domingo, 14 de diciembre de 2025

LOS PREVENTORIOS FRANQUISTAS EN "LAS ABARCAS DESIERTAS", DE PACO ARENAS


Paco Arenas

En mi próximo libro «Las abarcas desiertas», una de las novelas cortas que lo componen, «Claveles y manzanilla» habla sobre los preventorios infantiles. Algo de lo que se ha hablado muy poco y que creo que no se debe olvidar. El libro estará disponible a partir de los primeros días de diciembre.
Breve introducción, que no sinopsis, de «Claveles y manzanilla»:

Desde 1940, bajo el sello del Patronato Antituberculoso, en los edictos prometían sol, leche y aire limpio: estancias de tres meses para criaturas de siete a doce años, que podían extenderse, en casas junto al mar o caserones de sierra. Sobre el papel, una pausa luminosa contra la tuberculosis. En la práctica, la puerta se abría tras un «examen médico-antropométrico» de dudoso rigor, al que a menudo añadían pruebas «mentales» igual de flojas: medidas al milímetro, preguntas afiladas como cuchillos romos, sobre los padres y familiares, sobre ellas y sus hábitos religiosos, dictámenes redactados con desgana. Con esos informes, las autoridades decidían a qué centro enviar a cada pequeño, como si los destinos cupieran en una plantilla de cartabón. Para muchas familias sin pan, aquellos portones eran el único plato caliente garantizado; se firmaba con la vergüenza doblada en el bolsillo. Dentro, el catecismo sustituía al juego, la disciplina al consuelo, y el miedo hacía de médico. Los testimonios hablaban por debajo de las puertas: golpes con nombre propio, castigos que helaban los huesos, palabras que humillaban más que la navaja, manos que no eran de padre ni de médico. A eso lo llamaron prevención, y también fue adoctrinamiento, amparo y también, sobre todo, desamparo.
Al preventorio podía seguir el psiquiátrico para las más rebeldes, o el Patronato de Protección de la Mujer, que en ocasiones era un lucrativo negocio en el caso de las muchachas embarazadas, que merece un capítulo aparte.
En paralelo, otro andamiaje moral apretaba el cerco: el Patronato de Protección de la Mujer. Nació invocando las «ruinas morales y materiales» y prometiendo «dignificar» a las jóvenes «según la Religión Católica». El plan, que parecía bálsamo, fue cepo: miles de muchachas pasaron de los centros tutelares a ese Patronato al cumplir los quince años; quedaban bajo su mano hasta los veintiuno y, si convenía, hasta los veinticinco. Mientras la mayoría de edad bajaba para el resto, allí seguía alta como un muro; la ley decía dieciocho ( la edad de la mayoría se bajó a los dieciocho en 1978, pero los patronatos estuvieron hasta 1983) , pero en esos pasillos del Patronato mandaba otra campana.
Además de las provenientes de los preventorios ¿por qué podía caer una muchacha en manos del Patronato? Bastaba con muy poco: un beso a destiempo, una idea que no comulgara con la moral impuesta, sobrevivir a una violación y que la culpa cambiara de nombre (porque la culpable siempre era la mujer), ser madre sin marido o, simplemente, querer vivir con un poco de aire propio. Para el expediente, todo eso cabía en una misma palabra: «descarriada».
La democracia llegó a las plazas con carteles y promesas, pero tardó en abrir los cerrojos de los preventorios: durante la primera década, para ellas no cambió la voz que mandaba ni el horario de silencio.
En Los internados del miedo quedaron recogidas historias que lo muestran sin necesidad de alzar la voz: abusos que no rindieron cuentas, una institución sin explicaciones, ayer ni hoy, con dictadura o con urnas, como si la tutela fuese un país aparte donde el tiempo obedece a otros relojes.
De esas penalidades, de esa luz prometida y de esa sombra nace esta historia: una noche de estrellas de papel, un mar al otro lado del muro y una niña que escribe para no desaparecer, mientras el país, satisfecho de su propia moral, cree estar curándola y, los que pueden, celebran la Navidad.
DdA, XXI/6197

HÉCTOR ALTERIO 1974-2025


"Queridos amigos y compañeros, con profundo dolor queremos comunicaros que hoy, 13 de diciembre por la mañana, nos ha dejado Héctor Alterio. Se fue en paz después de una vida larga y plena dedicada a su familia y al arte, estando activo profesionalmente hasta el día de hoy. Descanse en paz". Comunicado de la familia Alterio-Bacaicoa.

Félix Población

El actor argentino tuvo una extensa e intensa vida profesional. Quienes lo conocimos, aunque sólo fuera por motivos periodísticos, también podemos asegurar que se trataba de una persona íntegra y afable, totalmente entregada a una vocación que lo llevó a los escenarios a finales de los años cuarenta del pasado siglo. Aparte de obras de teatro, Héctor Alterio intervino en 150 películas y buena parte de su currículum discurrió en España, adonde llegó en 1974 como muchos otros de aquellos compatriotas que, como él, debieron tomar el camino del exilio ante la crudelísima dictadura de los generales. En el caso de Alterio, la Triple A, el grupo terrorista de extrema derecha, lo había amenazado de muerte. Un ser humano tan entrañado a la vida y a la cultura hubo de abandonar aquel infierno y afincarse en nuestro país -cuando todavía no había fallecido nuestro dictador- para ganarse el reconocimiento de la profesión y el público, al igual que sus hijos. Trabajó hasta el final y lo hizo siempre con la admiración y el aplauso del respetable. Quizá la suya sea una de las más largas trayectorias profesionales como actor de las que se conocen: desde la década de los cuarenta del siglo XX a la década de los veinte del siglo XXI. Echo de menos, en la hora de su adiós a los 96 años de edad, que Héctor Alterio no nos haya contado lo más esencial al menos de todo lo vivido. Si lo hubiera hecho, seguramente habría una reflexión final para la Argentina que dejó con 45 años y la de sus noventa y tantos. Tanto vivir y tanto trabajar en pro de la cultura para encontrarse, al final de su existencia, con un gobierno en su país negacionista de aquella dictadura de los generales, represora de la cultura, que nos lo trajo a España.

