martes, 2 de noviembre de 2010

LA ESPAÑA MENOS CATÓLICA DE LA HISTORIA RECIBE AL PAPA COMO CON FRANCO


Félix Población

Ayer, con motivo de la próxima visita del pontífice de Roma a Santiago de Compostela y Barcelona, leíamos en el diario Público que Benedicto XVI llegaba a la España menos católica de la historia. El periódico documentaba ese titular de portada con una serie de datos: el porcentaje de creyentes católicos ha descendido catorce puntos desde 1992, la mitad de los jóvenes da la espalda a la iglesia vaticana, en 2009 el número de bodas civiles superó por primera vez el de ceremonias religiosas.

Llama la atención, como síntoma más relevante de cara al porvenir, el descreimiento galopante de la juventud española en los últimos 18 años, según las informaciones aportadas por el CIS. Entre 1992 y el año actual, el porcentaje de jóvenes entre 15 y 29 años que no se consideran católicos pasó del 82 al 52 por ciento. Esto supone una caída de treinta puntos en poco más de tres lustros. La caída registrada en ese mismo periodo entre el conjunto global de los ciudadanos pasó del 87 al 73 por ciento, lo cual también es muy significativo.

Los sociólogos estiman que ese proceso, incrementado sobre todo a mediados de la actual década, se reforzará en el futuro por un creciente rechazo -que alcanza también a los creyentes- a una parte o a la mayoría de los postulados que la Iglesia mantiene en relación con el uso de preservativos, las relaciones sexuales prematrimoniales, el divorcio, las relaciones homosexuales, el aborto, etc. Este declive del catolicismo en nuestro país, motivado por la intransigencia vaticana ante esas y otras cuestiones, incentiva a su vez un mayor integrismo, tanto en la jerarquía eclesiástica como en ciertos círculos activistas que aspiran a influir en la política gubernamental.

Puede que el poder de la jerarquía eclesiástica española, sustentado por las concentraciones masivas programadas por las asociaciones católicas más conservadoras ante determinadas leyes aprobadas por el actual Gobierno, esté haciendo posible esa política amedrentada de los sucesivos gabinetes de Rodríguez Zapatero, incapaz de aplicar una reducción de los privilegios de los que sigue gozando la iglesia católica en España. No se pueden mantener esos privilegios, amparados en concordatos y acuerdos con la Santa Sede que provienen de un periodo preconstitucional, porque ni son los propios de un Estado aconfesional, ni responden a la realidad sociológica actual del país.

Como dice hoy en El País el teólogo Juan José Tamayo a propósito de la visita del Inquisidor de la Fe, la nueva presencia del Papa en España servirá para ratificar los privilegios de los que goza la Iglesia católica: económicos, sociales, fiscales, jurídicos, educativos, sanitarios, militares, y para seguir dirigiendo la agenda religiosa del Gobierno de Rodríguez Zapatero, que se comprometió con Benedicto XVI a demorar -¿ad kalendas graecas?- la presentación a las Cortes de la nueva Ley de Libertad Religiosa y de Conciencia, que no es del agrado del Papa ni de los obispos españoles. De nuevo, el poder político rendido a la autoridad religiosa.

Esa rendición tuvo un nombre durante la dictadura. Se le llamó nacional-catolicismo y no debería mantener su influencia en la España menos católica de la historia, gobernada por el Partido Socialista. Sin embargo, pese a la crisis, el dispendio económico de nuestras administraciones central y autonómicas con motivo de la visita papal y la cobertura mediática que van dispensarle las televisiones públicas van a ser similares a los de aquella otra España con Franco como caudillo por la gracia de Dios.

1 comentario:

Anónimo dijo...

"Cuando todos te avandonan, Dios permanece contigo"

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