El nacionalismo vasco estará muy satisfecho de uno de sus líderes. Andoni Ortuzar fue periodista, se licenció en Ciencias de la Información por la Universidad del País Vasco, su país, aquel al que obsequió con no pocos y gallardos mítines en los Días de la Patria Vasca (Aberri Eguna). Ay, la patria. Lo aclamaban entonces una legión de patriotas, generalmente tan fieles creyentes de la patria como las palabras del orador hacían creer bajo las banderas de Euskadi y el chirimiri o calabobos de abril. Ortuzar, después de ser director de la radio y televisión públicas del País Vasco, prefirió ser un político de aquella patria y presidió como tal el Partido Nacionalista Vasco desde 2013 hasta el año en curso. Desconozco los emolumentos que cobraba al frente del PNV. Lo cierto es que una vez sin la patriótica prestancia de tal cargo, ya no lo veremos en la tribuna abrileña de los Días de la Patria Vasca porque las puertas giratorias le han franqueado la del consejo de administración de Movistar Plus, la plataforma televisiva de Telefónica (Telefónica Audiovisual Digital), según una información publicada por El Correo Vasco. Su otrora ejercicio al frente del patriotismo vasco le permitirá ahora una remuneración bruta de 80.000 euros al año.
Sigo aquí, entre lentejas rancias, buscando en el mercado dos libras sin gorgojo, aunque sé que basta encender la televisión para que salgan chorizos por la pantalla: tantos y tan variados que ni la mejor cocinera sabría combinarlos sin que el guiso explotara. Y, sin embargo, aquí estamos. En el país donde los ciegos no son los que menos ven, ni los sordos los que menos oyen… sino quienes silban mientras les vacían los bolsillos. Aquí, donde vuelvo sin saber por qué. O quizá sí: porque las lentejas, incluso con gorgojo, siguen siendo nuestro plato nacional.
Paco Arenas
En el país de las lentejas —que ya no son pardinas sino parduzcas, con gorgojos que piden cita previa y se apuntan al cupo— los burros verdes siguen royendo musgo gris como si fuera caviar iraní, mientras sobrevuelan las ciudades soltando nubecillas de tocino neoliberal. Caen sobre los mortales unas migajas de libertad enlatada, no vaya a ser que alguien olvide que aquí el menú siempre fue «lo tomas o lo dejas», sobre todo si debes pagarlo dos veces: una con tus impuestos y otra con tu paciencia.
Al fondo, entre el barro y las crines, los mulos romos alardean de pureza racial, aunque sus padres fueron caballo ofuscado y borrica fatigada que pasaba por allí sin vocación de maternidad. Pero en este reino el pedigrí no se hereda: se compra en sobres y se bendice en tribunales supremos», ubicados en áticos tan luminosos que hasta el novio de la reina de la charca madrileña puede ver desde su terraza cómo se evaporan las listas de espera del Hospital de Torrejón y cómo, entre una cosa y otra, uno acaba ganando cinco o seis milloncetes. Que la vida está muy mal, incluso para Tomás, que sin oficio, beneficio ni vergüenza se llevó trescientos mil euros al bolsillo. Pablo, pobre incauto, fue a parar a la papelera como un kleenex sin usar, para dejar paso a un gallego confundido, movido por hilos de marioneta desde un ático en Chamberí.
Y no es solo Torrejón: allí las listas no aumentan porque no las reduzcan, claro, sino porque su director proclama con entusiasmo que todo va de maravilla, incluso cuando los catéteres —dicen las malas lenguas y las auditorías— han viajado más millas que el rey demérito rumbo a Abu Dabi.
Pérdidas públicas, beneficios privados: la receta secreta de lentejas con denominación de origen madrileña.
Aun así, en este país mágico de legumbres sospechosas, cualquier batracio puede convertirse en príncipe sin beso ni inteligencia: basta con croar en el nenúfar correcto. Los burros y los mulos, verdes, azules, rojos desteñidos o morados arrepentidos, comerán boñigas felices si con ello contentan al rey del cenagal.
Total, con una caña en la mano —que algunos confunden con la Constitución— todo baja mejor, incluso la ignominia.
Y claro, luego pasa lo que pasa: sentencias anunciadas en despachos ajenos, concretamente en el del «Ilustre» Colegio de Abogados de Madrid, que de la noche a la mañana muta en universidad privada regada con cuarenta y cinco millones de euros. Mientras tanto, la Complutense —esa que sí es pública— no puede ni pagar a los profesores ni a las señoras de la limpieza, las últimas guardianas de la dignidad entre pizarras rotas y fluorescentes moribundos.