EL HIJO DE LA NOVIA


"LO MÍO ES NADA MÁS QUE SUDOR Y LÁGRIMAS"
Marcelo Stiletano, diario La Nación
En la mansedumbre de sus últimos años, Héctor Alterio había logrado vencer a su peor enemigo. Llevaba luchando casi toda su vida contra una de las mayores angustias de un artista: el miedo a la inestabilidad laboral. Y lo hizo de la manera más inesperada, a través de sus hijos: “Papá nos enseñó que en esta carrera todo es fugaz y que nunca te la tenés que creer. Y también nos enseñó a disfrutar cuando hay trabajo y no angustiarse cuando no lo hay”, confesó no hace mucho tiempo Malena, la menor.
Haber eliminado esos fantasmas fue el mejor regalo del tramo final de la vida de Alterio, un tiempo en el que pudo disfrutar del constante éxito de sus dos hijos, completamente arraigados a España, la patria adoptiva familiar, mientras conservaba intacta su vigencia de actor aplaudido y reconocido por el público de los dos mundos geográficos y artísticos que mantuvo unidos hasta el momento de la definitiva despedida, que se produjo hoy en Madrid, según confirmó su familia. El actor tenía 96 años.
Malena y Ernesto Alterio son figuras muy reconocidas en el mundo hispanohablante del cine, el teatro y la TV, con ocasionales trabajos para el cine argentino, sobre todo en este último caso. “Esta trascendencia sé que no les va a afectar en su vida y eso habla a su favor porque están llevando esta profesión con realismo, y eso me tranquiliza a mí y a la madre, a mi mujer. Les queda mucho camino por recorrer”, reflexionó.
Ese triunfo previo al adiós se pareció mucho al consuelo y, quizás, también a una amable resignación. Durante un largo tiempo, lo último que deseaba Alterio era que sus hijos siguieran el camino que había elegido y que lo convirtió en uno de los actores de habla hispana más decisivos del último medio siglo, reconocido y admirado como un grande en su país natal y también en su segunda patria, España. Allí se instaló como víctima de un forzado exilio que nunca llegó a entender. Pero aquella amenaza de la tenebrosa Triple A, que lo incluía en una lista de condenados a muerte, venía en serio.
Un cambio de sentido
Corría septiembre de 1974 y Alterio había llegado a España para acompañar la presentación de La tregua en el Festival de Cine de San Sebastián. Ya se había ganado un nombre como uno de los grandes protagonistas del cine argentino de ese momento con apariciones muy destacadas en La piel del amor, Quebracho y La Patagonia rebelde. Pero la gran película de Sergio Renán, que poco después se convertiría en la primera candidata al Oscar que representó a nuestro país, cambió su vida en todo sentido.
Alterio consiguió una semana de licencia en el teatro en donde estaba representando Sabor a miel y pudo viajar al País Vasco. En ese momento llegó al teléfono de su casa el primer llamado, inquietante y amenazador, de la Triple A. Lo primero que pensó Alterio es que se trataba de una equivocación. “Yo estaba a 11.000 kilómetros y no podía volver a mi país. Al principio me causó risa. Pero cuando la Triple A empezó a matar gente, mi mujer, con mi hija de seis meses y mi hijo de dos años y medio, vino para aquí para comenzar una aventura, incierta por cierto, pero afortunadamente superada”, recordó muchos años después en una entrevista con el diario español El País.
Fue su esposa de toda la vida, Tita Bacaicoa, la que recibió en Buenos Aires la primera amenaza, por correo. “Yo estaba en España en el mejor de los mundos cuando mi mujer me llamó y me dijo que esperara un tiempo, que a lo mejor todo pasaba rápido. Hasta que llegó otra amenaza, esta vez al hotel Wellington, donde yo estaba parando con toda la delegación. Temblando, el conserje vino a decirme que un argentino se había presentado para advertirle que si seguían albergando a un anarquista o comunista corrían riesgo los 700 pasajeros. Ahí me planté y le dije: «No se preocupe, porque ya mismo me voy a otro lugar». Pero nunca pude entenderlo”.
Años después descubrió que la razón de las amenazas tenían que ver justamente con La tregua. Al grupo terrorista de ultraderecha que se movía a sus anchas en el gobierno de la viuda de Juan Domingo Perón no le gustaba nada ese retrato de familia disfuncional expuesto en la película de Renán, especialmente porque el personaje de Alterio tenía un hijo homosexual (interpretado por Oscar Martínez). Ese disgusto se extendió a los militares que tomaron el poder en 1976. “Lo que pasa es que usted elige mal las películas. No tiene que hacerlas más”, llegó a escuchar de boca de un alto jefe uniformado.
De no haber recibido esas amenazas, Alterio difícilmente habría tomado el camino del exilio. “¿Adónde iba a ir? -se preguntó mucho después, trasluciendo un rasgo vital de su temperamento-. Viajar se me hacía difícil. No por la economía, sino por mi manera de ser. No imaginaba trabajar en otro lugar que no fuera la Argentina. Lo máximo que pensaba era en cruzar a Montevideo”.
Sin embargo, de un día para el otro tuvo que levantar su departamento, vender su auto (un modesto Fiat 600), dejar a sus amigos y sobre todo verse forzado a resignar sus hábitos de hombre metódico. En especial las largas caminatas por las calles de Chacarita, el barrio en el que se crio. Allí, a los ocho años, descubrió gracias a la ayuda perspicaz de uno de sus maestros que podía hacer reír mientras cumplía una penitencia.”La diversión que generaba a mis compañeros me proporcionó en cierta medida el gusano del protagonismo y así empieza a nacer mi vocación”, le confesó a LA NACION en su última entrevista, a comienzos de noviembre de 2020.
Sus comienzos
Había nacido el 21 de septiembre de 1929 como Héctor Benjamín Alterio Onorato, hijo de inmigrantes italianos de la región de Molise. Tenía 12 años cuando falleció su padre y ese hecho marcó su personalidad. La timidez que empezó a aflorar desde ese momento era el reflejo más visible de un dolor que no conseguía mitigar. Tuvo que salir a trabajar mientras trataba al mismo tiempo de llevar adelante aquella temprana vocación artística descubierta en la escuela primaria.
