viernes, 25 de marzo de 2005

Blázquez y la COPE

Félix Población

La elección de monseñor Blázquez como presidente de la Conferencia Episcopal Española fue acogida con optimismo reservado por el actual gobierno de la nación. Entre Rouco, su predecesor, y quien había ganado méritos como obispo dialogante al frente de la diócesis de Bilbao las preferencias socialistas se decantaban claramente por éste ante la cerrazón de aquél.

La reserva, con todo, era y es manifiesta, pues nada de lo relacionado con la antigua institución apostólica y romana se gestiona fuera del Vaticano. El enfermo y anciano pontífice, cuya prolongada y deplorable imagen de decadencia física debería mover a quienes la sustentan a la cristiana virtud de la misericordia, se ha encargado de probarlo más de una vez, extralimitándose incluso en sus prerrogativas doctrinales.

Aún así, a monseñor Blázquez le aguarda un quehacer difícil y delicado al frente de su nuevo cargo. No sólo por la política de diálogo sin mengua de los viejos derechos adquiridos que ha defender ante la administración vigente, sino porque ese mismo criterio debería también presidir la línea editorial de la cadena COPE.

Hoy por hoy es sabido que esa cadena de radio dependiente de la Iglesia no encarna precisamente, en sus programas de mayor escucha, el espíritu conciliador que sería menester interpretar por evangélica coherencia. Antes al contrario, varios de sus comunicadores son el peor ejemplo del revanchismo cainita, afanoso por sembrar con creciente alevosía semillas de odio incivil desde el sagrado derecho al disentimiento que a ese grupo mediático se le supone.

El afable obispo abulense lo tiene bastante crudo. Por un lado, las audiencias mandan y por el otro hay razones para que don Federico Jiménez y similares especies propias o asociadas depongan sus actitud. Entre éstas, además de las modélicas y convenientes de la institución que le paga, están las debidas e inherentes a una sociedad democrática y moderna -ajena a todo conato o provocación guerracivilista- y las de un sector de católicos que no comulga ni debe con esos arrebatos de histeria opinativa sobre la actualidad.

¿Podrá moderar o zanjar el conciliador Blázquez esa insidiosa y permanente proclama de periodismo mendaz, sectario y retrógrado? No parece previsible. El Vaticano de ahora no es el de Juan XXIII sino el de Trento. Lo representa un pontífice agónico a quien se le niega la caridad de morir en paz. Su gesto paralizado por el dolor durante el amago de bendición urbi et orbe clama al cielo. ¿Es el de una Iglesia anquilosada que no sabe qué camino tomar?

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