En este país, donde las lentejas se sirven con gorgojo y propaganda, nadie recuerda ya cuándo eligieron ese menú. Quizá porque estaban, como siempre, de cañas —ese sacramento que sustituye al pensamiento crítico— o porque la pantalla del móvil les absorbía el alma con luces de feria. Da igual: aquí la democracia se ejerce entre ronda y ronda. Y así nadie se sorprende de que les roben la cartera, el pan, la escuela… o la sanidad pública, donde en Andalucía cribaban a las mujeres con criterios que ni el Oráculo de Delfos habría traducido sin recurrir al diccionario de disparates.
Mientras tanto, en el Supremo buscan pruebas contra el fiscal general como quien rebusca gorgojos entre las lentejas frías: a manotazos, veinte días después, como si los expedientes hubieran escapado corriendo con las judías pintas colgadas del brazo.
Y cuando por fin redactan la sentencia, no huele: apesta.
Apesta a cloacas fermentadas, a tuberías de cincuenta años sin desatascar, a esa podredumbre institucional que en esta Ínsula Barataria llamada España se da por costumbre.
Aquí ya todo es posible, menos la lógica.
Ahí tienes al rey demérito, publicando un libro desde su mirador fiscal en Abu Dabi, donde medita sobre España sin pagarle un duro. El único español sin pensión de jubilación… porque ya cobró antes, y de sobra, lo suyo y lo ajeno, en sobres, comisiones, regalos y amistades exóticas.
Mientras él navega en yates de bondadosos amigos, los súbditos se pelean por migas de dignidad en un mercado laboral de saldo.
Si uno mira hacia Levante, la sopa empeora: el pacto de la vergüenza en Valencia burbujea en las cazuelas de El Ventorro, con su presidente celebrando aquello de que es «cojonudo», como quien confunde la política con un chascarrillo de bar, y sus cómplices lo mantienen aforado, con sueldo vitalicio y además con subida de sueldo, por dejar morir a 229 valencianos.
El problema es que el chiste lo pagamos todos, incluidos quienes aún creen que el muladar es un paraíso con vistas al mar.
Sigo aquí, entre lentejas rancias, buscando en el mercado dos libras sin gorgojo, aunque sé que basta encender la televisión para que salgan chorizos por la pantalla: tantos y tan variados que ni la mejor cocinera sabría combinarlos sin que el guiso explotara.
Y, sin embargo, aquí estamos.
En el país donde los ciegos no son los que menos ven, ni los sordos los que menos oyen… sino quienes silban mientras les vacían los bolsillos.
Aquí, donde vuelvo sin saber por qué. O quizá sí: porque las lentejas, incluso con gorgojo, siguen siendo nuestro plato nacional.
Coomonte es un río artístico de aguas bravas, un viento de propuestas que no se deja acallar por los ruidos continuos que ensordecen el arte. Coomonte fluye, singular, ejecutivo y activo, dándose a todo lo que le rodea, siendo por momentos silencio en espera de su verbo inquieto e intenso; o bullendo, otras veces, entre las orillas vitales de su cauce continuo o junto al torrente imaginativo de su aire renovador. Vuelve, Coomonte, va y viene de su casa siempre abierta con su obra y su vida ofrecidas a todos, sin más.
José Luis Coomonte
Entrar en la obra y en la peculiar extensión creativa de este artista benaventano es participar con él de sus propias reflexiones cuando explica que: «El arte nace de la necesidad de comunicación, es la comunicación íntima del artista, la manipulación de la obra para crear una realidad»; pues esta creación sobre lo real, este darse imaginativo y manual se caracteriza por provenir del mundo de lo telúrico y de lo natural, y por su necesidad íntima de entrega sincera al espectador. Desde este presupuesto, conviene reconocer que toda pieza o escultura de Coomonte semeja, así mismo, una especie de estructura musical excéntrica e innovadora que busca de forma continua e inquieta un centro necesario, un ir resolviéndose hacia el centro de su densidad, de su peso y de su concepto; hacia el centro lúdico de lo escéptico de esa excentricidad, y tratar de hornear la curva, de aolar lo redondo y sinuoso de la vida y de la materia, siempre al lado de la búsqueda de la sencillez; no es de extrañar, por ello, que de sí mismo explique: «Quise ser labrador, no escultor, me metieron en esto porque era habilidoso».