Después de terminar sus estudios de arte dramático repartió su tiempo entre un empleo como corredor de Terrabusi (una experiencia seguramente decisiva para su consagratorio papel en La tregua) y su participación en la compañía Nuevo Teatro, uno de los grandes movimientos renovadores de la escena local en los años 60, creada por Alejandra Boero y Pedro Asquini. “Eran años de cierta bohemia y el descubrimiento definitivo de mi vocación”, evocó una vez. De ese repertorio asimiló también un compromiso social y político que lo acompañó toda la vida.
En 1970 tomó la decisión simultánea de renunciar a Terrabusi, dejar Nuevo Teatro y casarse. Pero cuando empezaba a cosechar los frutos del cambio y al mismo tiempo su carrera en el cine empezaba a consolidarse llegaron las amenazas y el forzado exilio. “Allí comenzó una aventura terrible -evocó dos décadas después- Empiezo a vivir en casa de amigos, pasaba las noches durmiendo en el suelo. Después llegó mi familia, pero yo ya estaba en un estado emocional muy fuerte. Lloraba de la mañana a la noche. Y mi hijo me preguntaba: ¿papá, en qué idioma hablan acá?”.
Alterio siempre recordó a Miguel Gila, Nuria Espert y el productor Elías Querejeta como las figuras españolas que compensaron con su solidaridad constante las penurias constantes de esos primeros años sin trabajo y sin papeles, instalado en una modesta pensión madrileña. A diferencia de otros argentinos instalados por entonces en España con gran reconocimiento (Alberto de Mendoza, Analía Gadé, Luis Aguilé, Joe Rígoli), Alterio era un total desconocido, entre otras razones porque no había elegido voluntariamente como los demás estar allí.
Querejeta le consiguió un pequeño papel en Cría cuervos, de Carlos Saura. “El primer día tuve que hacer de muerto -evocaba en 1984- y estaba tan nervioso que los párpados me temblaban como hojas. Nos pasamos el día rodando esa escena. Tomé varios whiskies, pero no lograba serenarme. Miraba a mis compañeros españoles y suponía que estarían pensando: «¡Pues mira este argentino, ni de muerto puede hacer!». Pero Saura me tuvo paciencia y al día siguiente rodó la escena sin decirme nada. Salió todo bien”. Debió esperar cuatro años después de aquel ingrato debut para que alguien le dijera luego de filmar El crimen de Cuenca, de Pilar Miró: “Héctor, ya eres de los nuestros”.
Un salto internacional
Desde entonces y hasta hoy, las apariciones de Alterio en el cine, el teatro y la televisión, sobre todo en España, fueron innumerables. Uno de los primeros ejemplos fue Asignatura pendiente, de José Luis Garci. En la copia que se estrenó en la Argentina, durante los años de la última dictadura, se había mutilado la totalidad de las escenas en las que aparecía Alterio interpretando al dirigente sindical de izquierda Marcelino Camacho. “Cuando llegó la democracia y la película se reestrenó completa en 1984, el mismo distribuidor argentino que había cortado antes mis secuencias publicitó el regreso con la frase: «Y ahora con la presencia de Héctor Alterio». Me causó mucha ternura de su parte”, dijo años después.
Mientras su carrera en el cine y la televisión de España no dejaba de crecer y se extendía hacia otros países europeos (Italia, sobre todo), el retorno de la democracia en 1983 le permitió regresar a la Argentina. Y cada vuelta fue una nueva oportunidad para reencontrarnos con su talento en algunas de las películas más importantes y ambiciosas de aquellos años, de Camila a Los chicos de la guerra. De esa etapa fecunda se recuerdan sobre todo sus vitales apariciones en la filmografía de Marcelo Piñeyro (Cenizas del paraíso, Caballos salvajes, Plata quemada) y, antes que eso, una suerte de gran cuenta saldada con los tiempos del exilio: La historia oficial, de Luis Puenzo, que en 2005 consiguió lo que no pudo alcanzar La Tregua: el Oscar a la mejor película extranjera.
El trabajo permanente y los múltiples reconocimientos aplacaron por fin el dolor del exilio nunca ocultado por un hombre que había llegado a España para pasar una semana y se quedó allí más de cuatro décadas. Tantos y tantos viajes de ida y vuelta lo convirtieron en una suerte de abanderado del cine latino en España, título con el que recibió el Goya de Honor a la trayectoria en 2004. Más que eso, le gustaba definirse como “un actor en permanente viaje entre la Argentina y España”, dos países en los que después de aquéllas privaciones iniciales nunca dejó de alimentar su vocación repartiendo el tiempo entre el cine y el teatro.
Serán difíciles de olvidar entre nosotros sus apariciones en películas como Caballos salvajes (en donde pronunció una frase, la p... que vale la pena estar vivo, luego incorporada al imaginario popular argentino) Kamchatka (que siempre le hacía recordar el duro tiempo inicial del exilio), Esperando al Mesías, El hijo de la novia y Vientos de agua, entre muchos otros. De todos los directores argentinos con los que trabajó tenía una especial conexión con Juan José Campanella, que lo dirigió en esas últimas dos obras. “Tiene un talento único, muy argentino, y a la vez universal”, dijo de él en una de sus últimas entrevistas con LA NACION.
Sobre las tablas
El teatro, en tanto, le servía sobre todo para definir cuál era la misión del actor. “La ventaja del teatro es que puede mejorar en cualquier caso la experiencia personal que cualquiera tuvo en la función anterior. Y todo depende del actor. Cuando salgo al escenario peleo con el público y con el texto, y eso me rejuvenece, me hace sacar lo mejor de mí mismo. Me enfrento al silencio del público y sé que vivo gracias a ese silencio”, dijo en 2007, un año antes de ganarse todo el aplauso del público porteño al representar en un teatro de Buenos Aires junto con otro grande, José Sacristán, la obra Dos menos, dirigida por Oscar Martínez.
Conservó hasta el final ese fuego sagrado. Fue en ese tramo postrero un hombre que hablaba con letras de tango en Fermín (2014), la última película que rodó en la Argentina, y también el entrañable protagonista de la versión teatral española de En la laguna dorada. Tan fuertes eran las energías que le transmitía el teatro que a los 91 años, en plena pandemia, se animó a interpretar en vivo Como hace 3000 años, un recorrido por la poesía y la memoria de León Felipe, una de las figuras a las que Alterio más tiempo le dedicó en el medio centenar de obras teatrales que protagonizó en España.

