domingo, 28 de diciembre de 2025

LOS INOCENTES DE ARGELÈS-SUR-MER, BADALONA, GAZA, CISJORDANIA, ESTADOS UNIDOS...

Hoy Europa —esta Europa que se da golpes de pecho hablando de derechos humanos— discute con naturalidad la posibilidad de «externalizar a los refugiados», como quien externaliza residuos tóxicos. Albania, Marruecos, Libia… Palabras que suenan técnicas, neutrales, pero que esconden destinos muy concretos: prisión, esclavitud, violaciones desierto, muerte...Quizá el Día de los Inocentes debería dejar de ser una broma. Quizá debería volver a ser memoria. Memoria de los españoles que durmieron en la arena francesa, de las madres que cubrían a sus hijos con mantas húmedas, de los hombres que cargaban maletas vacías. Memoria de los inocentes de ayer y de hoy.



Paco Arenas

Podría empezar diciendo que esta foto es de refugiados españoles en Francia, pero eso sería quedarse en la superficie, como quien mira una grieta sin preguntarse por el edificio entero. La imagen —una madre con un niño envuelto en mantas, un hombre cargando lo poco que queda de una vida, un crío comiendo como si el hambre tuviera horario— pertenece al invierno de 1939, cuando cientos de miles de españoles cruzaron la frontera huyendo del fascismo. Francia los recibió, sí, pero los recibió con alambradas. Argelès-sur-Mer no fue un balneario: fue un campo de concentración a cielo abierto, arena, viento, frío y vigilancia armada por soldados africanos «tirailleurs marocains». Españoles, republicanos, inocentes. Como los de la foto, los mismos que luego terminando liberando París del yugo nazi, vaya paradoja, ¿no?
Conviene repetirlo despacio, para que no se nos oxide la memoria: los españoles también fuimos refugiados. También fuimos «el problema que molestaba», la escoria para los fascistas franceses, y también para muchos «demócratas» galos. También fuimos hacinados, despojados, vigilados. También nos llamaron indeseables. También nos encerraron «por nuestro bien» y «por seguridad». Cambian los nombres y el color de la piel, pero los mecanismos eran los mismos, el fascismo siempre actúa igual, en París, Badalona, Madrid o en Washington.
Hoy Europa —esta Europa que se da golpes de pecho hablando de derechos humanos— discute con naturalidad la posibilidad de «externalizar a los refugiados», como quien externaliza residuos tóxicos. Albania, Marruecos, Libia… Palabras que suenan técnicas, neutrales, pero que esconden destinos muy concretos: prisión, esclavitud, violaciones desierto, muerte... En Libia, la esclavitud no es metáfora: es mercado. En Marruecos, el abandono en el desierto no es excepción: es método, Europa no mata a los deportados, Marruecos los abandona en el desierto a su suerte, esas personas se mueren solas, y nadie es culpable, vergonzoso. En Albania, les espera la prisión mientras deciden a qué mafia de esclavos los venden en Libia.
Mientras tanto, nos reímos cada 28 de diciembre. Hacemos bromas, compartimos inocentadas, celebramos un día que nació para recordar a los niños asesinados por el poder y que hoy sirve para anestesiar conciencias. Porque la tragedia de los inocentes no terminó en Belén. Ni en Argelès-sur-Mer. Sigue viva, muda y constante, en el Atlántico, en el Mediterráneo que se traga cuerpos, en Gaza que se traga infancias, en las fronteras, no en Badalona, donde su alcalde actúa como si fuese un nazi.
Los muertos del mar no tienen retrato. Los refugiados de hoy no tienen foto en sepia colgada en un museo. Son cifras, «flujos migratorios», «presión migratoria», «sin papeles» Palabras limpias para realidades sucias. Y los que sobreviven —los que nos sirven el café, recogen la fruta o limpian las habitaciones— reciben una etiqueta cómoda: «menas», «ilegales», «okupas», con k, pegándole una patada a la lengua castellana, ellos que se creen tan españoles. Así no hay que verlos a los ojos. Así no hay que recordar Argelès.
Esta foto nos incomoda porque «nos devuelve el espejo». Porque podríamos ser nosotros. Porque lo fuimos. Porque cuando Europa decide hoy mandar a los refugiados fuera de sus fronteras, no está inventando nada nuevo: está repitiendo la misma cobardía de entonces, y que tan mal le salió.
Quizá el Día de los Inocentes debería dejar de ser una broma. Quizá debería volver a ser memoria. Memoria de los españoles que durmieron en la arena francesa, de las madres que cubrían a sus hijos con mantas húmedas, de los hombres que cargaban maletas vacías. Memoria de los inocentes de ayer y de hoy.

DdA, XXI/6211

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