A poco que se mire alrededor de sus creaciones, se observe una obra concreta o se contemplen las líneas que van definiendo su mundo, habremos de convenir que las esculturas y las creaciones de Coomonte alivian y a la vez avivan el peso y la contundencia de la geometría, la gracia y la frescura de la medida y la fuerza creativa de la materia. Así, en el silencio contemplativo se desenvuelven y afloran la armonía espiral de lo curvo o la fuerza de la recta latiendo entre sus nudos y una poética de la dureza y de lo frágil que realza y reaviva su sentido artístico. Desde ahí, no nos resulta raro poder comprobar como sus planteamientos sobre la dureza se acercan a las palabras del filósofo y creador francés Gaston Bachelard, quien hablando de la dureza y del hierro en Chillida expone: «Ese herrero singular en verdad alimenta sueños de hierro, dibuja con hierro, ve con hierro [… E]scucha al hierro propagar su fuerza a través de los espacios domeñados; oye al hierro repetir su fuerza en formas que son como otros tantos ecos materializados. ¡Los ecos!». Esos ecos esenciales que anhelan la llegada de la luz desde el Arte, se acercan al trabajador del hierro, al escultor y al herrero, a Coomonte en particular, a modo de palabras esclarecedoras como le ocurre al poeta José Corti en sus versos, cuando escribe: «Cual bloque de hierro golpeado sobre el yunque / se adelgaza el sol tras los golpes reiterados / de quién sabe qué Titanes que, muy lejos, en la bruma, / forjan para el ocaso, haces de claridad».
Bien sabe nuestro escultor que en esa lucidez, en esa luz, en esa claridad que llega desde la obra de arte es donde radica la belleza y la necesidad de buscarla, en el sentido que plantea Hegel cuando se pregunta sobre el fin y el destino del arte, y sostiene que está en la representación de lo bello, en revelar su armonía; y así, aclara: «Cualquier otro fin, la purificación, el mejoramiento moral, la edificación, la instrucción, son accesorios o consecuencias. La contemplación de lo bello […] eleva al alma por encima de la esfera habitual de sus pensamientos, la predispone a nobles resoluciones y a acciones generosas por la estrecha afinidad existente entre los tres sentimientos y las tres ideas del bien, lo bello y lo divino». Esta preocupación por lo bello, siempre necesaria en la comunicación estética, la desarrollará nuestro artista desde la búsqueda del encuentro y de la mezcla; así aparecerá resolviendo la idea de lo enmarañado (Minos), de lo laberíntico, y de lo contaminante, por ejemplo en el caso del plegado, como lugar de encuentro entre la frágil (el aire) y la dúctil dureza del hierro ya mencionada (Fot Pyar, libros, 1975); en las obras El Miliar y el Cerco donde, desde lo histórico y lo científico, nunca lo contingente, se encuentran y se mezclan la piedra y el hierro con cierto aire de primitivismo; o también en obras cruciales y representativas del buen hacer de Coomonte, como son el Ostensorio o los diferentes tipos de Cruces, donde lo religioso y esos aires de lo primitivo pétreo se encuentran y alzan la obra de arte sintetizando diferentes sentidos y simbologías.
El lazo, Benavente
A este artista telúrico y de alta imaginación e ingenio siempre le ha preocupado el entorno, el lugar donde poder ubicarse y ubicar sus obras, pues piensa como John Berger que: «Un lugar es más que una zona. Un lugar está alrededor de algo. Un lugar es la extensión de una presencia o la consecuencia de una acción. Un lugar es lo opuesto a un espacio vacío. Un lugar es donde sucede o ha sucedido algo. El pintor [el escultor, en este caso] está siempre intentando descubrir, tropezarse con ese lugar que contiene y rodea su acto de pintar [crear] en ese momento». En ese contexto hay que recordar, la defensa pública y la reivindicación social y política incluso, que ha hecho en todo momento sobre la ubicación justa y certera, por ejemplo, del mobiliario urbano de su creación (piénsese en lo resolutivo de su lucha allá en 1990, cuando se encadenó a su mítica Farola en el centro de Zamora). Sobre la importancia de todo esto, y en deuda siempre con su lugar de procedencia, al recibir el Premio de las Artes de Castilla y León, y consciente de la fuerza lúdica de la materia, dirá con contundencia e ingenio: «Esto me ha dado mi tierra: un cincel, una fragua. Supe cómo moldear el aire, aún tengo que aprender cómo esculpir el agua».
