miércoles, 17 de diciembre de 2025

HUBO ANCIANAS QUE MURIERON ASÍ DE COVID

Encontramos este texto y foto en La Montaigne de Pigeon, sin más referencias que las descritas, y tal como los encontramos los difundimos, sin poder evitar el envío de una dedicatoria a la presidenta de la Comunidad de Madrid por los protocolos de su gobierno que permitieron abandonar a más de siete mil ancianos enfermos de COVID en las residencias, sin posibilidad de asistencia hospitalaria y sin el adiós de sus familias.


Año 2020. En el asiento delantero de un automóvil, frente a la entrada de un hospital, un joven inclina su cuerpo sobre el de su abuela. No hay camillas, no hay médicos todavía. Solo urgencia. Solo amor. Sus manos tiemblan. Su respiración intenta devolverle el aire a quien se lo está perdiendo.

La mujer había empeorado durante el trayecto. El virus avanzó más rápido que la ayuda. Antes de que pudiera cruzar las puertas del hospital, su cuerpo comenzó a apagarse. El joven no pensó en protocolos ni en miedo. Hizo lo único que sabía hacer: intentar salvarla con su propio aliento. Los médicos llegaron segundos después. Demasiado tarde. La cámara captó el instante exacto en que la esperanza se rompe, pero el gesto permanece. No es una escena heroica en el sentido clásico. No hay victoria. No hay aplausos. Solo un vínculo humano llevado hasta el último límite.

Durante la pandemia, millones de historias se perdieron entre cifras y gráficos. Esta imagen recuerda algo esencial: detrás de cada número hubo nombres, familias y despedidas que no siguieron ningún ritual. Gente que murió acompañada solo por quienes los amaban.

No es una foto sobre la muerte. Es una foto sobre el amor que se niega a rendirse incluso cuando ya no queda nada por hacer. Y por eso, aunque duela, merece ser recordada.

DdA, XXI/6200

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