viernes, 22 de junio de 2012

EL G20 NECESITA HONRADEZ Y SOLIDARIDAD FRENTE A USURA Y MALA FE



Alejandro Prieto

Hay bofetadas que te dejan en un estado de total aturdimiento y, sin embargo, ni alteran el color ni causan marca alguna en la mejilla. Así fue, por ejemplo, la recibida al ver la imagen en la prensa de miles de sacos de arroz pudriéndose por estar almacenados a la intemperie en un pueblo de la India, donde se calcula que el 21% de la población está mal nutrida, es decir, alrededor de 250 millones de personas.

Según indicaba el artículo, la producción de alimentos se ha visto incrementada en un 50% durante las dos últimas décadas, pero el porcentaje de ciudadanos en una situación de pobreza ha permanecido prácticamente estable; el 58% de los cereales comprados por el Gobierno federal para paliar el hambre no llega a sus destinatarios en los distintos Estados, sino que se pierde y queda en las manos de quienes gestionan la cadena de distribución, o sea, sólo el 42% de los 10.800 millones de euros cumple su objetivo.

En mi opinión, las conclusiones del Barómetro Global de la Corrupción, realizado por Transparencia Internacional en 2010, arrojan más sombras que luces, pues desvela que la mayor parte de los encuestados en el mundo perciben un ascenso del nivel de soborno y corrupción en los tres años anteriores al estudio, compartiendo esta visión el 73% de los europeos (el mismo porcentaje que en la India); asimismo, los partidos políticos son la institución sobre la que recae el foco principal de desconfianza y sospecha de la ciudadanía, con el riesgo que ello supone para la evolución de los procesos democráticos. Como contrapartida, parece existir mayor compromiso y concienciación respecto a la necesidad de rechazar, denunciar y poner freno a conductas que impiden el desarrollo y progreso de las sociedades.

Si únicamente uno de cada cuatro ciudadanos expresa sentir confianza en su gobierno a la hora de luchar contra semejante lacra, los líderes del G20 tienen una importante labor por delante: depurar tan honorable actividad. Claro que, para ello, es necesario seguir una dieta rica en honradez y solidaridad y pobre usura y mala fe.
DÍVAR Y GALLARDÓN
Dívar ha dimitido. Ha hecho, tardíamente, lo que debía hacer por haber hecho, en su momento, lo que no debía hacer. Al final, ha triunfado la opinión pública, a la que este diario hay que reconocerle el mérito de haber espoleado. ¿Y Gallardón? No soy fan de Gallardón, pero desde hace tiempo le vengo reconociendo importantes cualidades, no muy comunes en la clase política: capacidad, eficacia y brillantez. No puedo ocultar mi gran decepción con esta presunta promesa de la derecha en los primeros meses de su gestión ministerial. A insólitas declaraciones anteriores, se une el intento de Gallardón de dar por prematuramente cerrado este caso, lo que le entronca con el leninismo: “Si nuestras ideas chocan con la realidad hay que prescindir de la realidad” y con Mayo del 68: “Tomo mis deseos por la realidad porque creo en la realidad de mis deseos”. Me atrevo a aconsejarle que utilice a partir de ahora otros referentes, como el respeto a los hechos, que son siempre correosos, y el destierro de los eufemismos, que son siempre engañosos. Así como que tenga presente, en adelante, que el español, por servidumbres anatómico-bucales y digestivas, es reacio a comulgar con ruedas de molino.— José Antonio Pérez González.

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