Lazarillo
Sebastian Haffner, a quien tuve el honor de conocer en Hamburgo en sus últimos años, escribió Historia de un alemán (*) en 1939, algo que sin duda revaloriza la obra por el carácter presencial y coetáneo de su contenido. El libro, hallado entre sus papeles inéditos tras la muerte del escritor en 1999, constituye un testimonio agudo y pormenorizado de las causas que condujeron a la sociedad alemana al nazismo. Abarca el período comprendido entre 1914 y 1933 y de sus páginas podrían entresacarse muchos fragmentos merecedores de cita. He seleccionado el que se refiere a las particularidades del nacionalismo alemán y sus efectos, tras señalar el autor que él, como muchos otros de su compatriotas, estaba orgulloso de su país por ser una nación de infinitas posibilidades intelectuales, por su humanidad, su capacidad de autocrítica, por el respeto a todo lo que era particular y distinto, la bondad, la generosidad, el sentimentalismo, la musicalidad, una actitud abierta a todos y, ante todo, una gran libertad: algo que vaga, ilimitado, desmedido, y que jamás se define ni resigna.
El nacionalismo, es decir, la autocontemplación y egolatría nacionales, es en todas partes una enfermedad mental peligrosa, capaz de desfigurar y afear los rasgos de una nación, igual que la vanidad y el egoísmo desfiguran y afean los rasgos de una persona. Sin embargo, esta enfermedad en ningún lugar ha tenido un carácter tan maligno y destructivo como en Alemania, justamente porque la esencia más profunda de Alemania es su amplitud de miras, su carácter abierto, su generalidad, sí, en cierto sentido su altruismo. En el caso de otros países, cuando el nacionalismo se apodera de ellos todo se reduce a un síntoma de debilidad accidental que permite al país conservar sus propias cualidades. Sin embargo, tal y como ocurre en Alemania, es precisamente el nacionalismo lo que mata el valor fundamental del carácter nacional. Esto explica por qué los alemanes -que en estado sano son sin lugar a dudas un pueblo fino, sensible y muy humano- en el momento en que padecen la enfermedad nacionalista se deshumanizan totalmente y desarrollan una fealdad propia de las bestias que no se observa en ninguna otra nación: sólo ellos y precisamente ellos lo pierden todo a causa del nacionalismo, el núcleo de su esencia humana, de su existencia, de sí mismos. Esta enfermedad, que en otros casos sólo afecta al aspecto externo, en el suyo les carcome el alma. En determinadas circunstancias un nacionalista francés puede seguir siendo un francés muy típico (y por lo demás muy amable). Un alemán que cae víctima del nacionalismo deja de ser alemán, deja de ser persona. Y lo que este movimiento genera es un imperio alemán, quizá incluso un gran imperio alemán o un imperio pangermánico y la consiguiente destrucción de Alemania.
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(*) Haffner, Sebastián: Historia de un alemán. Memorias 1914-1933. Ediciones Destino, España, 2005.
4 comentarios:
No sólo un alemán, me temo, deja de ser persona cuando el nacionalismo constituye su única y absoluta meta. Lo que dice ese escritor alemán sería aplicable también a naciones que, como Estados Unidos, corren el riesgo de creerse el ombligo del mundo y hacer despertar sentimientos nacionalistas de dominio amparadas bajo falsas razones de democracia y libertad. Lo bueno y más grave del mensaje de ese libro es la posibilidad de que lo que cuenta no sea sólo historia, porque muchas de las cuasas por las cuales Alemanía se convirtió en un estado fascista siguen latentes y con probabilidad de despertar ante determinadas condiciones socio-históricas. La chispa de una crisis económica puede acelerar esa latencia en cualquier momento. Un saludo desde Estocolmo.
Me parece perfecta la comparación que hace entre indivíduo y nación. El fascismo es una especie de egoismo y soberbia aplicados sobre la colectividad en el que cada cual se sientes así y todos a una también. Fuera de ahí no hay nada. Todo lo demás es ajeno. La sociedad de consumo en en cierto modo fascista. Leeré ese libro
En el País Vasco el comportamiento de algunos nacionalistas es similar al del nazismo. Parece una desmesura pero no, que se lo digan a los vascos que se fueron y no se atreven a volver. Como los judíos en Alemania antes de que Hitler se decidiera a perseguirlos. No exagero. Vivo allí.
El nacionalismo en países como el nuestro, donde queden consagradas las prerrogativas de autogobierno y el respeto a las identidades culturales nacionales o regionales, no tiene sentido. Como no lo tiene el nacionalismo españolista al que se suele recurrir frente a las imposiciones de los nacionalismos periféricos.
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