martes, 24 de agosto de 2010

RAFAEL ÁLVAREZ, CABALLERO DE LA PALABRA


Félix Población

El Evangelio según San Juan es el título del espectáculo que abrirá la temporada del Centro Dramático Nacional el próximo mes de septiembre. Como San Francisco, juglar de Dios y El caballero de la palabra, esta última parte de la trilogía que el actor Rafael Álvarez El Brujo presentará en Madrid es, ante todo, teatro donde prima la riqueza oral a través del hermoso, poético y difícil texto del evangelista, con el que el actor trata de hacer partícipe al espectador de una idea esencial: Dios es comunicación. A tal concepto pretende El Brujo que llegue el público como oyente a través de una concentración máxima en la escucha, pues es imprescindible esa atención mantenida y alerta para disfrutar y entender a fondo el lenguaje empleado en la función.

Precisamente en torno al lenguaje aquí y ahora hace Rafael Álvarez unas reflexiones que me parecen muy atinadas. Según El Brujo, al lenguaje también le pesa el estrés que afecta a nuestra sociedad. Si el estrés comporta urgencia, también de urgencia se empapa el lenguaje en que nos expresamos, que se depaupera y simplifica al máximo para seguir el ritmo apresurado en que vivimos y nos hablamos. Ese deterioro se percibe tanto en los diálogos cinematográficos como en la carencia de entonación de los locutores radiofónicos, incapaces de advertir las diferentes morfologías del lenguaje.

Por eso para El Brujo, si el teatro siempre fue el espacio por antonomasia de la palabra en todas sus componentes (interpretativa, musical, rítmica, prosódica y declamatoria), es preciso que las Escuelas de Arte Dramático no se sientan contaminadas por la sociedad del estrés que simplifica y banaliza el lenguaje. No se puede preparar a los alumnos para hacer castings en Telecinco o Antena 3 -dice el actor- y que de ahí pasen a engrosar el mismo ambiente de mediocridad intelectual y deterioro del lenguaje que afecta al cine, donde muchos directores se ufanan de su desprecio al teatro.

Si siempre la formación actoral con más fundamento y rigor fue la que se persigue y cultiva en el teatro, para la cual es imprescindible un dominio íntegro de la expresión oral, quizá ahora -ante el estrés, la simpleza y superficialidad que se abate sobre el lenguaje- la necesidad del teatro que cultiva El Brujo sea más imprescindible que nunca para que no se pierda el rastro de la palabra como la más alta herramienta de comunicación escénica.

Por eso hará bien el público de Madrid en acudir al estreno de El Evangelio según San Juan, porque como en los precedentes espectáculos de ese caballero de la palabra que es El Brujo advertirá que su voz interpreta a fondo y plena forma la sonoridad, belleza y hondura de nuestra lengua como casi nadie puede hacerlo hoy de modo tan notable en los escenarios de España.

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