jueves, 25 de agosto de 2011

LEGUINA, EL DUELO Y LA REVANCHA


Lazarillo

Posiblemente no me equivoque si digo que la sección de Miguel Sánchez Romero en el suplemento de verano del diario Público, con una cabecera tan sugestiva y afortunada como Sobras maestras: los libros que no leeré este verano, sea una de las más leídas del periódico en este mes agosteño. Sugiero a la dirección del diario la mantenga en el futuro, con apertura de miras a cuanta bazofia de todo género se publica en este país a lo largo del año.

Echo de menos que el autor, en lugar de fondear tan a menudo en obras demasiado fáciles para la crítica como las propias de quienes hacen ostentación de su pedigrí insurgente contra el socialismo, no traiga a colación piezas de una cierta y mayor complejidad en fondo y forma. Por eso hoy no me resisto a insertar la que Sánchez Romero dedica a un libro de Joaquín Leguina, un ex político del PSOE, ex presidente de la Comunidad de Madrid, cuyos resabios de resentimiento, frustración o mala baba suelen encontrar acomodo en los enclaves tertulianos de las televisiones ultraconservadoras.

Muy posiblemente, la presencia de Leguina en esos foros de la inquina se deba principalmente al despecho crítico con el que este mediocre político y no menos mediocre escritor viene observando la gobernación del Estado a cargo de Zapatero. También puede merecer consideración a los hacedores de esos conciliábulos de la insida el hecho de que don Joaquín interprete tal que así, como comenta Miguel, el debatido asunto de la Memoria Histórica a través de un título tan significativo como El duelo y la revancha: los itinerarios del franquismo sobrevenido:

"Este libro trata de la memoria histórica. En él, Leguina, el nuevo Saulo de la política que la ultraderecha exhibe como prueba inequívoca de la maldad del zapaterismo, nos hace saber que considera su regulación “ante todo, una ley innecesaria”. Sus objeciones se sostienen sobre distintos argumentos. Uno de ellos es la vigencia de la Ley de Amnistía de 1977, que él distingue de las pasteleras leyes de punto final del Cono Sur en atención al tiempo transcurrido desde los sangrientos hechos a que se refiere hasta su promulgación: “Entre los contemporáneos (esposos, hijos, amigos de las víctimas…) se había aceptado ya la necesidad del olvido”. Que la ligereza de esta afirmación provenga de alguien que, como él, es estadístico superior del Estado, sólo puede deberse a que, en el largo tiempo dedicado a la política, haya olvidado los rudimentos de su profesión y otorgue valor como muestra a los esemeses de El gato al agua.

Y es que, aunque el libro versa sobre la memoria histórica, en realidad retrata mejor la frágil retentiva del autor. Sólo así se explica que escriba: “Poco a poco, los españoles nos hemos ido acostumbrando al sectarismo político […] que no sólo ha invadido la política, también se ha instalado en ámbitos […] como la judicatura y la prensa”. Quizás haya olvidado que publica en La Gaceta, aunque, tal vez, he caído en la trampa y recordárselo me señala ya como portador del virus sectario.

A la desmemoria cabe achacar también que, citando un artículo de otro autor, haga suya la preocupación por la “imposibilidad de debatir razonablemente sobre los asuntos públicos”, o esta otra afirmación: “No parece necesario presentar muchas pruebas de semejante degradación ambiental. Basta pensar en el tenor de las tertulias políticas”. Posiblemente tampoco recuerda Leguina que acudía regularmente a una conducida por Curri Valenzuela y, en alguna ocasión, a otra dirigida por Carlos Cuesta. Dos magníficos ejemplos de debate razonable, siempre que por razonable se entienda arrear sin razón y con igual fiereza tanto a los de izquierdas como a los que no son de derechas.

Leguina, experto en nadar y guardar la ropa. Arte que, como todo el mundo sabe, consiste más que en nadar, en tener ropa guardada en ambas orillas del río".

1 comentario:

REGIS dijo...

Cómo se puede hablar de "la necesidad de olvido" cuando el olvido representa volver a matar a quienes todavía no han encontrado la dignidad de ser enterrados por sus deudos y están bajo la tierra que pisamos porque así lo decidieron sus asesinos. Ese es el sentido de la palabra olvido en un sistema democrático que es la continuación de aquel por el que esas víctimas perdieron la vida.

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