Mientras tuvo fuerzas (y vaya si las conservó hasta el final) para hacer ese viaje feliz entre sus dos mundos, geográficos y artísticos, Héctor Alterio defendió su mayor convicción: nunca recurrió a la ayuda de un método para actuar. “Lo mío -repetía una y otra vez- es nada más que sudor y lágrimas”.

DdA, XXI/6197

sábado, 13 de diciembre de 2025

POR CURAZAO NO PASÓ CORINA MACHADO, SEGÚN EL PRIMER MINISTRO DE LA ISLA


Lazarillo

Estos días hemos tenido copiosa información acerca de las vicisitudes experimentadas por la lideresa opositora Corina Machado para salir de Venezuela y llegar a Oslo, donde le esperaba la entrega del Nobel de la Paz por instar a la invasión de su país. Generalmente ninguno de esos medios contó que en la capital noruega hubo manifestaciones populares de protesta en contra de la distinción a la galardonada. Tampoco, obviamente, a las versiones del gobierno de aquella república iberoamericana, que desmentían totalmente la odisea de Machado, que el ministro Diosdado Cabello consideraban propia de un guion de Steven Spielberg. Lo más razonable para saber con la mayor certidumbre si se había escrito o no ese guion -copiado por la mayoría de los medios contrarios al gobierno de Nicolás Maduro-, era buscar fuentes en la propia isla de Curazao, adonde se dice viajó la lideresa para volar desde allí a Oslo, con la ayuda de Estados Unidos, según dijo la propia viajera. Pues bien, este viernes Gilmar Simon Pisas, primer ministro de Curazao, afirmó que ninguna autoridad extranjera compartió con su gabinete información previa o posterior alguna sobre la llegada y salida de Machado de esa isla caribeña. Pisas contactó incluso con el consulado de Estados Unidos solicitando noticias al respecto, sin que haya habido respuesta hasta ahora. O sea que lo del Wall Street Journal sobre un viaje secreto en bote a Curazao de la lideresa venezolana para salir de su país, dándolo incluso como una operación de sumo riesgo por el diario El País, habría que haberlo consultado al menos con la primera autoridad de la mencionada isla, cuyas declaraciones sí recogió la agencia de información NTN24.

DdA, XXI/6196


A FAVOR DE TRUMP, EL NOBEL DE LA PAZ SE DA A QUIEN PIDE SU GUERRA


El pueblo venezolano tiene derecho a resolver sus diferencias sin amenazas militares ni sanciones, sin tutelajes ni premios diseñados para dividir. Y frente a quienes se prestan a ese juego, envueltas en discursos prefabricados y aplaudidas por quienes nunca han querido la soberanía de América Latina, lo que queda es seguir defendiendo la autodeterminación, la dignidad y la paz verdadera: la que nace del pueblo y no la que se otorga como medalla para justificar la injerencia.

Manu Pineda

Hay quien se pregunta cómo pueden otorgarle el Premio Nobel de la Paz a una mujer que pide abiertamente una intervención militar extranjera contra su propio pueblo. Pero esa pregunta está mal formulada: no se lo dan a pesar de pedir una intervención militar; se lo dan precisamente porque la pide. Ese es el mensaje que se quiere enviar. Esa es la función que se le asigna.
Ella jamás ganaría unas elecciones libres en Venezuela. Lo sabe ella, lo sabe su entorno y lo sabe el pueblo venezolano. Porque el pueblo no quiere a quien se coloca al servicio de una potencia extranjera como Estados Unidos; no quiere a quien desprecia a su propio país y pide que ejércitos extranjeros decidan su destino por la fuerza. Su proyecto no es democrático ni popular: es una agenda tutelada desde fuera, diseñada para legitimar la injerencia y la desestabilización.
El Premio Nobel, lejos de reconocer un compromiso con la paz, la convierte en una herramienta utilitaria para presionar y dividir a su nación. Es la operación simbólica que convierte la subordinación en virtud, la obediencia en heroísmo y la petición de intervención militar en discurso humanitario.
Intervención de la Sayona Cipaya en Oslo:
Se presenta ante el mundo envuelta en la retórica de los derechos humanos, pero lo que defiende es la fractura de su propio país. Habla de libertad mientras exige sanciones que castigan al pueblo. Habla de democracia mientras implora que potencias extranjeras decidan el futuro de Venezuela. Repite sin matices los argumentos del Departamento de Estado, como si su función fuera la de portavoz regional de Washington y no la de ciudadana comprometida con su gente.
Su intervención en Oslo es, en esencia, un guion escrito para justificar un mayor nivel de injerencia. El escenario, el galardón y la narrativa se combinan para vender al mundo la idea de que la paz en Venezuela pasa por la tutela externa, por la intervención, por la imposición. Nada más lejos de la realidad.

El pueblo venezolano tiene derecho a resolver sus diferencias sin amenazas militares ni sanciones, sin tutelajes ni premios diseñados para dividir. Y frente a quienes se prestan a ese juego, envueltas en discursos prefabricados y aplaudidas por quienes nunca han querido la soberanía de América Latina, lo que queda es seguir defendiendo la autodeterminación, la dignidad y la paz verdadera: la que nace del pueblo y no la que se otorga como medalla para justificar la injerencia.

DdA, XXI/6196



BAJO EL SOL NEGRO DE LA MENTIRA PROLIFERA LA JUNGLA DEL ODIO Y LA INTOLERANCIA

Colaborador de El viejo topo, el autor nos ofrece este artículo, publicado en abierto en el número de este mes de la revista editada en Barcelona. Es de tener muy en cuenta la cita con la que Antonio Monterrubio lo termina, perteneciente a la crónica que hizo Christopher Isherwood de la República de Wéimar: "Oído en un café: un joven nazi sentado con su novia […] está borracho. «Sí, sí, ya sé que ganaremos, de acuerdo», exclama impaciente, «pero no basta». Y golpea la mesa con el puño: «¡Tiene que haber sangre!». La muchacha le tranquiliza […] «Pero claro que la habrá, cariño», le arrulla apaciguadora, «el Jefe lo ha prometido». Unos días después, Hitler fue nombrado canciller, concluye el articulista, y como todos sabemos -aunque no parezca que sirva de mucho- una marea de sangre y destrucción como nunca en el planeta dio continuidad ampliada a la barbarie de la Primera Guerra Mundial, sólo 21 años después. "La crisis de la conciencia moral, la parálisis de la facultad de juzgar, la capitulación del pensamiento, el agostamiento del sentido y la sensibilidad asedian la ciudadela de la dignidad humana, escribe Monterrubio. Derribados sus muros, quedará a merced de los nuevos bárbaros".