La farola, Zamora
Respecto del ingenio, tan peculiar y mantenido siempre en nuestro creador, es justo decir que se trata de una de las características básicas que acompañarán sus búsquedas y empeños creativos; y nos referimos a la imaginación siempre presente en su obra, y no a la fantasía distractora, tal y como es posible comprobar en cada una de sus exposiciones, siempre cercano al modo en que el gran John Berger explica: «Cuanto más imaginativa es una obra, con más profundidad nos permite compartir la experiencia que tuvo el artista de lo visible». No obstante, no hay que olvidar que a la hora de observar el arte existen también prejuicios artísticos. Por ello, y muy atinado, seguirá diciendo Berger: «Cuando se presenta una imagen como una obra de arte, la gente mira de una manera que está condicionada por toda una serie de hipótesis aprendidas acerca del arte. [belleza, verdad, genio, civilización, forma, posición social, gusto…]».
Por eso, para José Luis Coomonte el ser imaginativo, además de ser necesario, es vital para poder seguir su camino artístico, y su necesidad continua de concretar, de hacer tangible y cercana la obra para el espectador; de ahí su gran preocupación por lo redondo, cuando asegura que «lo redondo es concreto», o que «lo redondo es lo que hace que las figuras se fijen en la cabeza del espectador». Importancia de la redondez que coincide con Gaston Bachelard, quien en Poética del espacio («Fenomenología de lo redondo»), y citando a Jaspers («Toda existencia es redonda), a Van Gogh («La vida es probablemente redonda») o a Joë Bousquets en Le meneur de lune («Le han dicho que la vida era hermosa. No. La vida es redonda…») añadirá, reforzando las palabras del filósofo, del pintor y del poeta: «Si nos sometemos a la fuerza hipnótica de tales expresiones, he aquí que estamos enteros en la redondez del ser, que vivimos en la redondez de la vida como la nuez que se redondea en su cáscara». Y termina por asegurar desde Jaspers que «la existencia es redonda». Dicho que «se convertirá para nosotros en un instrumento que nos permita reconocer la primitividad de ciertas imágenes del ser». Imágenes que a la postre conformarán la posibilidad de verlo todo como un universo centrado tanto en el juego de la redondez como en la posibilidad de todo lo que fluye o cambia, siempre esenciales en nuestro artista.
Coomonte reconoce con Galileo que el arte como el mundo es activo y también se mueve. Por ello expresará que «el universo es un abstracto en el que el trato con la imaginación del cerebro ha de ser lúdico». Desde ahí, podemos asegurar con él que su modo de ser artista y escultor se basa en la necesidad del juego con todo: jugar a trabajar, jugar a participar, jugar a amar, jugar a vencer y a convencer, si llega el caso; porque su preocupación vital y artística, utilizando todo tipo de materiales de hecho y de deshecho, se basa en «experimentar con lo posible», tal y como define el juego el filósofo español Javier San Martín, quien expresa que se trata de una «tarea cultural» de la que el arte participa. Así, no es de extrañar que este mismo profesor, hablando de la teoría antropocéntrica sobre el juego, explique que «el arte es una experimentación de lo posible y que por ello entra en este escenario el juego. Por tanto —seguirá diciendo San Martín— deberíamos investigar el lugar del arte en el juego, porque una cosa parece clara, no todo juego es arte, aunque posiblemente todo arte sea juego, ya que en él se da una experimentación de posibilidades no insertas necesariamente en la realidad».
Y ahí, en ese juego, en ese lugar de creatividad está Coomonte, en esa creación de sentido que pretende con su obra, independientemente del material que utilice, sea hierro, papel, cartón, piedra, plásticos u otro tipo de material fungible. Sobre todo esto, hablaba el gran pensador neerlandés Johan Huizinga cuando en su imprescindible Homo Ludensrefería que «la cultura surge en el juego, pues el juego es variar la realidad haciendo aflorar en ella dimensiones de momento sólo posibles». Todo esto acerca al arte a algunos contenidos relacionados a cierto tipo de divertimento, siempre integrado dentro de las actividades artísticas. Así, respecto de su modo de hacer y del resultado de su actividad dirá Coomonte: «Esto es una equivocación, toda la vida me he estado equivocando, pero me lo he pasado bien equivocándome».
