domingo, 18 de diciembre de 2011
JAVIER MARÍAS O LA NOVELA ESCRITA POR UN MONO
Manuel García Viñó
Se ha publicado, por la editorial holandesa Rodopi, un tomo colectivo, en el que participan veinte profesores de Literatura Española de universidades de todo el mundo. El título del tomo, un tanto rebuscado, reza así: Allí donde uno diría que ya no puede haber nada. “Tu rostro mañana” de Javier Marías. Preceden a los estudios el discurso de ingreso de Marías en la Real Academia Española y el de respuesta de Francisco Rico.
Lo que prevalece, después de la lectura del libro, es la impresión de que los veinte profesores han rivalizado en la tarea de hacer elogios, al libro y al autor, para ellos, este último, fundador de un nuevo lenguaje, experto –y filósofo— en todas las materias, y artista de la literatura como no ha habido otro. Se han escrito, a través de los siglos, centenares de trabajos sobre, por ejemplo, Shakespeare y Cervantes, haciendo notar sus excelencias. Se han escritoensayos sobre Fray Luis de León en los que se afirma que la mejor prosa en castellano se encuentra en De los nombres de Cristo. Pero se dice con mesura y razonadamente. En estos veinte trabajos, no. Aquí se grita desaforadamente y se hace notar que, al leer a Marías, los estudiosos, arrebatados por la admiración, se han puesto al borde del soponcio. Además de excesivo, tanto entusiasmo, que suena a falso y desde luego es ridículo, hace pensar que detrás tiene que haber algo extraño a la literatura, aunque no sea más que el conformismo o la venalidad de los que escriben, que siguen –por algo que no es la literatura-- las consignas de la industria cultural. Algunos hablan, antes de emprender la que ellos creen que es crítica literaria, de la impresión que les ha producido la lectura y emplean términos como fascinación, maravilla, prodigio, perfección, extraordinario, profunda dimensión, estupefacción, embelesamiento, etc. Y hermanan al autor con Cervantes y Sterne y la obra con La montaña mágica. Marías es, para todos ellos, el poseedor feliz de un estilo brillantísimo y quien mejor ha construido una novela en el mundo. Varios piden para él el premio Nobel. Demasiado.
A mí, que conozco ésta y otras siete novelas de Marías, sí que me deja estupefacto y aturdido y asombrado, no sólo este acarreo de elogios que, podemos jurarlo, no se han vertido sobre ningún autor en ningún lugar ni en ningún otro momento de la historia, ni por tantas personas que se supone especialistas. Hay uno, Gonzalo Navajas, que, en pleno delirio, enloquece y llega a escribir cosas como ésta, a lo Jacques Maritain: "Tu rostro mañana desarrolla un marco teórico que conecta directamente con el núcleo más definitorio del discurso intelectual actual. Este texto, diverso y complejo, reexamina las premisas de las últimas tres décadas del pensamiento del pasado siglo XX y hace una propuesta nueva sobre la inserción de la narración dentro del saber contemporáneo. Tu rosto mañana es una obra omnicomprensiva que, al modo como lo hacen Der Zauberberg (La montaña mágica) de Thomas Mann o Finnegans Wake de James Joyce con relación a la condición cultural de la primera mitad del siglo XX, se configura como un documento en torno a las opciones epistemológicas de la escritura literaria y de su inserción dentro del saber actual”. (“Tu rostro mañana”: teoría del saber de la narración (pp. 149-160).
Demasiado, repito. Algo que plantea el mismo problema de crítica que nos plantearon los críticos de arte de Nueva York cuando dijeron todo lo que sesudamente se puede decir, en los aspectos plástico y conceptual, sobre un cuadro –abstracto, por supuesto, a lo Mark Tobey— que había sido pintado por un mono, al que unos bromistas habían situado delante de un lienzo, luego de proveerle de pinceles y tubos de óleo. Lo colgaron en una exposición colectiva y así comenzó una historia parecida a la que tenemos entre manos.
Lo que más me ha sorprendido, después de los unánimes, empalagosos, excesivos, ridículos y hasta lamiosos y descalzonadores elogios, que a veces se transforman en plegarias y loas, que hacen todos los señores profesores, y que el libro comentado no se merece de ninguna manera –se puede jurar, sobre todos lo libros sagrados del mundo, que, como he dicho, ningún escritor en toda la historia de la humanidad los ha recibido más entusiásticos: ni Dante, ni Goethe, ni Hesse, ni Shakespeare, ni Cervantes, ni Joyce, ¡ninguno! ha acaparado tanta baba de sus contemporáneos— lo que más me ha sorprendido, iba a decir, es que todos se refieren al libro de que se ocupan llamándolo novela. Porque Tu rostro mañana no es una novela, como no lo es ninguna de las “cosas” que ha publicado Javier Marías. Alguien más purista que yo diría que ni siquiera es un relato. ¿Es posible que unos profesores de literatura no se hayan dado cuenta de esto? Los editores franceses, que suelen ser personas cultas, imprimen, bajo el título de las obras narrativas, la palabra roman o la palabra recit. Quizá si los de Alfaguara, mucho menos cultos, hubiesen adoptado esta costumbre, no se hubieran equivocado tantas personas ni se hubiese llegado a un resultado tan grotesco.
Novelar es presentizar, hacer presente una realidad otra --la realidad posible fingida, el segundo mundo literario--, con el mayor bulto, consistencia y expresividad, delante del lector. Lo que se hace en el relato es simplemente referir. En un relato, el autor puede decir que “el padre de la bella Dorotea era un canalla”. En una novela, el novelista tiene que hacer actuar al padre de la bella Dorotea, de manera que el lector deduzca de sus actos que era un canalla. Marías no lo hace, él simplemente amontona párrafos, algunos sobre nada y todos, por supuesto, pésimamente escritos, como aclararé en seguida.
Javier Marías ha escrito todas sus cosas en primera persona. Ni más ni menos que porque está absolutamente incapacitado para objetivar la ficción, para levantar un mundo novelístico. Recientemente, y a mí no me cabe duda de que intentando contestar a mis objeciones al respecto, le decía a un periodista que él escribía sus libros en primera persona “porque no quería hacer trampa” (Luis Matilla, El País, 24 de septiembre de 2011). No sé si los señores profesores, con la obnubilación que les producirá el éxtasis, se han percatado de que su autor de cabecera y de oratorio laico, dice muchas majaderías, muchas simplezas como ésta. Yo las tengo coleccionadas. O sea que, según él, escribiendo en tercera persona, como lo han hecho los mejores novelistas en todo tiempo, se hace trampa. Y las más grandes novelas, casi todas escritas en tercera persona, son producto de una falsificación.
Javier Marías escribe en primera persona, digo, y se podría afirmar que ni siquiera relata. Lo que hace es ensartar trozos de relato, párrafos autobiográficos, comentarios, digresiones interminables y hasta fragmentos bastante extensos de obras de otros. Pero, aunque no se dedicara a esta labor de amontonamiento, los suyos serían, como mucho, nada más que relatos. Porque en primera persona es muy difícil, prácticamente imposible, crear un mundo novelístico, a menos que se posea el genio del Benito Pérez Galdós de Lo prohibido, o del Andrés Bosch de La Noche u Homenaje privado.
Si Javier Marías tiene un momento de lucidez en su vida, se asombrará del efecto causado entre tantos expertos –que no son sólo los de este libro; hay otros, como Francisco Rico, cantor de ditirambos, que sólo son ingeniosos para él y su familia—, pese a sus tantas limitaciones. Se advierte que, curiosamente, éstos, los expertos, le alaban, todavía más que por su perfecto lenguaje, por su “filosofía”, expuesta en sus antinovelísticas digresiones, en las que habla sobre la vida, la muerte, la política, el clima madrileño, los paraguas, los zapatos y los papelitos adhesivos que se ponen junto al teléfono para tomar notas. No en balde, piensan ellos, los expertos, es hijo de un filósofo que varios motejan de eximio. Marías está en la idea, en la que están tantos analfabetos, de que, para hacer una novela, no hay más que ponerse a contar cosas. Y el caso es que, cuando se hace esto, sobre todo en su caso, el resultado es una sopa.
