lunes, 24 de marzo de 2008

SOBRE LA DIGNIDAD DE LA TORTURA Y LA PENA DE MUERTE


Félix Población
Dijo el otro día don Fernando Sebastián, obispo émerito de Pamplona, que la crucifixión de Jesús fue una muerte absolutamente digna, pese a que no contó con cuidados paliativos, según expresión textual de quien se caracterizó en las vísperas electorales por denigrar su púlpito con la recomendación a sus feligreses de votar a la extrema derecha. Tanto con unas como con otras manifestaciones resulta obvio consignar que monseñor Sebastián se ganó los titulares de los periódicos del día, coincidentes en el primer caso con la repercusión de la muerte en Francia de Chantal Sébire, una ciudadana afectada por un doloroso y extraño cáncer, cuya solicitud previa de poner fin a su personal calvario fue desestimada por las autoridades del vecino país.

Es claro que para don Fernando Sebastián tanto la tortura sufrida por Cristo aquí en la tierra, por designio de sus jueces, como la experimentada con su terrible enfermedad por la ciudadana francesa aludida, son dignas, lo cual debería alarmar más que sorprender en una religión que predica el amor y la misericordia, más que nada porque la tortura en cualquiera de sus manifestaciones es siempre condenable y si cualquier razón que trate de justificarla -como las apuntadas por el presidente Bush recientemente- resulta infame, mucho más lo serán aquellas que pretendan dignificarla.

En cuanto a la ejecución de Jesús de Nazaret en la cruz, todos sabemos que obedeció a la sentencia de muerte cursada por Pilatos bajo la presión de las altas instancias religiosas de la comunidad judía, celosas y resentidas por la influencia revolucionaria que el nuevo mensaje fraternal, solidario y emancipador de Cristo estaba cobrando en el entorno social adscrito al dominio de la fe hebraica.

No debería sorprendernos -por su pasada ejecutoria inquisitorial- que la católica iglesia, que tanto se honra con la defensa de la vida, siga sin condenar a estas alturas la pena de muerte dictada por la humana condición contra un ser humano. Pasar de eso, sin embargo, a dignificarla en la figura de Jesús me parece un dislate absurdo e irracional que ni siquiera es disculpable por la trascendencia religiosa que esa muerte tuvo en el credo cristiano.

La tortura y muerte de Cristo fueron indignas como lo fueron y lo serán siempre las de cualquier ser humano condenado por las leyes de los hombres. Sí se puede hablar de muerte digna cuando se trata de paliar la tortura que conduce a la muerte. La dignidad de la persona sólo es evaluable en esas circunstancias por el dolor que evita, nunca por el sufrimiento que padece o permite.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Sí, Félix. Es un alivio que alguien nos recuerde la causa de la condena de Jesús. Es la misma por la que se sigue condenando a mucha gente hoy día al silencio, a la desaparición, a la cárcel, a la tortura y a la muerte. Y parece que la jerarquía religiosa, como todas, como siempre, no deja claro de qué parte está y juega siempre con su baraja. En nuestras manos está no jugar a su juego y que se entretengan haciendo solitarios y allá ellos con sus trampas. Gracias, amigo Félix.

Anónimo dijo...

Están tan viejos y cansados de alma estos obispos que darían lástima si no siguiesen dando algo de aquel miedo sobre el que se sustentan...

Anónimo dijo...

Sin renovación no hay vida y la iglesia hace mucho que perdió ese estímulo.

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