Sin embargo, y al lado de todo esto, conviene no olvidar la importancia de su participación social y artística, siempre independiente, en el tiempo y los avatares que le ha tocado vivir con una carga y una implicación más allá del mero divertimento, pues hay que entender, como nos recuerda Hegel hablando del arte, que:
«Si solo se considera como una diversión, como un ornamento o un simple modo de goce, evidentemente no es un arte independiente y libre, sino un arte esclavo. […] Sólo cuando es libre e independiente es verdadero arte, y es solamente entonces cuando resuelve el problema de su alto destino. […] Es en las obras de arte donde los pueblos han expresado sus más íntimos pensamientos y sus más ricas intenciones».
Desde estos planteamientos, y desde este aire libre, siempre festival y creativo de su producción artística, en la que conceptos como coherencia, reinvención, reciclaje y carencia de límites se refuerzan entre sí, y donde todo lo que le rodea se transforma en taller vivo y aula abierta, son comprensibles y lógicas estas palabras suyas, claves para su desarrollo artístico: «El arte ya está hecho, la vida es el arte». Por todo ello y desde ahí, abogará por la utilización imaginativa de todo tipo de material que le sea sugerente, para ir construyendo con la mayor libertad posible su vida y su obra, siempre parejas, como queda patente en cualquiera de las exposiciones que a lo largo de los años nos ha venido ofreciendo, en las que todo lo que se muestra parece estar vivo, reciente y nuevo.
PP y PSOE aprobaron la ley 15/1997 que permite la privatización de la Salud. Anguita votó en contra afirmando: “Esta ley es el certificado de defunción de la sanidad pública. Están legalizando el robo, robando a los ciudadanos el derecho a la salud para dárselo a sus amigos de empresas sanitarias”
Los problemas con los grandes grupos sanitarios son consecuencia de la ley que abrió la puerta a dejar en manos privadas uno de los derechos fundamentales de los ciudadanos, la sanidad, siguiendo así el paso que ya se había dado con otro de los pilares, la educación.
Los datos comprobados son clarificadores. La gestora del Hospital de Torrejón ordena incrementar las listas de espera y rechazar pacientes para ganar más: “Hacemos actividades que nos perjudican”. Ayuso paga a hospitales de Quirón el doble de lo presupuestado en cuatro años. Reconoce pagos por más de cinco mil millones. La pareja de Ayuso multiplica los ingresos procedentes de Quirón.
En Gijón, una de estas empresas ya está instalada, lo ha hecho adquiriendo un establecimiento que era un clásico en la ciudad al que han dado un giro importante. La otra tiene planes muy avanzados para instalarse en la ciudad, planes que comenzaron con una permuta de fincas que algunos sectores criticaron y que ahora está pendiente de una decisión judicial.
Ambos grupos son propiedad a su vez de otros grandes grupos internacionales, uno francés y otro alemán cuyo objetivo son los beneficios.
La ministra de Sanidad, Mónica García, que antes de ocupar el cargo defendía la derogación de la ley 15/1997, ha iniciado los trámites de una «Ley de Gestión Pública e Integridad del Sistema Nacional de Salud». Según los primeros análisis, la nueva ley modifica, pero no deroga la anterior que establece distintos procedimientos de colaboración público privada. Propone «mejoras en los procedimientos de transparencia, auditoría y rendición de cuentas de los modelos de gestión privada ya existentes en la actualidad», lo que significa que seguirá existiendo privatización de servicios sanitarios. Es un calco de lo ocurrido con la Ley mordaza, cuya prometida derogación quedó en un lavado de cara para mantenerla y aplicarla según convenga a los responsables de turno. Prohibir privatizaciones es la única garantía de una sanidad pública fuerte.
El PSOE pidió una auditoría a Ribera Salud en la Comunidad Valenciana. Sumar Asturias exige una inspección extraordinaria y una auditoría de Ribera Salud en Gijón. No parece que el PSOE tenga argumentos para no hacerla ya. Suspender derivaciones mientras no se aclare la situación es otra petición de Sumar que parece más que lógica.
«Los sistemas del totemismo, analizados en “El totemismo hoy”, se entienden como sistemas de diferencias que sirven para clasificar e integrar a los grupos de la sociedad, permitiéndoles a éstos pensarse a sí mismos dentro de un orden coherente. Los animales totémicos dejan traslucir relaciones concebidas por el pensamiento: se comprende que las especies naturales no sean elegidas por ser "buenas para comer" sino por ser "buenas para pensar".»
