Felix Población
Ahora que el señor Lanzarote, alcalde de la vieja ciudad del Tormes, acaba de entrevistarse con el presidente del Gobierno para tratar del contencioso del Archivo de Salamanca, aprovecho la oportunidad para glosar un punto de vista no estimado hasta hoy en la polémica. Digamos, para empezar, que le cabe a Salamanca el dudoso honor de defender la residencia in situ del Archivo de la Represión Franquista (hoy Archivo General de la Guerra Civil), cuya memoria y conjunto requiere la máxima preservación y los mayores horizontes como centro documental de investigación y estudio, y la perenne ignominia de honrar a su artífice, que con Hitler y Stalin conforma el terceto dictatorial más oprobioso de la historia europea, con el correspondiente medallón en la emblemática Plaza Mayor. Pese a los reiterados ataques de los ciudadanos más reacios a este vergonzoso homenaje, no cesa el señor alcalde de invertir presupuesto público en sucesivas restauraciones.
La rancia derecha local apela a razones históricas para conservar la efigie del Caudillo, pero no las esgrime para echar en falta la de los presidentes de la primera y segunda repúblicas, por ejemplo, cuya contrastada dignidad ni tuvo ni tiene asomo en las doradas piedras. La cuestión debería someterse a público examen ahora que se va a conmemorar el ducentésimo quincuagésimo aniversario del monumental recinto y se ultiman magníficos y sonados eventos para celebrarlo. Al día de la fecha ignoro si entre los nuevos medallones programados para llenar los vacíos existentes estarán los que, desde que España recuperó la democracia al menos, deberían figurar en la plaza por derecho propio. Podría explicarse esta ausencia en razón al ralentí con que ciertas autoridades charras fueron asumiendo los nuevos tiempos. O quizá no se haya reparado en ello por una mera cuestión de ignorancia, quién sabe.
Lo cierto es que por azarosas avatares, el ámbito arquitectónico de mayor relieve de esta antigua y hermosa ciudad universitaria, otrora núcleo de la cultura europea, tiene ahora un motivo más de deslucimiento en su inigualable perspectiva. Me refiero a la imaginativa pancarta que con caracteres de un rojo chillón cuelga desde hace meses de los balcones del Ayuntamiento y reivindica el anclaje y la exclusividad del Archivo a la ciudad que lo vio nacer –merced al grado de confianza que le merecía a los nuevos inquisidores-, para afrenta del ideal democrático de tantos españoles, no hace mucho y tardíamente homenajeados en las calles de París con motivo del ¡sexagésimo aniversario! de la liberación del dominio nazi, y reciente y tardíamente desagraviados en la legislación española, gracias sean dadas al actual Gobierno, tras casi treinta años de régimen democrático.
Supongo que la UNESCO no tendría en cuenta esos mínimos detalles para catalogar a Salamanca con el relevante y ejemplar título –que a tanto obliga con la calificación que la honra- de
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