jueves, 6 de noviembre de 2008

LA TUMBA, LA MORAL Y LA OBRA DE AZAÑA


Félix Población

Una vez más, con ocasión de la entrega al Ministerio de Cultura -que la alojará próximamente en el Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca- de la bandera tricolor que cubrió el féretro de don Manuel Azaña, se ha vuelto a hablar en los periódicos de la tumba en Montauban (Francia) de quien fuera presidente de la Segunda República.

En la ceremonia en que la hija de Jean Gregory de Valdés, que fue testigo presencial de la muerte de don Manuel en 1940 y conservó durante toda su vida la enseña, entregó ésta al ministro de Cultura, el señor Molina quiso trasladar a doña Linda Gregory el reconocimiento público y la restitución moral para Manuel Azaña, según palabras textuales de quien además de ministro es un reconocido escritor y, por lo tanto, debería glosar con más enjundia conceptual y menos retórica al uso y abuso la personalidad política e intelectual del mentado.

¿Qué "reparación moral" necesita o puede procurarle el Gobierno mediante semejantes declaraciones a quien conservó intacta y representó hasta el último día toda la fuerza moral y la razón de la legalidad y la democracia frente a sus agresores? No es una imposible e innecesaria restitución moral lo que la actual Monarquía española le debe a don Manuel Azaña, sino el tributo de reconocimiento y justicia consistente en repatriar, por fin, sus restos con los debidos honores de jefe de Estado. Es lo que estima Josep Enric Giménez Miralles en una carta escrita desde Munich y publicada ayer en el diario El País.

En el mismo periódico y fecha, otro lector disiente del criterio del precedente respecto a esa repatriación y considera que lo más recomendable es respetar la opinión del propio don Manuel con relación a esa costumbre tan española de pretender rehacer la historia a base de reinhumar los restos mortales de sus protagonistas. Para lo cual, Luis José Herrero López se permite citar las palabras literales del propio Azaña:

Si el héroe o genio no tomó la precaución de marcharse de la tierra sin dejar huella, está, además, expuestísimo a que se le zarandee el esqueleto. En España, lo primero que se hace con los hombres ilustres es desenterrarlos. Del cadáver con pretensiones de celebridad que no ha sido 'reivindicado' alguna vez, bien se puede creer que usurpa su fama. La manía de la exhumación sopla por ráfagas, como la del suicidio o el desafío. Hace años, el Parnaso español pudo temer que era llegado el día del juicio final: no dejábamos a nadie yacer tranquilo, hubo un ir y venir de ataúdes y un trasiego de huesos que apestaba.

Hace tiempo, en un semanario que no sé si subsiste en la capital del Reino y que tiene por cabecera La puerta de Madrid, encontré un texto que me parece muy coherente en relación con la postura de don Manuel. El escrito, que no lleva firma, abunda con suma precisión en lo que me parece más idóneo respecto a la tumba de don Manuel Azaña: Los huesos son sólo eso, huesos, es decir, fosfato cálcico moldeado de una forma determinada. Si algo importa de verdad de las personas que hicieron algo en la historia es su recuerdo y su mensaje, nunca unos despojos que en nada se diferencian de los de cualquiera de los millones de anónimos ciudadanos que pasan de puntillas por la vida sin dejar el menor rastro. Por esta razón, si queremos recordar a Manuel Azaña hagámoslo con sus escritos, con su pensamiento y con su figura histórica, pero por favor dejemos que sus huesos reposen en paz tal como lo hacen ahora. Montauban, Alcalá... ¿Qué importa? Lo que importa es lo que hizo y lo que dijo, no lo poco que pueda quedar ahora de lo que fuera su cuerpo.

En ese mismo sentido se expresa con clara agudeza al término de su misiva el señor Herrero López, con quien comparto de pleno lo que nos compete a los españoles, y sobre todo al Gobierno y a los ministerios concernientes en la educación y cultura de España, con quien además de Jefe de Estado fue, sobre todo, uno de nuestros escritores e intelectuales más sobresalientes: Respetar sus ideas, tanto para respetar su voluntad, dejando sus huesos en paz allí donde nuestra incivilidad quiso que quedaran -lección perpetua de nuestra historia-, como para aplicarlas y transformar a España, de una vez, en un país moderno. Su clara visión de un Estado laico frente a la secular injerencia de la Iglesia católica en los asuntos públicos de este país sigue siendo de aplicación a casi 70 años de su muerte. Por ejemplo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

También dijo el ministro que hoy vivimos en la españa constitucional y democrática que Azaña imaginó. No es verdad en lo que atañe al estado laico que él representó.

Anónimo dijo...

La retórica se utiliza, amigo Félix, para evadirse de la verdad.

Anónimo dijo...

Cualquier figura de la talla de Azaña sería un oprgullo para su país. Pocos países pueden tener enterrado en el exilio a un jefe de estado e intelectual como Azaña. Sólo los reyes déspotas o los tiranos merecen ese castigo. Tanto Pinochet como Stalin están entrerados sin embargo en suelo patrio, y además con honores, sobre todo el primero que murió hace bien poquito en un país democrático.

Publicar un comentario