Consecuentemente con las carencias señaladas, Marías no ha descrito jamás un ambiente ni dibujado un personaje. ¿Cómo es posible que unos profesores de literatura se refieran a los PERSONAJES de las NOVELAS de Javier Marías? Cuesta admitirlo. Por eso decía sospechar que, detrás de esta falsificación, tiene que haber algo siniestro. ¿Tal vez algo como la broma que se le ocurrió a Umberto Eco y a un amigo suyo, allá por los 70, de publicar un estudio sobre la obra inexistente de un escritor inexistente? ¿Como la de los cachondos que hicieron pintar un cuadro a un mono y lo sometieron a la opinión de los entendidos? De hecho, en el libro de Rodopi, se habla de una novela inexistente, que contiene párrafos que podían haber sido escritos por un mono.
Tampoco configura Marías un tiempo ni un espacio, algo imprescindible en una novela. Ni intenta conseguir valores estéticos mediante el extrañamiento, el juego de alusiones y elusiones, el perspectivismo, etc. Por supuesto, en sus sopas no hay argumento ni trama --¡lo vería un niño!--, únicamente deposiciones mentales de acarreo. Marías carece por completo de sentido poético. Sólo uno de los punteros del coro angélico, como Pozuelo Yvancos, puede ver “cohesión […] del espacio y el tiempo”, donde no hay más espacio que el de las páginas malgastadas ni más tiempo que el de aburrirse.
Médicos amigos míos sostienen que Marías, incapacitado, además de para hacer literatura, para manejar el ordenador, conducir un automóvil o tirar a los patitos, puede ser disléxico. Probablemente lo sea. Algo tiene que explicar que confunda el significado de muchísimas palabras y que no acierte a expresar lo que se nota que quiere expresar. A veces se le entiende lo que, de manera tosca, logra decir. Pero otras veces, ni eso.
El Centro de Documentación de la Novela Española, editor de La Fiera Literaria, ha dedicado siete de sus Cuadernos de Crítica a comentar, mediante el método de la crítica acompasada, otros tantos libros de Marías. Sus fallos expresivos, su torpe adjetivación, sus confusiones del significado de las palabras, sus machaconas e innecesarias repeticiones, su mal uso de los signos y sus paréntesis tan numerosos como innecesarios, su pobre o nulo sentido del humor, sus pruebas de mal gusto, etc. suman más del millar. Yo voy a poner aquí unas cuantos ejemplos de lo que para mí son auténticas coces a la lengua y a la gramática, que a ver si son capaces de justificar sus hagiógrafos. Y de demostrar que se trata de rasgos de un lenguaje rompedor, como aseguran, y no rasgos de ingenio inexistente, productos de la impotencia, la torpeza, la ignorancia y la tontería. En sus batallas contra su estreñimiento expresivo congénito, Marías sale siempre derrotado.
+@Para más detalles sobre lo anteriormente expuesto, continúese la interesante lectura de este artículo con el análisis pormenorizado que de los libros del académico Javier Marías hace García Viñó en la enjundiosa y siempre bien sazonada publicación que lleva por buen nombre el de La Fiera Literaria.
4 comentarios:
Javier Marías puede ser disléxico o manco pero eso no es un hándicap para escribir. Personalmente nunca he podido terminar, a veces ni empezar, ninguna de sus novelas. De sus relatos sólo hay uno que me ha llegado. Era muy bueno.
No conozco esa revista y lamento haber llegado tarde a su edición de papel, pero voy a leerla a partir de ahora. Gracias.
Jorge confiesa lo que muchos pensamos y pocos se atreven a decir, porque está hasta mal visto criticar a tan pésimo escritor.
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