lunes, 23 de agosto de 2010

¿CÓMO PUDO MATAR LA VERDAD A DAVID KELLY?


Lazarillo

Se nos ha vendido muy bien, según es uso y costumbre, la noticia internacional que más relevancia tuvo la semana pasada: el fin de las misiones de combate en suelo iraquí por parte de las tropas norteamericanas. Las cadenas de televisión, todas a una, nos mostraron la retirada del último contingente militar especializado en esa materia y su llegada a casa. La retirada coincide con un periodo de especial violencia en aquel país, del que venimos teniendo a diario brutal constancia.

Más de cincuenta mil soldados estadounidenses permanecerán en Irak asesorando y entrenando a las nuevas autoridades encargadas de la seguridad bajo un epígrafe tan cursi como falso: Operación Nuevo Amanecer. Bajo tal denominación se pretende disimular lo que a nadie se le escapa: el afán de dominio y explotación de Irak por parte de EE. UU, donde el número de contratistas norteamericanos ha pasado en los últimos años de 2.700 a casi 7.000.

Es una curiosa coincidencia que esa noticia se haya dado al tiempo que la del forense encargado de inspeccionar los restos mortales del inspector de armamento David Kelly, el mismo que en 2003 acusó al primer ministro Tony Blair -componente del Trío de las Azores-, de manipular los informes sobre la presunta existencia de armas de destrucción masiva en Irak, sobre cuya falsa base se justificó la invasión de aquel país.

En su primera comparecencia ante los medios de comunicación, Nicholas Hunt declaró que el suicidio de Kelly es de libro de texto. Un absoluto caso clásico de herida autoinfligida, manifestó el patólogo. Estaba muy, muy, muy triste por David y por la forma en la que había sido tratado por el Gobierno, declaró Hunt al diario británico The Sunday Times, rememorando la larga autopsia de ocho horas que tuvo que efectuar. Yo tenía todos los motivos del mundo para buscar alguna irregularidad, y de verdad que me habría encantado encontrar algo, dijo. La autopsia fue realizada después de que un grupo de expertos solicitara a principios de este mes una investigación completa sobre la muerte de Kelly, a quien la BBC dio como fuente de la noticia en la que se acusaba al Gobierno de exagerar enormemente la capacidad ofensiva del Ejército del dictador iraquí Sadam Husein, del que se llegó a asegurar que podría desplegar armas de destrucción masiva en menos de 45 minutos.

Ni las pruebas de ADN ni el examen integral del cuerpo de Kelly dan a entender que hubiera sido asesinado o que siquiera alguien hubiera cambiado el cadáver de sitio, como aseguraban los críticos de la investigación inicial del Gobierno. La causa de la muerte fue por una pérdida de sangre -causada por las incisiones que se hizo en su muñeca con un cuchillo-, una severa enfermedad cardiaca y, en última instancia, por una sobredosis de analgésicos.

De lo que nunca habrá duda es de la verdad que expuso David Kelly acerca de la mentira que hizo posible la invasión de Irak, la destrucción de aquel país, los cientos de miles de muertos y desplazados y el permanente clima de violencia y terrorismo que se vive allí desde entonces. Diga lo que diga Nicholas Hunt, me resisto a creer que quienes denuncian la verdad -sobre todo cuando esa verdad equivale a la denuncia de tanta masacre- puedan acabar voluntariamente con su vida. Esa conclusión me parece en extremo fatalista para el mundo al que aspiramos, un mundo que, como en Irak o en cualquier otro punto del planeta, se puede volver a llenar de muerte por culpa de cualquier otra mentira que alguien como Kelly se atreva a denunciar para después matarse.

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