lunes, 19 de febrero de 2007

La mujer colibrí, por Leonardo Boff

Melibea

Hace veintidós años, la Congregación para la Doctrina de la Fe que entonces dirigía el cardenal Joseph Ratzinger, hoy Papa Benedicto XVI, sometió a un año de silencio a Leonardo Boff -fundador con Gustavo Gutiérrez Merino de la Teología de la Liberación- por su libro La Iglesia, carisma y poder. Siete años después, en 1992, Boff abandonó la orden franciscana después de que El Vaticano le sometiera a un segundo silencio. Gracias a la voluntad y capacidad de expresión y sutileza que mantiene el renombrado teólogo y filósofo brasileño, autor de más de un centenar de libros, podemos disfrutar de historias como la de La mujer colibrí que inserta hoy mi buen amigo Ángel en su web PiensaChile, basada en una hermosa y ejemplar leyenda indígena que tiene por protagonista al pájaro más pequeño del planeta:

Casi todas las culturas creen en un cielo, pero no se llega allí de cualquier manera. Hay siempre un proceso de purificación y una travesía peligrosa. En varias tribus amazónicas se cree que los muertos renacen como mariposas, unas más oscuras y pesadas, si esas personas tienen más cosas que pagar; otras más claras y leves, si están casi purificadas. Vuelan de flor en flor chupando el néctar a fin de fortalecerse para la travesía.
En cierta ocasión, estando yo por aquellos parajes amazónicos, un cacique me contó el siguiente mito, que es una historia verdadera porque habla de una verdad real.
Una joven india, esbelta y hermosa, llamada Coaciaba, acababa de perder a su marido, un valiente guerrero, muerto por la flecha enemiga. Con su hijita Guanambi paseaba triste por la orilla del río, observando las mariposas, sabiendo que en alguna de ellas estaba su marido. Pero su saudade era tanta que acabó muriendo. Guanambi, la hijita, quedó totalmente sola. Inconsolable, lloraba mucho, especialmente a la hora en que su madre solía llevarla a pasear. Todos los días visitaba el túmulo de su madre. Ya no quería vivir. Pedía a los espíritus buenos que viniesen a buscarla y la llevasen a donde estuviera su madre. De tanta tristeza, fue enflaqueciendo, hasta que al final murió también. Los miembros de la tribu se entristecieron mucho.
Como quería estar junto a su madre, los espíritus no dejaron que se volviera mariposa; hicieron que se quedase dentro de una flor lila, cerca del túmulo de su madre. La madre renació en una hermosa y suave mariposa, y revoloteaba por allí de flor en flor, acumulando néctar para la gran travesía rumbo al cielo.
Cierto día al atardecer, mariposeando de flor en flor, se acabó posando sobre una linda flor lila. Al chupar el néctar oyó un gemido triste. Su corazón se estremeció. Reconoció dentro de la flor la voz de su hijita querida. ¿Cómo podía estar aprisionada allí dentro? Se rehizo de la emoción y susurró: «Hijita querida, mamá está aquí contigo. Tranquilízate, voy a liberarte para que volemos juntas al cielo».

Pero ¿cómo abrir los pétalos si era una mariposa levísima? Se recogió en una hoja y suplicó entre lágrimas: «Espíritus bienhechores y queridos ancianos, os imploro, por amor a mi marido, valiente guerrero que murió luchando por los parientes, y por compasión para con mi hijita, transfórmenme en un pajarillo veloz dotado de un pico puntiagudo para romper la flor lila y liberar a mi querida hijita, Guanambi».
Tanta fue la compasión despertada que el Espíritu creador y los ancianos atendieron sin tardanza su súplica. La transformaron en un colibrí que inmediatamente se suspendió en vuelo sobre la flor lila. Con voz llena de ternura susurró: «Hijita, soy yo, tu madre. No te asustes. Fui transformada en un colibrí para liberarte».
Con el pico puntiagudo fue quitando con sumo cuidado pétalo por pétalo hasta liberar el corazón de la flor. Allí estaba su hijita sonriente, tendiendo los bracitos hacia su madre. Abrazadas y levísimas, volaron alto, cada vez más alto, hasta llegar juntas al cielo.
Desde entonces, en la tribu, siempre que muere un niño huérfano, cubren su cuerpecito con flores lila, como si estuviese dentro de una gran flor, con la seguridad de que su madre, en forma de colibrí, vendrá a liberarlo para llevarlo al cielo
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2 comentarios:

Anónimo dijo...

La poesía sigue siendo necesaria. Es alimento del espíritu,que ha de estar sano y fuerte para ser libre. ¡Cuánta "comida-basura" tragan las mentes de nuestros niños mediante la tele,las películas y la mayoría de la literatura infantil!

Anónimo dijo...

Lo que más ennoblece a esta poesía, además, es que proviene de la médula popular, allí conde la creación es manantial.

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