El clan Ribera Salud no es una rareza, ni una excepción, ni va por libre. Pertenece al conocido cártel de la sanidad madrileña. Un entramado que, bajo el concepto mágico de “colaboración público-privada” –ábrete sésamo lo llamaban en Alí Babá– abrió hace tiempo en toda España las puertas para convertir la salud de la gente en un negocio muy rentable. Entre las familias de la mafia corren las mordidas, los contratos, los favores y corren los Maseratis. Vuestros tumores son sus asientos de cuero. Vuestras pandemias, sus áticos pagados a tocateja.
Gerardo Tecé
Poco CEO tiroteado se ve por ahí para los ambientes chungos en los que se mueve esta gente. En Torrejón, un líder del clan Ribera Salud era grabado durante una reunión de la cúpula dando órdenes a sus chicos: “Estableciendo la lista de espera quirúrgica, al final nos va a determinar la actividad y, determinando la actividad, determinaremos cuáles son los gastos y qué nivel de EBITDA (beneficios limpios) obtendremos, que deberían ser de cuatro o cinco millones de euros”. Para quien no conozca la jerga delictiva sanitaria, lo que el capo proponía era aumentar las listas de espera en la sanidad pública para que la empresa a la que Ayuso había puesto a hacer negocio con la salud de todos sacase aún mayor margen de beneficio.
En idioma castellano, si tu madre, tu pareja, hermano o hijo necesitan una operación, cuando acudan al hospital público que pagamos con nuestros puñeteros impuestos y esfuerzos, una organización privada maniobrará poniendo en riesgo su salud. Porque sanar al enfermo es un gasto mientras que el dinero de tus impuestos, que ellos se quedan por haberse ahorrado esa operación, es un beneficio neto. Mangione macchiato, macchiato, per favore. Aumentar las listas de espera no era la única estrategia de este tipo: tan sanas para las cuentas de la organización como nocivas para sus pacientes. También se establecían categorías en función de lo rentable o no que era la enfermedad de fulanito. Si lo que le pasa a usted es costoso, pues échese a un lado, coño, que nos descuadra las cuentas al final del año. No queda ahí la cosa. Empleados del hospital público de Torrejón recibieron órdenes del clan de los Ribera para que se reutilizase material sanitario de un solo uso. Por ejemplo, catéteres pensados para explorar el corazón de un único paciente había que usarlos hasta en diez ocasiones diferentes. Una práctica peligrosa a nivel cardiológico, sí, pero muy sana, tanto como comer nueces, a nivel económico. Hemos sido competitivos, se celebran estas decisiones en las cenas de navidad de las empresas sanitarias al repartirse el bonus.
El clan Ribera Salud no es una rareza, ni una excepción, ni va por libre. Pertenece al conocido cártel de la sanidad madrileña. Un entramado que, bajo el concepto mágico de “colaboración público-privada” –ábrete sésamo lo llamaban en Alí Babá– abrió hace tiempo en toda España las puertas para convertir la salud de la gente en un negocio muy rentable. Entre las familias de la mafia corren las mordidas, los contratos, los favores y corren los Maseratis. Vuestros tumores son sus asientos de cuero. Vuestras pandemias, sus áticos pagados a tocateja. El negocio es brutal. Tanto que se mea en la cara de la sagrada ley capitalista de la oferta y la demanda. Ley que aquí no se aplica. No hace falta porque no todo el mundo demanda unos auriculares para escuchar música por la calle, pero el 100 % demanda tener salud para seguir viviendo. Y la oferta llega sola. Si se siente enfermo, vaya a un hospital. No necesitas anunciar eso en la tele. Los márgenes son magníficos.
La reyerta acabó como acaban las reyertas en los círculos de la mafia. Tras haber sido despedidos meses atrás los directivos de Ribera Salud que denunciaron internamente las prácticas del capo Pablo Gallart, al hacerse pública la estrategia, el CEO ha dimitido y la organización a la que lucraba se ha llevado las manos a la cabeza gritando “no me digas que estábamos aquí ganando pasta”. La Comunidad de Madrid, por su parte, ha exigido explicaciones: cómo puede ser que las empresas privadas de amiguetes a los que colocamos al frente de lo público para que hagan negocio con la salud de todos, hagan negocio con la salud de todos. ¿Qué será lo próximo? ¿Recortar la sanidad pública para generar negocio privado por otro lado poniendo en riesgo a la población? ¿Que un día llegue una pandemia, no haya recursos, tengamos que hacer como Ribera Salud y dejar fuera a 7.291 pacientes? O mejor aún, ¿que hagamos todo esto y la gente nos vote? Por mucho que digan unos y otros hoy tratando de salvar el negocio, Pablo Gallart no ha sido un mal gestor. Ha sido un gestor excelente que ha sido grabado diciendo qué ocurre y qué seguirá ocurriendo.
CTXT DdA, XXI/6191











