viernes, 13 de agosto de 2010

QUE LOS JÓVENES DEJEN DE SER INVISIBLES EN AMÉRICA LATINA


Félix Población

Leo un desolador informe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) y la Organización Iberoamericana de la Juventud (OIJ). Según esos datos, uno de cada cuatro jóvenes latinoamericanos ni estudia ni trabaja. La estadística, que incluye a España y Portugal sin especificar la cuantía que corresponde a estos dos países, asegura que de 150 millones de jóvenes el 45 por ciento (68 millones) está desempleado.

América Latina es, junto al continente africano, la única región del mundo cuya juventud experimenta un crecimiento sostenido. Privada de la protección social que se da en los países de nuestro entorno europeo, en América Latina los jóvenes son invisibles para la sociedad, afirma Eugenio Ravinet, presidente de OIJ. Naciones como México, Colombia, Ecuador, Panamá y Perú sufren uno de los índices más altos de subempleo o empleo informal entre la juventud (82,4 por ciento), superando en más de un 30 por ciento el que se da entre la población adulta (50,3).

Si el desempleo entre los jóvenes de las clases más pobres y modestas es un 19 por ciento mayor que en las clases media y alta, las mujeres sin trabajo son un 10 por ciento más que los hombres, con la agravante de que América Latina es la única región del mundo donde la tasa de fecundidad entre las adolescentes ha seguido creciendo en los últimos treinta años. Mientras en Europa se registra un 2,8 por ciento de embarazos entre jóvenes de 15 a 19 años (un 4,8 por ciento en todo el planeta), en Iberoamérica el porcentaje llega al 7,3.

Es efectivamente muy grave que una región como América Latina, potencialmente tan llamada a emerger de la postración histórica que ha venido soportando durante cientos de años, arroje índices tan negativos para las generaciones llamadas a levantar su porvenir. Es bien sabido lo que esa falta de alicientes para los más jóvenes comporta muchas veces, pues la impotencia y la inacción pueden derivar en problemas de salud mental, cuando no en derroteros que les lleven a la violencia o a la drogadicción, tal como indican los alarmantes índices de delincuencia que dan en algunos países latinoamericanos.

Ante estadísticas como la comentada, no puedo resistirme a recordar un poema de Miguel Hernández (del que este año se conmemora el centenario de su nacimiento), perteneciente al Cancionero y romancero de ausencias, y cuya referencia debería obligar a los gobiernos iberoamericanos -y también al nuestro por lo que le toca- a la necesidad urgente y perentoria de llenar de estudio, oficio y expectativas a las jóvenes generaciones para que sus países tengan futuro:

La vejez de los pueblos,
el corazón sin dueño.

El amor sin objeto.

La hierba, el polvo, el cuervo.
¿Y la juventud?
En el ataúd.

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