sábado, 16 de junio de 2012

VIVIMOS SOBRE LA GRIETA ABIERTA POR UN TERREMOTO*



Adolfo Muñoz


La vida humana dura un instante. Del mismo modo que nuestro instante ha venido a caer en el final de un milenio, una intrascendente coincidencia que ha estado al alcance de pocos seres humanos, también parece habernos tocado en suerte vivir en el instante en que explosionaba todo un sistema económico.

El anterior milenio arrancó como dormido. El progreso no despertó hasta que el milenio contaba ya dos o tres siglos de vida; y hasta bien andado el camino, allá por su séptimo siglo, no empezaron a cambiar las cosas de modo verdaderamente rápido. Ya en el último siglo, el mundo aceleró por encima de todos los límites de velocidad imaginables, y cuando el milenio daba las últimas boqueadas, la revolución informática fue como el impacto de ese vehículo loco contra un obstáculo que ni siquiera se había visto venir.

Francamente, ni usted ni yo sabemos adónde vamos tras este batacazo, ninguno acierta siquiera a imaginarse cómo será el mundo dentro de unos siglos más, tan rápidamente cambia todo. Pero lo que sí acertamos a imaginar es que, si en ese futuro no tan lejano sigue habiendo algo así como estudios de historia, pensarán en nosotros como seres que vivieron en el instante de un impacto crucial

Durante cuatro mil años la civilización egipcia cambió seguramente menos que la nuestra entre enero y diciembre de cualquiera de los últimos años. Somos, en cierto sentido, privilegiados históricos a los que les ha tocado en suerte vivir el momento más frenético de la humanidad. Ahora bien, eso no tiene por qué resultar agradable. Si miramos a nuestro alrededor, una gran parte de nuestros vecinos parecen infelices. Nos miran amargados y muertos de miedo, con ojos impregnados en ojeras y desconfianza. Su vida consiste en una serie de horas de las que se desprenden, alquilándolas a alguien que a cambio les da de comer; y otra serie de horas que consumen amargados ante aparatos de entretenimiento. Otros con menos suerte ven rechazada su disposición a trabajar. Otros se mueren de hambre. Otros huyen de la guerra a un lugar en que no los quiere nadie. Otros se suicidan en su propia abundancia. El grito de Munch asoma en los rostros de nuestros contemporáneos.

Vivir en uno de los momentos más importantes de la Historia puede ser interesante, pero no es plato de gusto. Sin duda, incluso los esclavos egipcios disfrutaron de algo que a nosotros nos está negado: unos referentes claros, unas ideas inamovibles, una ordenación de todas las cosas merced a la cual sabían qué era bueno y qué era malo, qué podían esperar de los demás y qué podían confiar a la vida después de la muerte.

En comparación, nosotros vivimos sobre la grieta abierta por un terremoto. Pagamos cara nuestra importancia histórica.

*Serie de artículos con un título general: "El instante".

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