Félix Población
Don Manuel Fraga siempre da juego como entrevistado, más por su fragorosa personalidad que por la experiencia y sabiduría que de su edad provecta y dilatado currículum político cabe esperar. Lo demostró una vez más en la interviú sostenida con doña María Antonia Iglesias y publicada ayer domingo por el diario El País. Quizá porque quien fue ministro durante el régimen franquista, no está en condiciones de sorprendernos con un análisis ponderado de lo que supuso la Guerra Civil, máxime teniendo en consideración que su partido, el PP, jamás condenó aquel régimen dictatorial, que sí fue repudiado en el Parlamento de la nación por el resto de las formaciones políticas. Para enfatizar acaso esa excepcionalidad del Partido Popular, se permitió el señor Fraga calificar de disparate la llamada Ley de la Memoria Histórica, ante lo cual la periodista apeló a la misericordia en nombre de los perdedores en aquel deplorable conflicto, con derecho sin duda a enterrar al menos a sus muertos:
Amnistía quiere decir amnesia y eso quiere decir olvidar, olvidar. Todo el mundo tiene derecho a enterrar a sus muertos. Pero los muertos amontonados son de una guerra civil en la que toda la responsabilidad, toda, fue de los políticos de la Segunda República. Eso no se resuelve con una Ley de Memoria Histórica, que además tampoco resuelve hasta dónde nos remontamos para saber todo lo que hay que saber. ¿Hasta las Cortes de Cádiz?
Pese al respeto que me merece siempre la senectud, el incuestionable espíritu de trabajo de don Manuel, su indudable conocimiento de la ciencia y el ejercicio políticos, así como su papel moderador durante la transición, tan ensalzado por los analistas de aquel periodo, no he podido evitar que esa declaración del señor Fraga me remontara a una página nada ejemplar de su memoria, extinto ya el Caudillo a quien sirvió.
Se cifra ésta en los 5 trabajadores que resultaron muertos en los sucesos de Vitoria, en marzo de 1976, como consecuencia de su enfrentamiento con la Policía Armada cuando se habían refugiado en la iglesia de san Francisco de Asís de aquella ciudad. Don Manuel Fraga era entonces Ministro de la Gobernación y los derechos de reunión, manifestación y huelga seguían proscritos, cuarenta años después de que una caterva de militares felones se rebelara contra el régimen legal y democráticamente constituido. Fue la victoria de esa tropa golpista y fascista la que sumió a España en muchos años de muerte, persecución, cárcel y silencio, tantos que hasta después del fallecimiento de su máximo culpable todavía pudo el ministro don Manuel aplicar la represión mortal contra los derechos fundamentales conculcados por el franquismo.
También dijo el octogenario don Manuel a la periodista que pese a tener la pierna izquierda un poco floja, este año mató al ciervo mayor de toda su vida, un bicho que dio 20 puntas y 217 puntos, lo que es una medalla de oro. Yo no sé por qué el señor Fraga recurre al verbo matar para hacer gala de su resistente longevidad, pero si ésta es expresión de larga y saludable vida más valdría que le sirviese para reparar en su interesada amnesia, que culpabiliza a las víctimas de la victoria franquista de la responsabilidad que sólo compete a los victimarios. Fueron muchos los muertos amontonados, las vidas rotas, las voces acalladas.
4 comentarios:
Quienes dicen que los bandos cometieron barbaridades durante la guerra, olvidan que fueron los vencedores los que las siguieron cometiendo en tiempo de paz. Qué diferencia, amigo Félix, de las palabras de Azaña, antes de la paz franquista, a las de Fraga, medio siglo después.
Fraga se ha puesto a tono con lo que fue hace mucho gracias a lo que es el PP ahora.
Tiene derecho a defender su currículum y su razón de servicio a España.
¿Qué tal un debate con Carrillo para animar el tedio veraniego?
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