La Comisión Europea propone ahora emitir deuda conjunta para rearme, con cifras que rondan los 800.000 millones de euros. ¿De dónde saldrá ese dinero? De los mismos de siempre: de los trabajadores, de los pensionistas, de los jóvenes que no encuentran futuro, de la sangre de las generaciones futuras. ¿Hasta cuándo aguantaremos? ¿Hasta cuándo nos dejaremos arrastrar por esta locura? El proyecto europeo que nació para evitar la guerra ha sido secuestrado.
Lidia Falcón
Europa se suicida. España acata sumisa. Y lo hacen no por convicción ni por necesidad, sino por obediencia. Obediencia ciega, servil, cobarde al imperio que dicta desde Washington, la City y Wall Street. Lo hacen con una sonrisa hipócrita, envueltos en la bandera de una democracia que hace tiempo dejaron de representar. Y lo hacen, cómo no, con la complicidad de Bruselas, de la OTAN, y de unos gobiernos más preocupados por agradar a los amos que por servir a sus pueblos.
En apenas tres años, la Unión Europea ha arrasado su estabilidad económica, industrial y social para sancionar a Rusia y complacer a Estados Unidos. El resultado está a la vista: según un informe del diario ruso Vedomosti, las pérdidas para la UE desde 2021 superan los 1,3 billones de euros. Sí, billones. Una sangría de proporciones históricas. Pero nadie en los salones dorados del Parlamento Europeo parece alarmado. ¿Dónde están los diputados de izquierda? No solamente de los partidos socialdemócratas que como gobiernan debe esperar lealtad de sus eurodiputados. Pero hay una miriada de pequeñas y medianas formaciones populistas que se presentaron y los votaron para inclinar un poco la balanza hacia la izquierda que, si no puede hacer más, al menos protesta.
Hasta ayer, el gas ruso llegaba a nuestras cañerías a precios razonables. Hoy, lo sustituimos con gas licuado estadounidense, carísimo, contaminante y con cláusulas leoninas. Las grandes multinacionales energéticas —Exxon, Shell, BP— se forran mientras las familias europeas eligen entre calentarse o comer. Solo Exxon se ha embolsado 231.000 millones de dólares extra. ¿Y nosotros? Nosotros pagamos la factura. Nosotros cerramos fábricas. Nosotros nos empobrecemos.
Alemania, antaño potencia industrial del continente, ha visto caer su PIB un 3%. Su industria química se deslocaliza, su acero se hunde. La inflación devora los salarios y los precios se disparan: el carbón sube un 73%, el gas un 51%, la gasolina un 43%. En España, uno de cada cinco hogares no puede permitirse encender la calefacción. Y mientras tanto, nuestros líderes celebran cumbres, brindan con champán, y prometen más “resiliencia”.
Pero si algo faltaba en este drama, ahora se suma el rearme. España ha anunciado que este mismo año cumplirá con el objetivo de la OTAN de destinar el 2% del PIB a gasto militar. Más de 10.000 millones de euros para tanques, drones y misiles. No para hospitales, no para escuelas, no para pensiones. Para la guerra. Para cumplir con los mandatos del imperio. Dinero que no saldrá de la chistera del algún mago, como quiere hacernos creer el “lacayo profesional” de nuestro Presidente.
Me da vergüenza escuchar las declaraciones de Sánchez cuando asegura que esta inversión en armamento no disminuirá un ápice los presupuestos de la sanidad, la educación, la vivienda, las pensiones, la discapacidad. Suena igual que cuando Rodrigo Rato aseguró que del rescate de la banca española de 56.000 millones de euros no perderíamos ni un euro. Todo nos sería devuelto. Hoy no solo perdemos el dinero, también la dignidad.
Y Alemania, como si los horrores del pasado no le hubieran enseñado nada, ha aprobado un colosal plan de reindustrialización militar. Miles de millones en armas, en infraestructuras bélicas, en deuda. Un keynesianismo de guerra que resucita los fantasmas de los años 30, cuando también se creyó que el empleo podía salir de la fábrica de cañones. ¿A dónde nos conduce todo esto?
Nos conduce a un continente sin soberanía, sin industria, sin paz. Condenado a desgastar militarmente a Rusia por el interés de las élites globalistas. Un continente rehén de los intereses de Wall Street y la City. Porque no nos equivoquemos: esta guerra no es nuestra. Este sacrificio no es por libertad ni por derechos humanos. Es por mantener los beneficios de las gasificadoras, las armas de Lockheed Martin y los intereses geoestratégicos de un imperio que solo protege lo que le da rédito.
Y Bruselas —esa corte de tecnócratas sin alma— lo permite. Lo aplaude. Lo financia. La Comisión Europea propone ahora emitir deuda conjunta para rearme, con cifras que rondan los 800.000 millones de euros. ¿De dónde saldrá ese dinero? De los mismos de siempre: de los trabajadores, de los pensionistas, de los jóvenes que no encuentran futuro, de la sangre de las generaciones futuras. ¿Hasta cuándo aguantaremos? ¿Hasta cuándo nos dejaremos arrastrar por esta locura? El proyecto europeo que nació para evitar la guerra ha sido secuestrado. Hoy es una maquinaria al servicio del capital y de la OTAN. Pero aún hay tiempo. Aún podemos decir basta.
Es hora de levantar la voz. De decir NO al suicidio económico. NO al militarismo. NO a ser peones en un tablero ajeno. No podemos consentir que miles de millones de euros vayan a parar a las arcas de las industrias de armamento de EEUU, ante nuestra indiferente pasividad, la dignidad no se negocia. La paz no se regala. Europa no puede —ni debe— morir por los intereses de un imperio extranjero. La lucha está servida. Y es ahora o nunca.
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