paguen intereses
desorbitados por la financiación prestada, en definitiva, que la arbitrariedad
y perversión son reglas elementales que deben ser aceptadas con entereza y
resignación. Y, para compensar y purgar las injusticias, están los buenos
propósitos y el bálsamo de la caridad.
Hasta
no hace mucho tiempo, Latinoamérica padecía con crudeza las amenazas y el
hostigamiento del látigo financiero y colonizador, sin embargo, parece que la
política ha ido tomando las riendas que le corresponden, que se ha comenzado a
gobernar pensando en la población. Europa toma nota y reacciona o deja el
futuro en manos de la ambicición.
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