Antonio Monterrubio

Que la historia está lejos de ser un largo río tranquilo, un proceso continuado de progreso y perfeccionamiento, no requiere demostración. En múltiples ocasiones ha hecho gala de su sobrada capacidad para echar el freno y dar marcha atrás. El colapso del mundo micénico, en torno a 1200-1100 a. C., sumergió a Grecia en una Edad oscura que se prolongó hasta la aurora de la época arcaica (s. VIII a. C.). Incluso la escritura desapareció. La caída de Roma acarreó un serio retraso que duró siglos. Hace ya mucho tiempo que la Edad media en su conjunto ha sido rehabilitada de su condición de época tenebrosa sin el menor atisbo de luz. Indudablemente, el eclipse no persistió mil años, pero existió.

No hace falta que una civilización se derrumbe para que los infortunios de los más se incrementen hasta límites que ni sospechaban años atrás. El establecimiento de los Estados absolutistas en el oeste de Europa dio la puntilla al modo de producción feudal y significó la desaparición de la servidumbre, a la par que el desarrollo de una economía cada vez más urbana. En el este del continente, sin embargo, «el Estado absolutista era la máquina represiva de una clase feudal que acababa de suprimir las libertades tradicionales de las clases pobres» (Anderson: El Estado absolutista).
En consecuencia, al este del Elba, sucesivas generaciones de campesinos consumieron sus vidas acechadas por la miseria, el hambre y las epidemias, condenados a una muerte precoz. Así, la Amanda Woyke, cocinera de la servidumbre, creada por Günter Grass en El rodaballo y real como la historia misma. Nacida sierva en 1734, verá perecer de inanición a sus tres hijas pequeñas, una más de las innumerables tragedias que jalonaron su desdichada existencia.
Lloró durante tres días de marzo limpios como la porcelana,
hasta que su planto, filtrado, fue solo un iiih.
(Y también en otras chozas
de Zuckau, Ramkau y Kokoschken,
donde a alguien se le había muerto alguien de hambre
se lloraba así: ihhh…).
Nadie se preocupaba por eso.
Como si no pasara nada, echó brotes el sauce.
La Revolución industrial puso las bases de un progreso material acelerado que culminó en la Sociedad de Consumo y Espectáculo. Pero no todos disfrutaron de sus beneficios, ni mucho menos. Y eso incluso en el mismo centro del proceso.
La clase media triunfante y aquellos que aspiraban a emularla estaban satisfechos. No así el trabajador pobre –la mayoría, dada la naturaleza de las cosas– cuyo mundo y formas de vida tradicionales destruyó la Revolución industrial, sin ofrecerle nada a cambio (Hobsbawn: Industria e imperio).
En nuestro día a día, donde el tecnofeudalismo se va imponiendo mientras se eclipsan los derechos sociales, laborales, ciudadanos y aun humanos, esta frase es de palpitante actualidad. Y los paralelismos no se limitan a aspectos tangibles, con una creciente legión de trabajadores abocados a la precariedad y la estrechez. Igual que entonces, cualidades asociadas a determinados oficios como el saber hacer, la tradición, el orgullo de la obra bien hecha, el valor de la experiencia o una cierta moralidad se han evaporado. La monotonía y la rutina, los ritmos impuestos son incompatibles con casi cualquier labor creativa y gratificante. Ni siquiera la vocación es capaz ya de compensar el carácter alienante del trabajo.
Sociedades al completo pueden caer en una locura colectiva autodestructiva. El suicidio de Europa culminado en el periodo 1914-1945 es una muestra excelente. En apenas treinta años, dos guerras al por mayor y otras de extensión limitada segaron millones de vidas de combatientes y civiles. La miseria se ensañó con las poblaciones. Las epidemias hicieron su agosto, el hambre resultante del paro y la guerra diezmó países enteros. Pero si la catástrofe material fue de dimensiones desconocidas hasta entonces, el apocalipsis moral se reveló aún más funesto. Proliferaron los fascismos, con el fervoroso apoyo de grandes masas. La intolerancia y el odio se propagaron como la peste. Todas las líneas rojas éticas fueron cruzadas, incluso borradas del mapa. Por si la monstruosa cantidad de víctimas de tantos desmanes no fuera suficiente, se alcanzó el non plus ultra de la abyección. Se puso en práctica un programa destinado a exterminar a los miembros de una serie de minorías por el simple hecho de pertenecer a ellas. Judíos, gitanos, homosexuales, discapacitados, opositores políticos fueron perseguidos, cazados o aniquilados ante la indiferencia distraída o el aplauso más o menos entusiasta del populacho. No es creíble que no supieran. Sí que sabían, pero no les importó. Y esto sucedió en países con altísimas cotas de alfabetización, notables niveles educativos y culturas deslumbrantes. El experimento funcionó en su día; luego, dadas condiciones similares, es perfectamente reproducible. Deberíamos andarnos con cuidado. El Mal no habita ya en el lejano corazón de Mordor. Está cerca de nosotros –en no pocos casos, dentro–.
Asistimos, entre atónitos y desencantados, a un proceso de cristalización del mal que, a corto plazo, parece imparable. De los trágicos fenómenos con los que nos toca convivir, el más funesto a largo término es la propagación viral del espíritu de la servidumbre voluntaria. Enloquecidos profetas hacen las delicias de grandes y chicos profiriendo eslóganes ultraliberales que condenan a la pobreza al grueso de la población mundial. Sabido es que la crítica inmisericorde de las nuevas hornadas humanas por quienes dejaron muy atrás su mocedad es un lugar común de venerable antigüedad. Aun así, es difícil negar que hoy una porción no desdeñable de ellas –en particular masculina– enarbola ideas, actitudes y conductas que solo pueden calificarse de nefastas. Cierto es que tampoco en otras generaciones todos, ni siquiera la mayoría de sus miembros, estuvieron movidos por los generosos valores que líricamente se atribuyen a la juventud. Esto no quita que la situación actual sea extremadamente preocupante y presagie, de no cambiar, un futuro poco halagüeño para el planeta y sus pasajeros. Entre el enfervorecido público de los gurús del Egoísmo Salvaje se sitúan en las primeras filas muchos de quienes sufrirán, tarde o temprano, las consecuencias de sus actos. Pero nada parece capaz de detener la marcha hacia el desastre de una humanidad atrapada en su bucle melancólico. Creencias irracionales, prejuicios tribales o sumisiones incondicionales que creíamos desvanecidos en las tinieblas de la historia aparentan haberse conservado en nitrógeno líquido para resurgir ahora, tan frescos, en este invierno de nuestro descontento.
