Félix Población
Debo confesar que me ha extrañado un poco la diligencia y hasta la celeridad con que el comité del Museo de Cera de Madrid decidió, ayer tarde, desubicar a Iñaki Urdangarín del emplazamiento que ocupa junto a los reyes y las infantas en una de las salas del centro.
Cuando aún los tribunales no han dictado sentencia acerca de las presuntas corruptelas del duque de Palma, que supuestamente también pueden afectar a su esposa, la infanta Cristina, una institución -aunque sea tan fungible como la que nos ocupa- determina que el ex jugador de balonmano sobra a la vera de los reyes, como sobró en su día el duque de Marichalar después de su divorcio con la infanta Elena.
Que para en el comité del Museo, al parecer, pese más la determinación tomada por
Al duque de Palma, según la información facilitada por un portavoz del Museo de Cera, se le despojará de su atuendo de gala y se le vestirá con ropa de calle, alojándolo en la sala dedicada al deporte, actividad que le sirvió para llegar a conocer a su actual esposa, sin cuyo vínculo no estaría probablemente hoy en la delicada situación en que se encuentra.
Desconozco si cabe la posibilidad de un retorno a su anterior ubicación, a resultas de lo que se resuelva finalmente con su caso, o si también cabe la posibilidad de que desaparezca de su emplazamiento como figura deportiva, pues no sería la adecuada en el caso de que a la postre se convirtiera en figura delictiva.
Esto de la cera como materia escultural para la representación de reyes, príncipes e infantas me ha hecho recordar el origen de este tipo de museos, pues guardan una cierta relación con la monarquía y la aristocracia. Para ello nos debemos remontar a Philipp Curtius, un médico francés de finales del siglo XVIII, experto en fabricar modelos de cera, que transmitió a su alumna María Tussaud esa habilidad. Tussaud alcanzó nombradía por modelar las figuras de los decapitados durante la Revolución Francesa, que hoy se pueden contemplar en el primer y más frecuentado museo de cera que María Tussaud creó en Londres y que dio origen a todos los que hoy se conocen en el mundo, incluido el de Madrid.
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