Claude LÉVI-STRAUSS(Bruselas, Bélgica, 28 de noviembre de 1908 –
París, Francia, 30 de octubre de 2009): Le totémisme aujourd'hui
(El totemismo en la actualidad) (1962).
Cuando el pensar desplaza al comer, cuando a ver una gacela “comprendemos” la representación del clan de las gentes veloces antes que la posibilidad de saciar el hambre o cuando vemos un búfalo lo entendemos como símbolo de las personas más potentes antes que como suculento y largo bocado, es, sin duda, porque tenemos el estómago lleno... O, al menos, la esperanza cierta, casi la convicción, de que lo tendremos habitualmente.
La incorporación de los animales al universo totémico, requiere un nivel de organización social que garantice, al menos en un grado satisfactorio, el alimento... Requiere, de hecho, una fragmentación y jerarquización de la sociedad para distribuir roles que se puedan identificar con cada tótem.
En suma, es el el primum vivere, deinde philosophare que, en nuestras sociedades complejas, convierte hoy el viejo totemismo se en un componente simbólico que nos envuelve en una apariencia impostora y generalizada, o sea en lo que determina el mercado. Al fin y al cabo, vivimos en un mundo en el que quienes se pretenden valientes leones no son, con frecuencia, más que torpes cerdos o hienas carroñeras, y quienes se autoproclaman hacendosas hormigas apenas pasan de rapaces oportunistas... Eso sí, con “buena prensa” a su servicio.
Por eso resulta preferible vivir entre quienes el juiciototémico del poder considera ratas... O perroflautas, que diría la canalla ultramontana. Hay mucho mejor rollo y, desde luego, menos simulación. Y son quienes siempre nos echarán una mano para seguir… Aun cuando sintamos que ya no podemos.
Casi veinte días después de que el Tribunal Supremo diera conocer el fallo de una sentencia cuya redacción desconocíamos (primera anomalía), llegan a los medios de información los doscientos y pico folios que argumentan la condena de Álvaro García Ortiz como Fiscal General del Estado, cuya más grave anomalía es que se trata de una condena sin pruebas. La filtración "tuvo que salir" del Fiscal General o si no, "de alguien de su entorno", se dice en el texto, pero ni el juez instructor ni la Unidad Central Operativa dieron con más "alguien" que el propio García Ortiz, ni se sabe si esa persona de su entorno intervino con conocimiento del fiscal, como se sostiene en la sentencia. No hay pruebas condenatorias, decía ayer Baltasar Garzón en El Intermedio, sino que se conjeturan una serie de afirmaciones como si fuera hechos constatados, no pasando de ser intuiciones o presunciones basadas en interpretaciones parciales. Y las presunciones están prohibidas en el derecho penal. Cuando lo que se requería en la sentencia era contundencia y exhaustividad que no dejaran sombra de duda, lo que tenemos es más dudas que certezas, subrayaba Garzón. Dada la entidad de la institución que ha actuado de ese modo, estamos ante un hecho de suma gravedad que lesiona aún más la credibilidad de la justicia española, sin olvidar que para dictar esta sentencia se ha despreciado el testimonio de los periodistas que declararon en el juicio exculpando a Álvaro García Ortiz de la filtración del correo. Como los cinco jueces del Tribunal Supremo que han condenado al Fiscal General del Estado deberían saber, en una democracia lo que más importa es el modo en que se ejercen los derechos en la práctica, siendo la profesión periodística una herramienta crucial en la concepción, vida y muerte de esos derechos, por lo que la sentencia condenatoria contra Álvaro García Ortiz representa también una patada en el culo al periodismo como herramienta crucial de la democracia*.
*…o alguien de su entorno…”
Esta frase es un reconocimiento expreso de que los magistrados que han condenado al Fiscal General del Estado desconocen quién fue el autor de la filtración, y por ello deberían de haberlo absuelvo. Pero lejos de ello, con florituras dialécticas y frases grandilocuentes, le condenan por meras sospechas, lo que nos llega a pensar que la sentencia ya estaba dictada antes de ser juzgado.
La sentencia es inconstitucional porque vulnera el principio de presunción de inocencia, y es contradictoria en sus propios argumentos. Y pasa a ser peligrosa porque vulnera el principio de seguridad jurídica, condenando sin pruebas a un inocente.
