Félix Población
Contaba hace un par de días el pintor Juan Alcalde (Madrid, 1918), autor del último retrato de don Manuel Azaña en su lecho de muerte en la localidad francesa de Montauban, que el hotel donde había fallecido quien fuera presidente de la segunda República Española estaba lleno de soldados nazis.
Contaba hace un par de días el pintor Juan Alcalde (Madrid, 1918), autor del último retrato de don Manuel Azaña en su lecho de muerte en la localidad francesa de Montauban, que el hotel donde había fallecido quien fuera presidente de la segunda República Española estaba lleno de soldados nazis.
Es de imaginar en esas circunstancias la funesta adversidad ambiental en que discurrió el velatorio de quien pretendió defender a su país del fascismo. Se supone que en medio del áspero vocerío de la milicia alemana, trató Alcalde de hallar la concentración y sensibilidad precisas para dar constancia en los trazos de su dibujo de la dignidad humana de quien sin duda, tanto entonces como ahora, era considerado como una de las personalidades políticas más importantes de nuestra historia.
Decía Juan Alcalde, desmarcándose con su versión de las mitificaciones encomiásticas con las que se suele glosar en esos casos una figura de la talla de don Manuel, algo que en principio parece devaluar la memoria de Azaña, pero que en realidad no sólo la humaniza para hacerla más nuestra, sino que realza la sensibilidad emocional y de diagnóstico de su agudeza intelectual: Yo creo -decía el nonagenario pintor madrileño- que ese hombre tan fino, penetrante y espiritual murió de miedo, que es una forma muy decente de morir.
Para que ese miedo matara a don Manuel Azaña con tanta decencia era preciso que su sensibilidad y talento político le advirtieran en su vejez derrotada y enferma de las consecuencias de aquel oscuro mundo naciente. Si los ideales republicanos habían sido pisoteados en España por un trágico golpe de Estado fascista, que prolongaría por muchos años el miedo y la muerte entre los vencidos en la Guerra Civil, toda Europa estaba pendiente entonces de los afanes imperialistas del nazismo, que llenaría a la postre de miedo y sangre al viejo continente.
Es muy valiosa la opinión de Juan Alcalde, pues fue él quien con su último retrato de Manuel Azaña pudo captar acaso, en las facciones definitivamente yacentes del presidente republicano, las secuelas de ese postrero sentir. El dibujo del pintor madrileño estará en las dependencias del futuro Centro Documental de la Memoria Histórica que tendrá su sede en Salamanca. Junto al mismo yo colocaría otro preciado objeto que tendrá como destino el CDMH: la maleta con la que el general Vicente Rojo salió para el exilio.
Bien podría ser esa maleta el símbolo del nuevo centro. Confluirá en el mismo toda la documentación conservada y gestada durante el éxodo de la España republicana en varios países de Europa y América. Recuperar y difundir esa memoria es imprescindible para que el miedo no vuelva a matar nunca la inteligencia y con ella la libertad, la paz y la palabra.
Decía Juan Alcalde, desmarcándose con su versión de las mitificaciones encomiásticas con las que se suele glosar en esos casos una figura de la talla de don Manuel, algo que en principio parece devaluar la memoria de Azaña, pero que en realidad no sólo la humaniza para hacerla más nuestra, sino que realza la sensibilidad emocional y de diagnóstico de su agudeza intelectual: Yo creo -decía el nonagenario pintor madrileño- que ese hombre tan fino, penetrante y espiritual murió de miedo, que es una forma muy decente de morir.
Para que ese miedo matara a don Manuel Azaña con tanta decencia era preciso que su sensibilidad y talento político le advirtieran en su vejez derrotada y enferma de las consecuencias de aquel oscuro mundo naciente. Si los ideales republicanos habían sido pisoteados en España por un trágico golpe de Estado fascista, que prolongaría por muchos años el miedo y la muerte entre los vencidos en la Guerra Civil, toda Europa estaba pendiente entonces de los afanes imperialistas del nazismo, que llenaría a la postre de miedo y sangre al viejo continente.
Es muy valiosa la opinión de Juan Alcalde, pues fue él quien con su último retrato de Manuel Azaña pudo captar acaso, en las facciones definitivamente yacentes del presidente republicano, las secuelas de ese postrero sentir. El dibujo del pintor madrileño estará en las dependencias del futuro Centro Documental de la Memoria Histórica que tendrá su sede en Salamanca. Junto al mismo yo colocaría otro preciado objeto que tendrá como destino el CDMH: la maleta con la que el general Vicente Rojo salió para el exilio.
Bien podría ser esa maleta el símbolo del nuevo centro. Confluirá en el mismo toda la documentación conservada y gestada durante el éxodo de la España republicana en varios países de Europa y América. Recuperar y difundir esa memoria es imprescindible para que el miedo no vuelva a matar nunca la inteligencia y con ella la libertad, la paz y la palabra.
PS.- Fue en España donde los hombres aprendieron que se podía tener razón y ser vencidos, que la fuerza puede derrotar al espíritu y que hay tiempos en que el valor no es su propia recompensa.
Albert Camus.
Albert Camus.
6 comentarios:
Tus artículos sobre la memoria histórica me parecen siempre muy sensibilizados por el tema. Te felicito por la forma y el fondo al exponerlos. Un saludo
La idea es muy buena, se la va a copiar cualquier publicista de esos que se llevan una pasta por ser mediocres.
La segunda República fue el primer periodo democrático en la historia de España. Todo lo que no contribuya a rescatar su memoria, favorece al régimen que pretendió matar la democracia en España.
Fíjense, en la maleta pone tercera clase y se trata de un general...
La poca prisa que se está dando el gobierno en ese centro demuestra lo poco que le interesa la memoria histórica de ese primer periodo democrático de España.
Me gusta mucho tu manera de escribir, Félix, y espero que esa constancia nos acompañe mucho tiempo. Un saludo desde el pueblo de tus mayores.
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