jueves, 4 de enero de 2007

El supuesto fracaso del igualitarismo

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Tomo nota de la Carta al Director que en la edición nacional de hoy del diario El País suscribe don Óscar Dulce Recio, en alusión y réplica a un artículo de mi viejo conocido y renombrado catedrático de Ciencia Política don Antonio Elorza, habitual colaborador del citado periódico, y que bajo el título de Rebeldes con causa contenía entre otras consideraciones las que se enuncian en el siguiente párrafo: En el mundo de hoy, siguen vigentes las razones para la rebeldía. En un espacio latinoamericano que por fortuna se mueve, y con todas sus incertidumbres políticas, las de Evo Morales para emplear los recursos de su suelo en la mejora de las condiciones de vida populares en Bolivia. Las del pueblo palestino para alcanzar una suficiente soberanía (compatible con la supervivencia de Israel). Las de quienes tratan de romper la tiranía religioso-militar en Sudán. Las de aquellos que claman por una política redistributiva a los grandes de la globalización. La condición es que las demandas, y las acciones de quienes las apoyen, reconozcan la perversidad de la vía del terror y el fracaso de la utopía igualitaria. No vendrán soluciones de la inauguración de fábricas de Coca-Cola en Kabul un 11-S. Menos aún del imperio de la muerte en nombre de Dios que Al Qaeda trata de implantar.

El mencionado lector del diario El País, don Óscar, argumenta en su misiva lo que sigue y comparto como valoraciones indispensables y muy significativas sobre la redistribución de la riqueza en el planeta: En contra de la opinión de Antonio Elorza (EL PAÍS, 27 de diciembre), yo sí pienso que las causas del fanatismo y de la violencia tienen que ver con la miseria y la pobreza de una parte importante de la humanidad, que para solucionar esto es importante una redistribución de la riqueza global; considero que para ello es necesario superar el capitalismo; que el capitalismo es una parte importante del problema, que somete la humanidad a una economía compulsiva y excluyente y que convierte las relaciones políticas internacionales en relaciones mafiosas.
Tampoco creo que haya que renunciar al igualitarismo; también la democracia, las libertades civiles o la unidad de Europa fueron en su momento utopías irrealizables. Sigo pensando, como Marx, que la solución pasa por poner la economía al servicio de la humanidad y no al revés. Como se ve, mi planteamiento se corresponde a lo que el señor Elorza denominaría la izquierda más tradicional.
A su juicio es un planteamiento que peca de simplismo. El problema es que ninguno de los sesudos análisis de muchos intelectuales descreídos y realistas, donde se insiste una y otra vez en la complejidad de las causas, me han proporcionado una mayor certeza sobre la naturaleza del problema y de las soluciones a aplicar. En general no van más allá de una vaga declaración de buenas intenciones o de soluciones parciales a una complejidad de miniproblemas que frustran cualquier planteamiento general.
Ahora que el planeta se está recalentando y los occidentales contemplamos con horror cómo se retarda la apertura de las estaciones de esquí, nos echamos las manos a la cabeza y exclamamos "esto sí que es un problema", como si por fin se nos hubiera revelado la irracionalidad del capitalismo, como si toda la miseria y toda la explotación imperantes en gran parte de la humanidad no hubieran sido nunca síntomas suficientes.
No estoy hablando de volver a Cuba o a la Unión Soviética, sino de aprender de los errores y no cancelar definitivamente un proyecto heredero directo de la tradición más ilustrada, de poner a trabajar a las mejores cabezas en una alternativa real de cambio que ilusione y que movilice. Tal como reconoce el señor Elorza, urge una solución.

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