jueves, 27 de enero de 2005

El condón, sin redención
Félix Población

He de confesar mi asombro y perplejidad al escucharlo de primera mano en uno de los telediarios nocturnos. El representante de la católica iglesia que aparecía en las imágenes era el secretario y portavoz de la Conferencia Episcopal, señor Martínez Campo. Acababa de entrevistarse con la ministra de Sanidad con objeto de acercar posturas en lo posible entre su respetada institución y el gobierno socialista para luchar contra esa peste del siglo llamada SIDA.

Acosado a preguntas por los informadores, sus manifestaciones -por insólitas- tardaron unos instantes en inscribirse en mi razón como una versión fehaciente del inédito mensaje que transmitían. Lo que estaba escuchando no era fácilmente asimilable como pasivo espectador anquilosado en la rutina habitualmente tediosa de la información audiovisual.

Resulta que don Juan Antonio, sin la más mínima vacilación en sus asertos, expresó que la estrategia de su Iglesia frente a la enfermedad estaba avalada por las propuestas científicas difundidas por la prestigiosa revista The Lancet. Éstas no eran otras, según un informe suscrito por más de 150 expertos de 36 países, que las siglas ABC, coincidentes en inglés con las palabras abstinencia, fidelidad y ¡condón!

Por si hubiera alguna duda sobre la materialidad expresa de este último sustantivo -y a fe que las habría entre los atónitos periodistas congregados-, el portavoz de los obispos españoles no tuvo inconveniente en afirmar: Los preservativos tienen su contexto en una prevención integral y global del SIDA. Una vez dicho esto, digno no sólo de figurar como titular del día sino puede que de los últimos siglos de historia de la religión apostólica y romana en España, hubo quien se lo creyó y se dispuso a celebrarlo. Al fin y al cabo, por mucho que se hagan esperar sus disculpas, cabe dentro de la católica iglesia el mérito tardío de reconocer alguna vez sus errores de pasado. Cuarenta millones de fallecidos en cuatro lustros es una estadística suficientemente rotunda para el propósito de enmienda.

Pero no es ése el caso. Conocidas las declaraciones del portavoz de los obispos españoles, en el Vaticano se respiraba un evidente malestar, coherente con la condena expresa que del preservativo se hace en el catecismo católico. Otro tanto parece que sucedía entre la alta jerarquía eclesiástica de nuestro país. Todo ello hizo presumible y efectiva una rectificación rotunda de la Conferencia Episcopal no muchas horas después, dada la imposibilidad de achacar interpretaciones sesgadas de los periodistas ante el testimonio abierto de cámaras y micrófonos.

Una pena. La Iglesia ha estado a punto de instalarse momentáneamente en el presente, en un intento de comprensión y acercamiento a la realidad social de nuestro mundo. Y en ese mundo está probado, según un informe de las Naciones Unidas de julio del año pasado, que el condón es la única y más eficaz tecnología para reducir la transmisión sexual del VIH y otras infecciones de transmisión sexual. Esa certidumbre ya fue asumida por los obispos de Brasil y Francia hace unos cuantos años, aunque también entonces hubieron de rectificar ante el sumo dictado de Roma.

En lugar de matices a unas declaraciones que permitieron fugazmente el asomo de un poco de luz sobre la oscurantista moral católica, el Vaticano debería haber aprovechado la ocasión para ponerse al día y no seguir perdiendo por más tiempo el tren de la historia. En esa línea cabría reclamar que la Iglesia pidiera perdón por los muertos que su postura cerril contra el uso del preservativo pudo haber causado entre esos cuarenta millones de víctimas. Y también por toda esa multitud de enfermos que en continentes masacrados como África sigue engrosando y engrosará las aciagas estadísticas del mal.
(010205)

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