La crisis de la conciencia moral, la parálisis de la facultad de juzgar, la capitulación del pensamiento, el agostamiento del sentido y la sensibilidad asedian la ciudadela de la dignidad humana. Derribados sus muros, quedará a merced de los nuevos bárbaros. Una audiencia cada vez más amplia y enardecida alterna las loas al amo con el odio al desvalido, hace profesión de intolerancia, rinde culto de latría al malismo. La ignorancia y la inhumanidad amenazan con asfixiarnos, no solo metafóricamente. Es momento de actuar, y no de limitarse a discutir sobre si estamos ante un renacer del fascismo o ante un totalitarismo de nuevo cuño. Esto recuerda demasiado la discusión de los conejos acerca de si sus perseguidores eran galgos o podencos. La cuestión es que el Mal con mayúscula, a la par radical y banal, ha regresado, armado hasta los dientes. «Siempre después de una derrota y una tregua, la Sombra toma una nueva forma y crece otra vez» (Tolkien: El señor de los anillos).
El atoramiento de la indignación, último latido de la ética, parece una evidencia. Presenciamos impasibles un desfile incesante de injusticias monstruosas, estremecedoras catástrofes y masacres devastadoras, con o sin coartada bélica. Dedicamos la misma indiferencia a las imágenes de ahogados en el Mare Nostrum convertido en solar de la muerte líquida y las de cadáveres despanzurrados por bombas, misiles y miseria moral. Nada tiene el vigor suficiente para sacarnos de nuestra zona de confort, a la cual nos aferramos con uñas y dientes. Somos la confirmación a gran escala de la validez del axioma neurocientífico que sostiene que al cerebro no le importa la verdad, sino la supervivencia. Si necesita crear un relato que justifique cualquier atrocidad, no le temblarán las neuronas. Y en todo caso, no dudará en dirigir la atención hacia otro lado con tal de ahorrarse el dolor o la angustia.
Allá donde mora el emperador y donde, por ende, se corta el bacalao, comienzan a proliferar signos de un autoritarismo con vocación autocrática. En apenas seis meses de ejercicio, el gobierno Trump bis ha traspasado innumerables límites morales, legales y constitucionales. Lo menos que puede decirse de la troupe circense que escolta al César es que su virtud es de lo más distraída. Forofos de la mentira, la calumnia, las fake news y los hechos alternativos, habitan una realidad paralela a la cual pretenden teletransportar al grueso de la población, idealmente a la sociedad en su conjunto. Una parte considerable vive ya en esa Matrix corregida y aumentada que es el show de Trump, mucho más falso (y letal) que el de Truman. El destino de los réprobos –a pesar del biopoder, la psicopolítica y el tecnototalitarismo, los habrá– será poco envidiable. Tenemos delante a un tipo que amenaza con detener a todo un gobernador de California por el delito de no bailarle el agua. Los ignorantes atrevidos son legión en su gabinete, desde el vicepresidente hasta los inenarrables secretarios de Defensa o Sanidad. El antivacunas militante y conspiranoico de pro Robert F. Kennedy ha despedido a los diecisiete miembros del comité asesor sobre las vacunas para sustituirlos por expertos que comparten su pensamiento mágico y su ideario paleopolítico. Pero seguramente el elemento más representativo de la vileza de las políticas trumpianas sean los pogromos contra los inmigrantes, persecuciones, arrestos y deportaciones arbitrarias –y a menudo ilegales– que cuentan, no lo olvidemos, con el beneplácito entusiasta de nutridos contingentes ciudadanos. Ya se sabe: primero se llevaron a los mexicanos, pero como yo no era mexicano…
Creer que estamos ante un simple puñetazo en la mesa, una subida de la testosterona, una exhibición de fuerza de cara a la galería, sería pecar de ingenuidad. Todo esto responde a una estrategia orquestada a fin de polarizar a la sociedad, justificando así la implantación de medidas de excepción. El objetivo es asentar un poder cada vez más autoritario y sin contrapeso alguno.
Apenas jurado su cargo, el magnate-presidente ya insinuó que la prohibición constitucional de un tercer mandato se le daba un ardite. El programa de control del poder judicial sigue en marcha, al igual que los de establecimiento de un cuasimonopolio mediático o el aplastamiento de la disidencia intelectual y universitaria. Su olímpico desprecio a las reglas democráticas, las normas legales y los imperativos éticos reflejan un insaciable apetito autocrático. Su sueño poco secreto es convertirse en caudillo del MAGA de los mil años. A su vez, esa es la pesadilla de millones de sus conciudadanos y de tantos en el resto del mundo. Pues un gobierno autoritario en los Estados Unidos refuerza los que ya existen en otros países, haciéndolos aún más atrevidos y opresivos. Y facilita enormemente el advenimiento de otros destinados a durar. La sombra amenaza de nuevo con devorarnos.
Muchas son las entidades tenebrosas que se han dejado sueltas en los últimos tiempos. Pero la Princesa de las Tinieblas es la Mentira. Los hechos se ocultan, se transforman, se invierten. La historia se reescribe constantemente ante nuestras narices. Hasta los testigos presenciales terminan creyendo a pies juntillas la versión amañada y autorizada. Todo dato, suceso o cifra puede ser vilipendiado, menospreciado, disimulado o negado si afecta a la imagen del poderoso. Simétricamente, infundios sin pies ni cabeza mutan en dogmas de fe cuando contribuyen a la eliminación de los réprobos. Por racionales y sapiens que insistamos en creernos, confiar en las buenas artes del Sistema Nervioso Central para actuar como estabilizador automático sería un error de bulto. Si nuestro cerebro necesita relatos a modo de alivio, queda muy lejos de su ánimo el contrastarlos con fuentes fiables.
Bajo el Sol negro de la mentira prolifera una tenebrosa jungla de intolerancia y odio. A su sombra se reúnen hordas cada vez más nutridas de orcos y demás criaturas malignas. Todos ellos, incluidos los más orgullosos, como los horripilantes Espectros del anillo, son meros sirvientes, piezas de ajedrez desechables en el Gran juego del Señor Oscuro. Este cuenta con que sus sofisticadas artes nigrománticas serán suficientes para hacerle dueño no ya de la Tierra media, sino del planeta entero. Pero no descarta, si lo considera oportuno, recurrir a terapias más agresivas. Estas vísperas recuerdan otras pasadas.
"Oído en un café: un joven nazi sentado con su novia […] está borracho. «Sí, sí, ya sé que ganaremos, de acuerdo», exclama impaciente, «pero no basta». Y golpea la mesa con el puño: «¡Tiene que haber sangre!». La muchacha le tranquiliza […] «Pero claro que la habrá, cariño», le arrulla apaciguadora, «el Jefe lo ha prometido».
Estas frases proceden de «Diario berlinés (Invierno, 1932-33)», el capítulo que cierra Adiós a Berlín de Christopher Isherwood. Unos días después, Hitler fue nombrado canciller.
DdA, XXI/6196
DdA, XXI/6194

