Félix Población
He dejado pasar unos días, antes de proponerme el comentario que sigue, para comprobar que la frase pasó casi desapercibida entre los analistas políticos que suelo consultar a diario. He llegado a pensar que su elusión, al menos entre los más críticos, pudo deberse a un gesto de delicadeza por no seguir hurgando en las debilidades del líder caído. Pero como las hemerotecas han dejado constancia de ella, por más que nos suene a pasado remoto, y la afirmación me parece muy grave, la recupero en labios de su singular protagonista, don José María Aznar, ex presidente del Gobierno de España: El PSOE es el partido del odio.
Mire usted, don José María, mentar ese término y aplicarlo sin el más mínimo reparo a sus adversarios políticos, democráticamente elegidos para la gobernación de nuestro país, es de tal irresponsabilidad e insensatez por su parte que he llegado a dudar de sus facultades intelectuales. Lo que el diccionario de la Real Academia de la Lengua define como antipatía y aversión hacia una cosa o persona cuyo mal se desea ha sido el sentimiento que más dolor, sangre y atraso ha ocasionado a esta nación cuyo bien, nos consta, usted debe desear tanto como cualquiera de nuestros bienandantes conciudadanos. Tenga en cuenta que los efectos de ese mal todavía perviven en la mentalidad de organizaciones terroristas cuyo largo balance de atentados y de víctimas aún purga este país con muy fresca memoria.
Tengo la sensación, estimado señor Aznar, de que después de una primera legislatura en la que le sonrió la fortuna y hasta el elogio de quienes desde los medios que equidistaban del poder y la oposición valoraban su política económica, usted comenzó a perder los papeles con la catástrofe del Prestige, la boda escurialense de su hija, el trágico accidente del Yakolev y la aciaga instantánea de las Azores. Permítame que le diga que en todas esas circunstancias creí advertir en usted un comportamiento anómalo, similar -si me permite la expresión- al de un guiñol pagado de sí mismo, y cuyo parecido con el político que había decidido poner límite a su carrera en el poder costaba relacionar. Su tránsito de incoherencias, desde la arbitrariedad, la soberbia y la vanagloria, le llevó a elegir a dedo para su sucesión, de entre sus compañeros de partido más idóneos, al más fiel pero menos competente, don Mariano, y a culminar el itinerario de desaciertos con el insólito desprestigio de la mentira y la manipulación mediática tras la por tantos motivos inolvidable tragedia del 11-M.
Ahora, cuando ya está usted más allá de la lid política -o creíamos que lo estaba, aunque sus vasallos populares lo hayan repescado para una presidencia honorífica-, y debería servirse de la distancia para ponderar mejor sus criterios, tiene su osadía la fatua ocurrencia de elegir entre todos los conceptos posibles el del odio para definir al partido que gracias a la voz y el voto de la mayoría de ciudadanos nos gobierna actualmente. ¿Podría desprenderse de ello que el señor Aznar considera a todos o a una parte de esos casi once millones de españoles proclives, allegados o incursos en tan nefasto e incivil reconcomio?
Por mucho que sea su despecho, mucha su frustración o las sin duda ingratas sensaciones que experimentó al salir de la Moncloa, no se deje arrastrar por vocablos tan peligrosas, estimado señor ex presidente. El cargo que ha ocupado como máximo representante del Gobierno de esta nación le obliga a evitar un léxico cuyo recurso es más propio del sombrío tiempo de las dos Españas que nos helaron el corazón, tan descarnado por suerte de razón y sentido en nuestro actual contexto histórico. Esos son útiles más propios de cantamañanas y calenturientos predicadores mentalmente extraviados en la inquina delante de un micrófono, aunque el altavoz sea el de una institución como nuestra católica iglesia, obligada por fidelidad y credo a infundir entre sus oyentes la buena nueva que insta a la concordia desde el siempre respetable y admirable mensaje evangélico.
No creo que este sencillo artículo, redactado con mis mejores intenciones, llegue hasta sus altas instancias, don José María, pero si el azar o los caprichos de la Red de Redes lo permitieran, escuche la sugerencia que me atrevo a proponerle. Los señores diputados que nos representan en el Parlamento han tenido al fin el acierto de decidir que usted comparezca ante la Comisión del 11-M. Quizá sea la última oportunidad pública que se le presente para reparar en lo posible la insensatez que guió sus últimos compromisos, nacionales e internacionales, y muchas de sus manifestaciones públicas en torno a los conflictos que amargaron su segunda legislatura. Estoy convencido de que España valorará su actitud, señor ex presidente, si en lugar de rastrear el odio en los diccionarios de la vieja historia, asoma a sus labios una frase de perdón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario