martes, 24 de mayo de 2005

El souvenir de las espinas

Lazarillo

Ya que el comentario va otra vez de iglesia, este humilde Lazarillo debe confesar que los señores Carod y Maragall no son santos de su devoción. Sus yerros y desplantes son tan sonados como inoportunos. Lo ocurrido en Jerusalén con las banderitas, con imposición de la catalana sobre la española, habrá sido un desliz de la floristería, según contó Moratinos, pero cuesta mucho creerlo. Estando de por medio esa parejita, no cuela.

En cuanto a la imagen de Carod coronado con las espinas y Maragall ocupado en la instantánea, pues sí, está feo, más que nada por ser quienes son, no por la foto en sí. Quienes conozcan el mercadeo turístico en los santos lugares saben que muchos turistas, sean o no creyentes, no se resisten a la tentación de frivolizar unos segundos con ese venerable objeto simbólico.

Lo que no le cabe en la cabeza a este Lazarillo, puestos a ser serios de raíz y principios, es por qué se comercializa un tan respetable distintivo de la pasión de Cristo, susceptible de ésa y otras candongas. ¿O es que todo vale con tal de llenar el cepillo?

Los creyentes están en su derecho de sentirse vejados y ofendidos por quienes políticamente les representan, cierto, pero la católica iglesia debería evitar la mercantil transacción, al menos, de su más preciada simbología, inaceptable desde cualquier punto de vista como souvenir. Sobre todo en un lugar donde el Maestro de Galilea dejó claro, de palabra y acción, el desprecio que le merecían los mercaderes en la Casa del Padre.

1 comentario:

Anónimo dijo...

La iglesia católica está ahora que salta a la mínima y la pareja Carod-Maragall se presta mucho a estas bufonadas. A ver con qué nos sorprenden en la próxima. Es como si las tuviesen programadas.

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