LA VIDA DE LOS VIEJOS NO ES MÁS QUE UNA PREVISIÓN DE INGRESOS



De respetados y consejeros en las sociedades antiguas, a esto. Todos somos mientras producimos una previsión de ingresos en la sociedad vigente, así que el neoliberalismo considera que, sin producir, debemos serlo con mayor motivo. Incluso hasta el extremo de privarnos de la sanidad que hemos pagado cuando se sufre una pandemia y esa desasistencia provoca la muerte de los ancianos enfermos, tal como ocurrió en este país (casi 8.000 en Madrid), muertes hasta ahora impunes: 

Juan José Millás

Nadie nos obliga a comprar en un supermercado concreto, ni a contratar un seguro determinado, ni a vivir en un edificio gestionado por tal o cual fondo buitre. Somos, en apariencia, individuos con capacidad de elección. Pero, si lo examinamos con calma, esa capacidad es un espejismo semejante al que quizá tengan las gallinas en el interior del corral.

Los grandes grupos empresariales —la distribución, la banca, la salud pública externalizada, la vivienda convertida en mero producto de mercado, las residencias de mayores gobernadas por colosos del dinero— fingen seducirnos, pero en realidad nos seleccionan como piezas de su engranaje industrial. La libertad que creemos ejercer es la última fase de un proceso en el que nos inscriben antes de nacer. Piénsenlo: algoritmos que anticipan nuestros gustos, empresas que moldean nuestros hábitos, instituciones que fijan los entornos en los que nos movemos, partidos políticos que actúan como correas de trasmisión de tales entramados.

El ejemplo más feroz tal vez sea el de las residencias de ancianos, convertidas en tuétano de un negocio global donde los residentes son meros activos financieros. De ahí que durante la pandemia de la covid murieran (solo en Madrid y abandonadas a su suerte) casi 8.000 personas mayores sin que nadie haya respondido por esta masacre todavía. La vida de una vieja o de un viejo institucionalizados no es más que una previsión de ingresos. Y si esto ocurre en el tramo final de la existencia, ¿por qué habría de ser distinto en las etapas anteriores? Los supermercados nos segmentan, las plataformas de entretenimiento nos perfilan, las aseguradoras nos calculan, los fondos inmobiliarios nos eligen o descartan como inquilinos garantizados. Cada uno de estos actores casi monopolísticos nos va colocando un collar invisible. Aunque no sintamos su tacto en la piel, podemos percibir, si prestamos atención, los tirones de la correa. Son nuestros amos.

El País DdA, XXI/6196


LOS HOMOSEXUALES EN LOS TIEMPOS DEL "PÓNTELO, PÓNSELO"


Javier de la Puerta

Solo en 1991 se atrevieron en España a hacer una campaña masiva para propiciar el uso del preservativo en las relaciones sexuales. Aunque la campaña se dirigía a toda la sociedad, era evidente que solo el SIDA era en ese momento mortal y los homosexuales éramos el colectivo más afectado. Eso sí, en la publicidad oficial se ve que ponían al mismo nivel la gonorrea y el mortal SIDA. Solo en 1995-1996 se encontró un cocktail de pastillas que empezó a salvar vidas a los enfermos de AIDS, pero para entonces miles de personas habían muerto, con una sociedad que en lugar de ayudar, nos trató a todos los gays como leprosos. Yo he vivido dos pandemias.
La gente joven no puede entender lo reaccionaria y ultraconservadora que era la sociedad española de los años 70, 80 o 90. Para ellos solo había una moral y quien no la seguía era un "pecador". Me enorgullezco de haber "pecado" durante toda mi vida.
La publicidad "Póntelo. Pónselo", sufrió una dura campaña en contra, por parte de los de siempre. No necesito citarlos.

DdA, XXI/6196


viernes, 12 de diciembre de 2025

RENOMBRAR EL CUERPO DE LA MUJER TAMBIÉN ES REPARAR



África Bovaira

Durante siglos, las mujeres fueron excluidas de la ciencia y de la medicina.
El estudio del cuerpo humano, especialmente del cuerpo femenino, estuvo monopolizado por hombres, que solían dar su propio nombre a los descubrimientos anatómicos.
La paradoja es que estos nombres se siguen usando hoy en día, aunque desde 1895 se desaconsejan en el ámbito médico oficial.
¿Por qué? Porque no explican ni la función ni la forma. Y porque dan la sensación de que el cuerpo femenino sigue siendo territorio conquistado.
Nombres que no cuentan nada… salvo quién los descubrió
Aquí van algunos de los más conocidos:
• Trompas de Falopio
En realidad, se llaman trompas uterinas y son los conductos que comunican los ovarios con el útero.
• Glándulas de Bartolino.
Se encuentran a cada lado de la abertura vaginal y segregan líquido lubricante. El nombre correcto sería glándulas vestibulares mayores.
• Glándulas de Skene
Se sitúan junto a la uretra y ayudan a lubricar y proteger de infecciones. También se llaman glándulas periuretrales.
• Folículos de De Graaf
Se conocen como folículos ováricos.
• Conductos de Gartner
Son restos embrionarios del conducto mesonéfrico que a veces persisten en la vagina o el útero.
• Punto G
Ernst Gräfenberg
Es la raíz interna del clítoris.
¿Y si los renombramos?
Por ejemplo: glándulas Lucy, Betsey y Anarcha, en honor a tres mujeres esclavizadas que fueron utilizadas para experimentos ginecológicos por el médico James Marion Sims, considerado durante mucho tiempo “el padre de la ginecología moderna”.
Renombrar también es reparar
Es una forma de visibilizar a las mujeres que la historia médica ha ignorado.

DdA, XXI/6195


VOX LOS PROPONE EN VALENCIA, ¿LLEGARÁN SUS PLANES DE DEPORTACIÓN A LA MONCLOA?

