Félix Población
Nadie ni nada multiplica los panes y los peces en Thiaroye. Antes al contrario, el mar se muestra esquivo, la pesca escasa y el pan de cada día hay que buscarlo más allá de horizonte. Por ese pan se han jugado la vida cientos de jóvenes pescadores de Thiaroye. Más de un centenar de familias de esta localidad senegalesa, no muy lejos de Dakar, tienen enterrado en ese tránsito marino, surcado sólo con el ligero equipaje de un último sueño, a uno de los suyos.
La pasada primavera, ochenta vecinos de Thiaroye braceaban hacia el litoral de ese sueño en un cayuco que naufragó a la vista de las costas canarias, primera meta de su diáspora por la conquista del pan. Al fatal precio de ese tránsito hay que añadir los setecientos euros por cada una de esas plazas para la muerte que endedudaron a los familiares de las víctimas, desprovistos ahora de la fuente de ingresos de sus parientes muertos.
Yaya Bayem es una de esas madres que lloraba cada tarde a su hijo Alioune, desaparecido en esa travesía, en las playas de Thiaroye. Otras madres desistían del consuelo de esa póstuma nostalgia porque creían escuchar el grito de los ahogados y su incesante demanda por descansar en la tierra que los desheredó de toda esperanza de siembra.
Ahora Yaya Bayem y las madres del mar ya no lloran en Thiaroye. Puede que sus lágrimas hayan sido el fermento de su unión, pero Yaya Bayem ha desechado el llanto por estéril para su causa. Llorar por llorar ahonda la pobreza. Mejor rezar, siempre que el rezo sea un estímulo para la acción. De ahí ha surgido la Asociación de Madres y Viudas de los Cayucos y su objetivo de impulsar un sistema de microcréditos para poner fin a la emigración clandestina que despuebla de juventud el porvenir de su nación.
No sé si Yaya Bayem logrará sus objetivos. Dependerá en buena medida del apoyo que reciba durante el viaje que estos días realiza por España para la reafirmación de su proyecto. Lo que sí está claro es que, para fomentar esa iniciativa revitalizadora que nutra sus expectativas con la cosecha arraigada de los panes y los peces, ha partido del abrazo de un sentimiento común que en lugar de cebarse en la pasiva conformidad del llanto, ha optado por la fe en la acción comunitaria de unos centenares de mujeres para que en los caminos del mar no se siga enterrando el sueño de sus hijos, que vacía de brazos los vientres y la tierra donde nacen.
3 comentarios:
Para evitar el llanto de esas madres no se necesita únicamente la solidaridad y la ayuda de las gentes de buen corazón. Además, es necesario castigar ejemplarmente a los que comercian con las ilusiones y las esperanzas de seres humanos deseosos de vivir como tales. Ninguna madre debería llorar por un hijo perdido en las circunstancias que señala, D. Félix. No obstante, ese llanto continuará mientras no se arbitren toda clase de medidas que garanticen una emigración racional y adecuada, que garantice trabajo y seguridad física.
No se llora porque se debe, Johny, sino porque se siente, mucho más cuando se es madre.
¡Ah, Mary Mar, cúanta razón tienes¡
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