viernes, 4 de febrero de 2005

Chávez en la mira

Félix Población

Hay noticias que parecen escapar del resalte mediático. Sobre todo porque no interesan a quienes controlan empresarialmente a los grandes medios. Es el caso de la detención en Caracas, el pasado mes de mayo, de una partida de paramilitares colombianos ligados a la CIA y cuyo cabecilla, alias comandante Lucas, de identidad José Ernesto Ayala Amado, aseguró que su misión era decapitar a Chávez, según expresión literal propia de ese tipo de mercenarios.

A Hugo Chávez lo refrendó en el poder la ciudadanía el año pasado. La victoria de los votos fue sobrada e incuestionable. Nada irregular se interpuso en la legítima legalidad de ese apoyo, revalidado en octubre en los comicios regionales. Entre los méritos del presidente venezolano a lo largo de su presidencia cuenta haber hecho crecer la economía del país, según datos fiables y contrastables, e impulsar los resortes de transformación social y cultural en pro de la población más desfavorecida.

Washington ha dado muestras de observar con inquietud la Venezuela de Chávez desde sus orígenes, aunque de momento le faltan argumentos para incluir a la nación caribeña entre los ejes del mal. Probado quedó mediante el soporte norteamericano al frustrado golpe de Estado de abril de 2002, con nuestro propio gobierno de secuaz vergonzante.

Ahora que Venezuela ha reforzado su arsenal de defensa con una sustanciosa adquisición de material bélico, Washington ha encontrado excusas para evidenciar más explícitamente su intimidación, como si el rearme de una nación soberana fuera indicio de turbios contubernios terroristas. La presbiteriana Rice estima que Chávez ejerce una influencia negativa en América Latina y su jefe, como es lógico, no le va a la zaga en apreciaciones de similar índole. Ambos sin duda han valorado sintomáticamente la aclamación entusiasta que el discurso de Hugo Chávez despertó entre millares de jóvenes en el Foro Social de Porto Alegre.

Hay informes de la Casa Blanca, filtrados a los grandes diarios norteamericanos, que inducen a pensar en propósitos desestabilizadores para el año en curso. Lo expuso hace un mes The Washington Times al referirse a una previsible campaña en las naciones amigas de Iberoamérica con intención de reconsiderar las relaciones con el presidente venezolano. Con más rigor en la directriz se expresó hace poco y con redoblado celo editorial The Washington Post al afirmar, en torno al proceso bolivariano, que hace una generación, acontecimientos de esa índole podrían haber inspirado una intervención norteamericana dura y contraproducente. El párrafo bien podría sugerir que en la actualidad caben otras líneas más sutiles de actuación y no menos resolutivas en sus efectos.

Como el discreto lector no desconocerá, John Negroponte ocupa desde hace unas semanas la máxima jefatura de la inteligencia en Estados Unidos. Es un cargo para el que viene avalado por un meritorio currículo. Quizá pretenda, para no desmerecerlo al frente de los servicios secretos de su país, reverdecer en un porvenir más o menos próximo los laureles ganados antaño desde la embajada de Honduras. No se olvide que algunos juristas de su país lo acusaron entonces de ignorar repetidamente la violación de derechos humanos durante la guerra civil nicaragüense que acabó con el régimen sandinista.

De momento, y según se puede comprobar en los noticiarios más esquinados de las hemerotecas, contra el régimen de Chávez existen precedentes para no excluir el magnicidio como punto de mira.

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