Pero lo que más me preocupa es que supone un retroceso en los avances jurisprudenciales de la democracia sobre el derecho de defensa, y nos retrotrae a las sentencias que se dictaban en la época franquista; creando un precedente nefasto porque, a partir de ahora, basándose en esta nueva doctrina, cualquier juez podrá dictar una sentencia de condena, basándose en meras sospechas. Fernando de Silva
Saquemos a nuestros hijos de las redes sociales, pero ya, hoy mismo. Y cuando digo “nuestros hijos” hablo de mis hijas y de los tuyos, porque aquí no vale con proteger cada uno a los suyos. Mis hijas menores no tienen redes sociales, pero están igualmente expuestas a sus riesgos mientras sus amigas y compañeros de clase las tengan. Porque el daño no es individual, sino social; y porque sus contenidos son muy invasivos, alcanzan a quienes intentamos mantenernos al margen y que los acabamos viendo por otras vías. La tarea de sacar a nuestros hijos de las redes es una tarea colectiva, de país. Como esas familias que se organizan en un mismo colegio para que ninguno de sus hijos tenga móviles o redes: o lo hacemos todos, o nadie está a salvo. Venga.
Isaac Rosa
Que nadie se me moleste, pero va siendo hora de dejar de hacernos los tontos con las redes sociales y nuestros hijos. Estuvo bien un tiempo hacernos los tontos, sí, yo el primero. Estuvo bien hacer como que no éramos del todo conscientes de los riesgos, que no sería para tanto, que tenían también cosas positivas que compensaban las negativas, no podíamos mantenerlos en una burbuja, la tecnología en sí misma no es buena ni mala, cada época tiene su ración de pánico moral, no seamos tecnófobos, y que si las herramientas de control parental, que si el uso responsable…
Hasta aquí hemos llegado, ya no cabe hacerse el tonto ni un día más: sabemos que las redes sociales están haciendo daño a nuestros hijos. Mucho daño. Lo sabemos sin lugar a dudas. Lo sabemos sin necesidad de estudios ni estadísticas. Lo sabemos sin que lo diga el Congreso o el Parlamento Europeo. Lo sabemos porque las evidencias son incontestables, incluso aunque la ciencia todavía no se atreva a afirmarlo con rotundidad. Lo sabemos porque lo vemos a diario, en nuestro entorno, en nuestra propia familia. Nadie puede dudarlo ya: las redes sociales son dañinas para nuestros hijos. Negarlo es ser cómplice de ese daño.
Las redes sociales, y los móviles por extensión, son el primer motivo de conflicto en las relaciones entre adultos y menores, y entre los propios menores. Es también el principal causante de todo tipo de problemas. Lo sabemos las familias, desesperadas por el “puto móvil”. Lo saben los docentes en colegios e institutos, desbordados por una realidad que no surge en las aulas. Lo saben psicólogos y psiquiatras, que llevan años advirtiendo de cómo el deterioro de la salud mental entre los jóvenes ha aumentado en paralelo al crecimiento de las redes sociales. Lo saben policías, fiscales y jueces de menores, lo saben los expertos en tecnología, lo saben las autoridades. Y lo más gracioso: lo saben los creadores y directivos de esas redes sociales, que no permiten que sus hijos accedan a ellas hasta edades más avanzadas. Este último dato también lo sabemos desde hace años, pero nos hacíamos los tontos.
El debate lo ha reabierto Australia, cuya prohibición para que los menores de dieciséis accedan a redes sociales entra en vigor esta semana; pero son muchos los países que lo están planteando. Hace unos días también el Parlamento Europeo. Sin mucha prisa ni demasiada contundencia, hay que decirlo. También España, donde el Congreso tramita una “ley para la protección de menores en entorno digitales”, a la que seguramente falta ambición porque la tecnología siempre va unos pasos por delante.
No hay ni una sola amenaza para nuestros hijos que no pase hoy por las redes sociales: acoso escolar, trastornos alimentarios, autolesiones, suicidio, adicciones, pederastia, grooming, chantajes, todo tipo de daños a la salud mental, falta de sueño, pérdida de atención, fracaso escolar, hipersexualización temprana, contenidos inapropiados, violencia, porno sin filtros, bulos, misoginia, ultraderecha… A todo ello podrían estar expuestos sin necesidad de redes; pero estas lo facilitan y favorecen su exposición sin vigilancia adulta. Y no es un efecto secundario; son tecnologías diseñadas intencionadamente para eso: para robar el tiempo y los datos, la atención, la privacidad, el sueño y la salud mental, para maximizar el tiempo de uso y dar más visibilidad a todo aquello que sabemos nocivo para nuestros hijos. Ahora además potenciado por la IA.