 


Lazarillo

Como las encuestas siguen siendo favorables al crecimiento de Vox en las urnas, haciendo con ello posible un gobierno en el país PPVOX, no está de más recordar que en la Comunidad de Valencia la extrema derecha no sólo ha estado gobernando con Mazón durante la nefasta gestión del president que dio como resultado la muerte de más 200 personas por las riadas hace más de un año, sino que en la agenda del partido de Santiago Obiscal, que dice Trump el Deportador, hay unos planes de deportación (retorno lo llaman) de inmigrantes a sus países de origen. Lo que el grupo parlamentario de la extrema derecha tiene en cartera como proposición no de ley en aquella región es la deportación de cualquiera inmigrante si comete delitos graves, no quiere integrarse en la cultura española o haya accedido ilegalmente a nuestro país, a tal fin supervisaría las concesiones de nacionalidad de los últimos años para evitar el fraude y revocaría la de aquellos inmigrantes que la haya obtenido de manera fraudulenta. Leyendo esa proposición cabe deducir, dado que para estas dos últimas finalidades un gobierno autonómico no tiene competencias, que Vox nos anuncia en la Comunidad de Valencia lo que podría acordar con competencias en el gobierno central si Feijóo llegara con Vox a La Moncloa. ¿Se imaginan en España redadas de inmigrantes que no respeten la "cultura" de la tauromaquia o el "toro de fuego"? 

DdA, XXI/6195


¿ES POSIBLE CUALQUIER ATROCIDAD EN EL CARIBE DESPUÉS DE GAZA?

La editorialista del diario mexicano La Jornada, después la acción de piratería perpetrada contra  un petrolero con bandera turca en la costa venezolana, que transportaba petróleo de este país, cree que los niveles de agresión contra la soberanía de América Latina y el Caribe por parte del gobierno de Donald Trump reflejan su confianza en la posibilidad de acometer cualquier atrocidad con total impunidad, impresión confirmada por la ausencia de consecuencias que tuvo la invasión y el genocidio del pueblo palestino que Estados Unidos junto al gobierno de Netanyahu vienen ejecutando desde hace más de dos años en la Franja de Gaza, con un alto el fuego de apariencia que no deja de incrementar el número de asesinatos de la población civil gazatí.

 


El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, afirmó que la Guardia Costera de su país incautó frente a las costas de Venezuela “el petrolero más grande jamás confiscado”, aunque, como es habitual en su gobierno, no lo identificó ni especificó el lugar de la intercepción. La medida se produjo en medio de una masiva acumulación militar estadunidense en la región, que incluye un portaviones, aeronaves de combate, buques de desembarco y decenas de miles de tropas. Asimismo, el magnate amenazó al presidente de Colombia, Gustavo Petro, con que “podría ser el siguiente”, en referencia a que Washington iría por él tras deponer, por medio de la fuerza militar, al gobierno de Venezuela.

El ataque contra la principal fuente de ingresos del Estado venezolano hace pensar que el despliegue bélico estadunidense en torno a la nación caribeña no tiene y nunca tuvo la intención de combatir el narcotráfico, sino el de consumar el anhelo compartido por los pasados cinco inquilinos de la Casa Blanca: expulsar al chavismo del poder e instalar en Caracas un régimen títere que entregue a las corporaciones occidentales el control sobre las mayores reservas petroleras del planeta.

Esa ansia de hidrocarburos, que debería haberse mitigado conforme el mundo transita hacia fuentes de energía renovables y bajas en emisiones de gases de efecto invernadero, ha vuelto al primer plano con el trumpismo y su determinación de extraer y quemar tanto petróleo como le sea posible. Por ejemplo, en julio la administración republicana eliminó una norma que limitaba emisiones contaminantes de autos y plantas energéticas y hace una semana relajó los topes de consumo de combustible de los vehículos. Se estima que esta última medida provocará un aumento en el uso de gasolinas y diésel de alrededor de 380 mil millones de litros hasta 2050, así como un alza de 5 por ciento en la producción de dióxido de carbono.

De manera complementaria, cabe preguntarse si los embates contra Caracas y Bogotá forman parte de un plan de Washington para apoderarse de las rutas de trasiego de cocaína existentes y abrir nuevas, por ejemplo, a través de Venezuela, por donde en la actualidad no pasa ni la vigésima parte de la que se produce en su vecino occidental. En este sentido, debe recordarse que la Casa Blanca y sus agencias de inteligencia han trabajado una y otra vez con gobiernos que usan un discurso de mano dura contra el crimen a fin de ocultar su carácter delictivo, como ocurrió con el calderonato en México y el narcoparamilitarismo de Álvaro Uribe en Colombia. En el primer caso, los mismos estadunidenses han reconocido que su hombre fuerte en nuestro país, Genaro García Luna, fue el gran dirigente del narcotráfico mientras encabezaba las instancias encargadas de combatirlo. Las perspectivas de que Uribe vuelva a gobernar Colombia por medio de testaferros tras las elecciones del año entrante sin duda incentivan a Washington a cerrar la pinza en torno a Venezuela, la última ficha que les faltaría para tener un dominio total sobre el lucrativo negocio de los estupefacientes en Centro y Sudamérica.

Al mismo tiempo, los niveles de agresión contra la soberanía de América Latina y el Caribe reflejan la confianza del trumpismo en su posibilidad de perpetrar cualquier atrocidad con total impunidad, impresión confirmada por la ausencia de consecuencias en el genocidio que lleva dos años ejecutando de la mano de Israel sobre el pueblo palestino. La presencia de gobiernos de derecha y de ultraderecha alineados con Washington en Argentina, Bolivia, Costa Rica, Ecuador, Panamá, Perú, República Dominicana, El Salvador, Trinidad y Tobago, aunada a la probable llegada al poder de un grupo político abiertamente pinochetista en Chile y la amenaza del uribismo en Colombia, es otro factor que envalentona al trumpismo al mostrarle que la región se encuentra dividida y sin posibilidad alguna de resistir el injerencismo, venga en forma de sanciones ilegales, de actos de piratería como el cometido ayer contra el petrolero o de bombardeos y masacres.

Ni de Trump ni de sus aliados cabe esperar actos de respeto a la legalidad internacional, por lo que México y las escasas democracias que se mantienen en pie en el ámbito latinoamericano deben prepararse para tiempos oscuros, de lo cual son una anticipación las constantes agresiones diplomáticas que nuestro país ha sufrido a manos de regímenes de facto y autoritarios en la región andina.

LA JORNADA MX.