martes, 25 de enero de 2005

Los torturadores sufrientes
Félix Población

El arzobispo de Santiago de Chile, Errázuriz Ossa, acaba de hacer un enésimo gesto a favor del acelerado incremento en el retraso o desfase de la católica iglesia en relación con el mundo actual. En esta ocasión, sin embargo, monseñor no se ha limitado a defender una postura vinculada con los sutiles e inextricables dogmas o preceptos de la santísima institución. Tampoco a comprender las relaciones estables entre homosexuales siempre que no atenten contra el sagrado vínculo del matrimonio. El ilustre purpurado ha ido mucho más allá en sus apreciaciones al demandar apoyo moral para los torturadores de su país, pues ellos también están sufriendo enormemente.

La oportunidad de esa declaración no lo sería en tal grado de desfachatez o indignante perplejidad si no estuviera ahora, sobre el panel de la actualidad, el sangrante informe sobre Tortura y Prisión Política en donde se registra el testimonio de 27.000 víctimas del régimen pinochetista entre los años 1973 y 1990. La propia Corte de Apelaciones de Santiago de Chile está dispuesta incluso a investigar la responsabilidad directa del ex gobernante militar de Chile durante ese período.

El Informe de la Comisión Nacional sobre la violación de los derechos humanos en Chile durante la dictadura, hecho público recientemente por el presidente Lagos, espanta por la crudeza de los testimonios y retrotrae al ser humano a las más aciagas etapas del fascismo nazi. A lo largo de esos lustros de ignominia, que siguieron al derrocamiento por la fuerza del gobierno democrático de Salvador Allende, la voz de la católica iglesia, en flagrante disidencia con el evangélico mensaje que dice defender, no alentó la más mínima comprensión para los perseguidos y aniquilados. Muy al contrario, y tal como detallan las hemerotecas, el general Pinochet mantuvo su celoso fervor en los comulgatorios sin que la jerarquía eclesiástica se resistiera a evitar tal oprobio.

Que monseñor Errázuriz Ossa aluda a los energúmenos capaces de reproducir esas prácticas de barbarie inquisitorial con la benigna calificación de personas que se portaron mal, como si se tratara de niños malcriados a los que bastara perdonar por un más que imaginario dolor de contrición, resulta inadmisible. La aturdida memoria del arzobispo debería reparar en que el mismísimo jefe supremo de esa despiadada ejecutoria tiene a gala haberla ejercido con orgullo en pro de su patria y hasta en defensa de los valores de la civilización cristiana.

Por eso, ante manifestaciones como las del presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano, no sólo han de sentirse indignados los que no están adscritos al Vaticano como creyentes, sino los propios católicos. Recuerdo a este respecto a un querido amigo que no pudo evitar la pérdida de su fe el día que llegó a los periódicos, en pleno abuso de su ordeno y mando, la fotografía del general Pinochet recibiendo la sagrada forma de manos de un anciano purpurado.

No es el caso, por ahora, del reverendísimo Sergio Valech, el obispo chileno que ha suscrito el informe de la Comisión Nacional. Su testimonio avala el compromiso de una iglesia solidaria cuya vinculación con la de monseñor Errázuriz corre el riesgo de romperse por lógica evangélica.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Gracias por brindarnos esos textos con originalidad y expresion no cesurada

Publicar un comentario