martes, 28 de febrero de 2006

Lazarillo, profesor invitado (3): El eco de Cadalso



Lazarillo

Después de tratar con los pedantes, detentadores de cátedra en las universidades del mundo, acá y allá, Lazarillo esta teniendo el privilegio de concordar simpáticas afinidades con el mocerío estudiantil. Representa una auténtica delicia, revitalizadora y sumamente estimulante, hablarles de lengua y literatura española a un grupo de quince o veinte alumnos musicalmente enamorados de nuestro idioma. La mayoría son mujeres y en un noventa por ciento me han confesado su predilección por el castellano en razón a su sonoridad.

En consonancia con la celebración de ese vínculo musical que nos une, mis alumnos no me han decepcionado a la hora de abrir mi antología personal de la literatura española por José Cadalso. Su devota querencia por el habla de Cervantes, al ser más emocional que utilitaria, más desinteresada que pragmática, no ha tenido reparo en asumir al escritor neorromántico como un autor digno de lectura actual, llena de sentido y vigencia.

En la correspondencia que mantienen los tres personajes de las Cartas marruecas respecto a la situación de España a finales del siglo XVIII, mis alumnos han sabido discernir el mensaje crítico de Cadalso respecto a la sociedad y los vicios más censurables de su tiempo. Han valorado el contenido vario y diverso de la España que expone el autor, así como las lacras de los valores anticuados que se prodigan en esa época, la decadencia de la nación y el desprestigio de los políticos, arribistas y ambiciosos.

Comenta don José en sus Cartas que nada hay más fastidioso que la conversación de aquéllos que pesan el mérito del hombre por el de la plata y oro que posee. Que nada hay más insufrible que la concurrencia de los que vinculan todas las ventajas de entendimiento humano en juntar una colección de medallas o en saber qué edad tenía Cátulo cuando compuso Pervigilium Veneris. Se refiere en este último caso, naturalmente, a los pedantes, a los que con reiteración puso a caldo el señor Cadalso, y con los que Lazarillo hubo de tratar en esta Universidad italiana más a gritos que con ideas por razones que prefiere dejar al margen.

Envidia, rencor y vanidad ocupan demasiado tales pechos para que en ellos quepan la verdadera alegría, la conversación festiva, la chanza inocente, la mutua benevolencia, el agasajo sincero y la amistad, madre de todos los bienes sociables. Ésta sólo se halla entre los hombres que se miran sin competencia.

Les aseguro a mis carísimos lectores que mis alumnos han sabido leer a fondo la vigencia de ese expresivo párrafo como si bebieran de una fuente viva en la que satisfacer su sed sonora y las necesidades de su expresión. Si prestan la misma escucha receptiva al resto de autores que he traído conmigo, confío en que su provecho haya sido el efecto de nuestra amistad en el abrazo de la palabra como agasajo sincero.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

No has tocado nada, Lazarillo, la comunicacion entre profesores y alumnos y la falta de sinceridad cultivada en ese campo para tratar de inculcar caminos de cultura y conocimiento. Te deseo lo mejor, un par de alumnos o tres que te recuerden y reconozcan tu trabajo. Suerte.

Anónimo dijo...

Enhorabuena por ese trabajo, quijotesco Lazarillo, sabemos lo que das cuando te das a la literatura.

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