jueves, 3 de mayo de 2007

Premio Casaldàliga al cura rojo de Vallecas

Félix Población

Hace unas semanas, la parroquia madrileña de Entrevías, en el barrio obrero de Vallecas, fue noticia porque el arzobispo de la diócesis, monseñor Rouco Varela, tomó la decisión de cerrarla para reconvertirla en un centro social de Cáritas. Para justificar tal medida se alegaron razones litúrgicas. Ni el vestuario de calle de los tres curas para oficiar las misas, ni el pan o las rosquillas con las que los feligreses compartían el sacramento de la comunión, fruto del trabajo del hombre -en este caso amasados por las mujeres de la comunidad-, satisfacían la pulcritud ortodoxa de la jerarquía eclesiástica.

Lo de menos -¿o lo de más?- era y es que don Enrique de Castro y sus dos compañeros lleven treinta años al frente de la evangélica misión de prestar ayuda y confortación a los más desfavorecidos y verificar así una ejemplar labor social y humanitaria, asumida y compartida fraternalmente al otro lado del mundo entre la persecución y el asesinato no santificables, que para eso ya le basta a la Curia vaticana con los mártires de la cruzada franquista que este otoño, por cientos, Rouco y los suyos llevarán en multitudinaria peregrinación a Roma.

La concesión del Premio Pere Casaldàliga a don Enrique de Castro, otorgado por el Festival de Cine Solidario de Navarcles, viene a ser un estimulante abrazo que la Iglesia de los Pobres se da en la persona y trayectoria del cura de Vallecas para que la fuerza de su ejemplo prevalezca entre nosotros como solidario camino de liberación. Nada mejor para celebrar el significado de esta noticia que recurrir a las palabras de quien, además de obispo en San Félix de Araguia (Brasil) desde 1971, es un excelente poeta, capaz de dar hondura y emoción a la razón de sus creencias.

Podría haber seleccionado no uno sino varios de los poemas de Pere Casaldàliga (Barcelona, 1928) para glosar la relevancia de ese abrazo en la alentadora fe que une a Castro con Calsaldáliga desde dos mundos distintos y ante la urgencia y evidencia de las dos realidades semejantes que mueven su ministerio. Me quedo con el que sigue, perteneciente a su penúltimo libro de versos Todavía estas palabras:

Yo, pecador y obispo, me confieso
de haber llegado a Roma con un bordón agreste;
de sorprender el Viento entre las columnatas
y de ensayar la quena a las barbas del órgano;
de haber llegado a Asís,
cercado de amapolas.
Yo, pecador y obispo, me confieso
de soñar con la Iglesia
vestida solamente de Evangelio y sandalias,
de creer en la Iglesia,
a pesar de la Iglesia, algunas veces;
de creer en el Reino, en todo caso
-caminando en Iglesia-.
Yo, pecador y obispo, me confieso
de haber visto a Jesús de Nazaret
anunciando también la Buena Nueva
a los pobres de América Latina;
de decirle a María: «¡Comadre nuestra, salve!»;
de celebrar la sangre de los que han sido fieles;
de andar de romerías...
Yo, pecador y obispo, me confieso
de amar a Nicaragua, la niña de la honda.
Yo, pecador y obispo, me confieso
de abrir cada mañana la ventana del Tiempo;
de hablar como un hermano a otro hermano;
de no perder el sueño, ni el canto, ni la risa;
de cultivar la flor de la Esperanza
entre las llagas del Resucitado.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Y qué une a Roma con Vallecas o el Matto Grosso?

Anónimo dijo...

Casaldàliga es un ejemplo para los creyentes y una referencia ética de las más señaladas en nuestro tiempo para los que no lo son.

Anónimo dijo...

Pero al final qué es lo que va a pasar con la iglesia de Entrevías, tengo entendido que en Italia hubo un caso similar y al final los obispos tuvieron que desdeceirse porque no fueron capaces de oponerse a la resistencia de los feligreses. ¿Ocurrirá aquí lo mismo o estarán esperando a hacerlo echar el cierre con nocturnidad y alevosía?

Anónimo dijo...

La Iglesia Católica está llena de serios defectos y de muy notables imperfecciones, pero a menudo sus detractores son tan hipócritas como ella. Hay que dar ejemplo antes de criticar y muchos de los que defienden la "Iglesia de los pobres" niegan a su semejante el pan y la sal, de los que disfrutan abundantemente. Cristo amó a todos: a los ricos y a los pobres. Hasta los treinta años de edad vivió de su trabajo y, por tanto, supo lo que significaba trabajar. Jamás le concediron premio alguno y es poco probable que, de habérselo concedido, lo hubiera aceptado. No cobró por curar a los enfermos. Dio ejemplo de cumplir con la tradición judía celebrando la Pascua tal y como prescribe la Ley y si en el atrio del Templo de Jersualén hubieran repartido rosquillas, se hubiera enfadado igual que se enfadó con con los cambistas.
Hagan, pues, los señores curas lo mismo; háganlo también los que defienden a la "Iglesia de los pobres" y dejen todos de hacer política con las cosas de Dios.

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