Yo me considero un adulto funcional, responsable de mis actos, con el cerebro ya formado y capaz de tomar mis propias decisiones: tampoco yo puedo resistir a esas tecnologías. También a mí, que no soy un adolescente a medio hacer, me roban el tiempo, los datos, la privacidad, la atención, el sueño, la salud mental. Los adultos pasamos cada vez más horas conectados, perdemos horas en el scroll infinito, nos llevamos el móvil a la cama aunque sepamos que está contraindicado, pagamos por “retiros de desconexión” para que alguien nos arranque un rato los dispositivos, y hasta hemos vuelto a ir al cine porque es la única manera de ver una película durante dos horas sin distraernos. ¿Esperamos que nuestros hijos sean capaces? ¿Nos sentimos capaces nosotros de protegerlos? Venga ya.
Saquemos a nuestros hijos de las redes sociales, pero ya, hoy mismo. Y cuando digo “nuestros hijos” hablo de mis hijas y de los tuyos, porque aquí no vale con proteger cada uno a los suyos. Mis hijas menores no tienen redes sociales, pero están igualmente expuestas a sus riesgos mientras sus amigas y compañeros de clase las tengan. Porque el daño no es individual, sino social; y porque sus contenidos son muy invasivos, alcanzan a quienes intentamos mantenernos al margen y que los acabamos viendo por otras vías.
Solos no podemos. Cada uno de nosotros no somos ya capaces de resistir a unas tecnologías diseñadas para ser irresistibles. Cada familia no puede proteger a sus hijos frente a tecnologías diseñadas para vencer cualquier control y limitación. No nos desentendamos de nuestra responsabilidad individual, pero no culpemos a las familias que lo permiten, pues detrás del “chupete digital” suele haber otros problemas y carencias. Tampoco dejemos que cada familia lo resuelva con sus propios recursos, pues estos son muy desiguales, y también en la exposición dañina a redes hay poder adquisitivo. La tarea de sacar a nuestros hijos de las redes es una tarea colectiva, de país. Como esas familias que se organizan en un mismo colegio para que ninguno de sus hijos tenga móviles o redes: o lo hacemos todos, o nadie está a salvo. Venga.
¿Hemos aprendido algo de lo que le pasó a Nevenka Fernández hace 25 años?. La sociedad modificó muchas leyes, comportamientos y actitudes machistas. Pero sobre todo son las mujeres las que han aprendido a no callar, a no tolerar más y a denunciar el acoso y los abusos de poder. A los hombres aún nos queda mucho por aprender; parece que no nos concierne el machismo rampante en el trabajo y miramos para otro lado y disculpamos, toleramos y hasta queremos tapar esas actitudes que, quizás, solo nos abochornan en teoría. Por lo menos, ahora la sociedad pone el foco en el acosador. Sin embargo, solo claman colectivamente las militantes del partido o las compañeras de oficina. ¿Dónde está la militancia masculina?
Nuestro desasosiego ante la sobrecarga informativa no es un fenómeno nuevo. Mucho antes de la llegada del mundo digital e Internet, nuestros ancestros lectores experimentaron con inquietud los efectos de la acumulación infinita de libros y escritos. Pero junto a la tradición que desea aumentar siempre las colecciones de la biblioteca hay otra, menor y subversiva, que advierte de los peligros que corremos de vernos sepultados por el pasado.
Desde Petrarca hasta Voltaire, pasando por los primeros filólogos, los enciclopedistas barrocos, los revolucionarios franceses, y Montaigne, los protagonistas de este ensayo presentan rasgos contradictorios. Aquí, las vanguardias y los antimodernos sellan el pacto contrario al de Fausto: en lugar de entregar su alma a cambio de un conocimiento ilimitado, se explora la idea de cómo ponerle un límite al deseo de saberlo todo. Armados con tijeras, estos lectores fabrican bibliotecas portátiles y otras formas abreviadas, ligeras y móviles del saber con el objetivo de sacar el conocimiento de las estanterías polvorientas y practicar un verdadero humanismo transformador. Su arte de la reducción nos recuerda que a la barbarie se llega tan pronto por la falta de libros como por su sobreabundancia.
Enlace de lectura y descarga del índice y capítulo 1 en