jueves, 18 de enero de 2007

Sobre muertos, víctimas y héroes

Félix Población

Ayer mientras conducía escuché un fragmento del breve espacio que doña Blanca Andreu tiene en un programa vespertino de Radio Nacional. Hablaba la escritora de la guerra de esquelas que en los pasados meses se estampó sobre las páginas de los periódicos, con la consignación por parte de los familiares de los fallecidos de las trágicas circunstancias en que éstos perdieron la vida durante la guerra civil y/o el franquismo. Según la línea editorial del diario, progresista o conservador, así solía ser la identidad ideológica de las víctimas, republicanas o franquistas.

Es muy sintomático que muchos decenios después de ocurridos esos infaustos hechos, los deudos de quienes los padecieron hayan recurrido al obituario para rendirles memoria. También lo es, y mucho más, que a las esquelas de los unos les hayan seguido las de los otros como si los nietos de los desaparecidos pugnaran por hacer más relevantes las barbaridades cometidas por cada uno de los bandos contendientes.

No nos debe extrañar, sin embargo, que eso siga ocurriendo entre nuestros conciudadanos por más deplorable que nos parezca semejante lid en un viejo y aciago luto. Vivimos desde hace casi tres años, desde la malhadada fecha del 11-M, un conflicto similar de parecidas características divisorias y sectarias entre los familiares de las víctimas del terrorismo, ejemplificado por la manipulación política que la AVT hace de sus muertos. Todavía hoy seguimos en las mismas con los caídos en la más desgraciada de las lacras que vive España, utilizada de modo descaradamente partidario por la airada oposición como herramienta de desgaste político contra el Gobierno.

Frente a tales vicios, consignaba doña Blanca Andreu los ejemplares casos de tolerancia y civismo que se dieron en la guerra civil. Refería el caso de un pueblo en el que su alcalde, comunista, evitó la entrada de los milicianos para acabar con los fascistas con el argumento de que en aquella localidad no residía ninguno. La misma razón dio después el alcalde franquista cuando los falangistas pretendieron hacer lo propio con los rojos. Habló también doña Blanca del caso de la talla de un santo, muy apreciada por los lugareños de una determinada población, que acabó en el ayuntamiento socialista del lugar, entre sendas efigies de Marx y Lenin, en evitación de que fuera quemada por elementos incontrolados.

A este querido país nuestro, al que muchos pretenden crispar de continuo con viejas taras y rencillas fanáticas, le convendría rescatar, antes que los obituarios del enfrentamiento civil, la memoria de esos ciudadanos anónimos que ejemplificaron durante la página más negra de nuestra historia una auténtica y en verdad memorable lección de heroicidad: la de la solidaridad, la convivencia y la tolerancia en medio de la barbarie. Por ellos.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

El tema que plantea en su interesante comentario es de índole muy delicada. En nuestra guerra civil se aplicó sin duda la máxima latina: "¡Ay del vencido¡". Rescatar el recuerdo de los que pagaron con su vida la victoria de un regimen autoritario es un deber. Del mismo modo, honrar, respetar y tener muy en cuenta a las víctimas del terrorismo etarra - ya estén "manipuladas" o no - es una obligación de todos y, por tanto, del Gobierno que repersenta a todos, porque obtuvo la mayoría en las elecciones.

Anónimo dijo...

Completamente de acuerdo, johnnyblue.

Anónimo dijo...

Desengáñese, Félix, los héroes son siempre los menos aunque sus modelos sean los válidos. Ya sabe, las masas son amoldables y excitables en cualquier bando.

Anónimo dijo...

Mi abuelo materno - un pobre labrador con cinco hijos, en un pequeño pueblo de Cataluña, zona roja- salvó de la quema la imagen de la patrona del pueblo, para esconderla en un pajar. Durante el traslado nocturno de la imagen, fue visto por un miliciano que vigilaba el camino de la ermita. Éste, que le conocía, se apiadó de los cinco hijos y no le mató ni le denunció. Hasta pasada la guerra, mi abuelo no lo supo.
Durante el éxodo republicano, cuántos huían encontraron en la masía de mi abuelo un plato de sopa, pan y huevos.

Anónimo dijo...

Ya tengo un motivo más, por si no fueran suficientes los muchos que la sustentan, para que me honre con tu amistad, querido Jacint.

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