Lazarillo
Entre las varias pancartas mostradas por los vecinos de la localidad granadina de Albuñol, que desde hace unas fechas se manifiestan en contra del traslado de su párroco don Gabriel Castillo, impuesto por el arzobispo de Granada, figura la que ilustra este comentario: Monseñor, no deje que la llama de la fe que Gabriel ha encendido en nosotros se apague.
La mayoría de los lugareños considera que tal traslado es forzoso e injustificado, además de afectar tan gravemente como se señala en esa pintada a la recuperación, floración y arraigo en que se basa la clave de su creencia religiosa.
Si el vecindario de Albuñol expresa así su resistencia, apelando al fundamento de su fe, de la que don Gabriel Castillo ha sido el propulsor merced al ejemplo dado con su ministerio, a la autoridad eclesiástica le competiría celebrar esa gozosa efeméride antes que evitarla, pues no son propicios los tiempos corrientes a ejemplos tan fructuosos para la comunidad cristiana.
La noticia abunda en algunos detalles, sobre todo en lo que respecta a la labor social desempeñada por don Gabriel en aquella localidad, que la mayoría del vecindario considera encomiable. En correspondencia con su vocación, el sacerdote albergó en su casa parroquial a la veintena de senegaleses que dormían a la intemperie en el campo de fútbol. Hay quienes comentan en el pueblo que la decisión tomada por monseñor Martínez, arzobispo de Granada, se debe a un requerimiento de la madre superiora del convento de monjas ubicado en la localidad, disgustada con el proceder del cura.
El caso recuerda al de la parroquia vallecana de san Carlos Borromeo en Entrevías, sobre cuya magnífica y dilatada misión social en favor de los más humildes pesa una orden del arzobispado de Madrid para reconvertirla en un centro de Cáritas.
Es como si desde que Benedicto XVI accedió al Papado y se supo con certeza de qué iba, las perspectivas de la respetable obispalía prefirieran buscarlas antes en el retrovisor esclerótico de Trento que en el espejo vivífico de porvenir del Vaticano II.
3 comentarios:
Una pena! La iglesia ha perdido el norte...algo así como a los políticos...el evangelio ha quedado olvidado en la sacristía. Queremos una Iglesia libre, fuerte, que deje la hipocresía para otros...Casos como este, y peores,abusos, humillaciones, .. son el pan nuestro de cada día...que le pregunten al obispo de Santiago que ante innumerables humillaciones por aprte de curas a sus sacristanas se esconde de bajo de la mesa y premia porque, dice él ¡que voy a hacer! Si le queda grande el episcopado que vuelva a casa..
Con Juan Pablo II ya estaban las cosas claras, ahora Benedicto sólo acaba de ponerlas más claras con su inclinación oscurantista e integrista. La misa en latín es todo un síntoma de atraso.
La jerarquía silencia a los virtuosos y paga por los que atentan contra los niños como en Estados Unidos. Esa iglesia sólo tiene un destino: pudrirse.
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