sábado, 6 de septiembre de 2008

AQUÍ CHILE: EL ARTE DE MALVIVIR


Aníbal Venegas
(Chile)
Lo bueno y lo malo: he ahí el dualismo concebido en el seno de múltiples consensos para fundamentar religiones, derechos, morales, lo estético, lo encomiable, lo grotesco, “el deber ser”. Persiste aún la fe en nuestro tiempo de hacer de la vida humana un arte del buen vivir; “cuando la calidad de la sociedad pueda sustituir a la cantidad entonces merecerá la pena vivir”, dijo Schopenhauer. Jamás en Chile se habían dado tantas luces como ahora, del cansancio, de la resistencia hacia la vida y del cultivar una experticia vital negativa para todos y todas, y peor aún: la abrumadora cantidad está pudriendo los sesos de la calidad ¡Habría que enfundarse en cuero de chancho!

Ya ni siquiera valdría la pena comenzar a discutir si estamos en la Modernidad o en la Posmodernidad ¿Qué significan esos términos rebuscados y académicos para la gente común, que posee certezas ambiguas, a medias, como la engañifa visual de la noche y el aire mohoso del día? ¿Qué sabe la muchedumbre respecto de lo más próximo a los sentidos? Poco y nada; la luna está asociada con anorexia y bulimia (o bien retraso mental), la ciencia con tecnologías, la gran política con los representantes, el arte con saltimbanquis, la liberación sexual con concupiscencia, el feminismo con lesbianismo, derechos humanos con comunismo, felicidad con dinero, periodismo con farándula, progreso con mega mercados, amor con reality shows. Durante 365 días bailamos el vals de la idiotez ¡Qué dichosos somos los chilenos!

Conocido por todos es el hecho de que el gobierno y quienes manejan el poder, experimentan orgasmos galopantes toda vez que la muchedumbre continúa sumergida en la ciénaga de un lamentable y delirante estado intelectual, teniendo el poder oficial la oportunidad de comenzar a crear nuevamente las múltiples estrategias para esconder las problemáticas sociales reales, bajo una mullida y aparentemente impenetrable alfombra. Hay casos en los que sin duda el poderío se deja guiar por la desidia, toda vez que la vida misma le ofrece las garantías para mantener adormecido al vulgo: basta recordar las francachelas, lloriqueras, fan clubs e inclusive canonizaciones populacheras que se llevaron a cabo durante la semana de luto nacional producto del fallecimiento de su santidad “el general del pueblo” Bernales, con todas las performances gubernamentales de por medio ¿Qué espera entonces el chileno promedio de la vida? Pocas cosas en realidad: los que capean vehículos, asaltos y baratijas en el infierno urbano, anhelan un soplo bucólico en el rostro para comenzar nuevamente a trenzar destinos; los del campo todavía juntan leche fresca y pancito remojado para que no se les vaya a morir el culebrón…

Lo peor a lo que puede llegar el discurso oficial es a echar en cara la dualidad “bueno y malo”, haciéndonos escoger entre uno y otro camino. Lo bueno sería lo glorioso, el rendir justo tributo a la patria, el obedecer de manera ciega y absurda los delirantes anhelos gubernamentales que de forma muy peculiar espetan a los cuatro vientos “democracia para el anciano, para el indio y para el angelito”. Los malos en cambio eligen el camino de la disidencia, de la tozudez, de la imbecilidad antes que todo; esta senda es elegida por los disidentes, los quebranta huesos, los rebeldes que reclaman tierras “ancestrales” (terroristas también les llaman), por los artistas de lo elevado y la denuncia, por los que mastican como fieras esta insoportable realidad y la vomitan de vez en cuando, temerosos de que el poderío les amedrante nuevamente con todo su ejército de vandalismo y terror. Con tal panorama se hace prácticamente imposible cultivar el arte del buen vivir y antes que todo, cosechamos las ortigas, yuyos y regias matas de cardo que es lo único que puede obtenerse de una siembra tan cargada a la miseria y el renunciamiento.

En Chile se ha aprendido a cultivar el arte del mal vivir. Ante todo nuestra dieta intelectual se compone de guedejas pestilentes, cuyas hebras descompuestas nuestros corazones endurecidos y ennegrecidos como el carbón, no pueden percibir “¡A mí no me pasan gato por liebre!”, manifestaba un fiel seguidor de prensa oligárquica, que como sabemos, es un potpurrí de bajas pasiones y rococó cerebral. Demasiado consumo de prensa chilena no puede hacer otra cosa sino desquiciar las mentalidades; de ahí la esquizofrenia del alma. Para qué hablar de la miseria perceptiva de los sentidos; entrenados en la fealdad y la contemplación del vidrio y el asfalto como si de obras artísticas se tratara, el olfato, el oído, el gusto, el tacto y la vista se han transformado gradualmente en mera fruslería orgánica, que llegada la hora de nuestra muerte no van a gustar ni al más impertérrito gusano.

De pronto nos llega un relativismo que no hace otra cosa sino enaltecer un profundo desprecio hacia la razón. Como en Chile se goza con la variété –aún cuando el gallinero luzca horrible mezclado con la porqueriza-, se disfruta hasta el paroxismo con el alegre y pintoresco espectáculo urbano repleto de destellos multicolores, donde se contempla por doquier las últimas modas traídas de la China , India y Japón –el sushi es la empanada del siglo XXI- y cuanta idiotez con aroma a oriente o exótico aparezca ofertado en el mercado. Como si la pobreza intelectual que se observa en las calles no fuera suficiente, los cinco canales de TV nacionales atiborran su parrilla programática con platós donde los “periodistas” se preocupan de teorizar respecto a la nada interesante, fútil, superflua e insulsa vida de pésimos deportistas, “artistas” y antifilósofos, defendiendo una y otra vez la “libertad de expresión” y “la opinión”, utilizando un discurso nefasto basado y amparado en una axiología pedestre, ridícula y baladí.

Quizá la conjunción y contrapunto de toda nuestra deficiencia vital, radica en el hecho de que el intelectualismo chileno aún no remece las conciencias de manera suficiente, al punto de lograr dinamitar las cabezas y así retirar la estopa que se exhibe como si de cerebro humano se tratara. Todavía esperamos cultivar un buen vivir, aún aguardamos el momento de romper las cadenas para dejar de ser esclavos de la futilidad ¿El bien o el mal? ¿Qué se necesita para una encomiable vitalidad? ¿O precisamos romper ambos conceptos (Nietzsche)? Como dijo Schopenhauer “la vida del hombre oscila como un péndulo entre el dolor y el hastío. Tales son, en realidad, sus dos últimos elementos. Los hombres han expresado esto de manera muy extraña. Después de haber hecho del infierno la morada de todos los tormentos y de todos los sufrimientos, ¿qué ha quedado para el cielo? El aburrimiento precisamente”.-
anibal.venegas@gmail.com

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