Se trata de construir una comunidad de sujetos cortados por el mismo patrón, hechos a imagen y semejanza del boceto que el Poder propone de cómo deben ser los ciudadanos de a pie sensatos. El esquema es sencillo: conseguir una colectividad de súbditos que no solamente acepten, sino que se sientan felices y hasta orgullosos de ello. Esto requiere la puesta en marcha de un proceso de demolición controlada de identidades. La asunción universal de una verdad contemplada como la sola existente, la única posible, es el gran desafío cognitivo del capitalismo tardío.
Antonio Monterrubio
Cuenta la leyenda que Pigmalión, rey de Chipre, realizó una escultura con forma de mujer de gran belleza y perfección. Así lo narra Graves: «Pigmalión, hijo de Belo, se enamoró de Afrodita, y como ella no quiso yacer con él, hizo una imagen de marfil de ella y la acostó en su cama, suplicándole que se compadeciera de él. Introduciéndose en esa imagen, Afrodita le dio vida como Galatea, la que dio a Pigmalión dos hijos» (Los mitos griegos). El autor cita entre sus fuentes a Apolodoro o Macrobio, además de Ovidio. El poeta, si bien no menciona el enamoramiento de Afrodita, concluye la historia con ese arte tan suyo: «y oprime con su propia boca una boca que por fin ya no es de ficción, y la joven se dio cuenta de que le daban besos y se cubrió de rubor» (Metamorfosis).
Muchos siglos después, el dramaturgo irlandés George Bernard Shaw bautizó con el nombre de Pigmalión una comedia en la que el célebre fonetista Higgins se propone convertir a una pobre florista de desastrado lenguaje cockney en una perfecta señora. Pese a que, en un principio, la idea no le hace la menor gracia al profesor, una apuesta le motiva lo suficiente para aceptar el reto. El trabajo es coronado por un éxito rotundo y Eliza, presentada en un garden party al que asiste la crème de la crème, suscitará la admiración de la concurrencia y los comentarios más entusiastas. Sin embargo, el lingüista no había tenido en cuenta un factor. Al mejorar su fonética, articulación y prosodia, pero también su léxico, sintaxis y gramática en general, la joven ha adquirido el hábito de meditar, sopesar sensaciones y evaluar sentimientos. Comprendiendo que no ha sido para Higgins más que un experimento, abandona su casa.
La obra permite reflexionar sobre los peligros de la pulsión que empuja a ciertos individuos a elaborar un tipo en el que pretenden que encaje su entorno. Esto es visible en el ámbito familiar, donde las fantasías de los padres sobre los hijos, su desarrollo y su futuro, se vuelven nocivas para todos. Es un error mayúsculo buscar bálsamos anímicos contra los desengaños en la adaptación de los vástagos a estereotipos fantasmáticos. La interacción emocional tendría que llevar desde la dependencia infantil al adulto emancipado y autoconsciente. El proceso se malogra con frecuencia, debido al ansia de realización vicaria. A la postre, encontramos jóvenes amargados y padres decepcionados. Cuando se alcanzan los objetivos perseguidos con tanto fervor, es a menudo para abocar a esa extraña y dolorosa realidad que se denomina en psicología el fracaso en el éxito.
De lo que ocurre en tantas parejas, todo el mundo tiene pruebas. El desencanto porque él o ella no es quien se había imaginado y planeado es algo corriente que acaba conduciendo a la ruptura, no pocas veces traumática. El intento de obligar al otro a vestir un disfraz que no le satisface, incluso acudiendo a toda clase de chantajes, no puede sino hacer saltar chispas. Este procedimiento, deplorable en cualquier caso, cobra tintes dramáticos en situaciones de violencia de género. Se resume en la explicación suministrada por un hombre que justificaba sus agresiones en que «ella no se dejaba domar», manifestación hipermachista de una conducta más habitual de lo que se cree.
El ser humano muestra una tendencia marcada a idear planes destinados a procurarle bienestar, y cuya frustración ocasiona profundo desaliento. Numerosas afecciones psíquicas se relacionan con ese mecanismo. En toda paranoia es fundamental la fijación del paciente con ilusiones permanentes, inamovibles y lógicamente construidas, cuyo choque con la realidad le produce severo malestar. En la neurosis obsesiva, son cruciales las representaciones obsesivas que revisten variedad de formas, y suelen incluir una ritualización extrema de aspectos anodinos de la vida cotidiana. Buena parte de la actividad intelectual del neurótico, que puede llevarlo al agotamiento mental y físico, se gasta en esas elucubraciones. De ese modo, «se ve constreñido contra todo el torrente de su voluntad a cavilar incesantemente en derredor de tales ideas, como si se tratara de sus asuntos personales más importantes» (Freud: Introducción al psicoanálisis). Esa obcecación con que todo se ajuste a una plantilla aparece en comportamientos ligados al masoquismo. Los detallados guiones concebidos con un puntillismo obsesivo han hecho exclamar a algún psicoanalista que ciertos masoquistas son más temibles para su dominador/a que cualquier sádico.
Situaciones y personajes de ficción nos ayudan a comprender lo fácil y peligroso que es resbalar por la pendiente de la dependencia emocional, corriendo el riesgo de acabar en muñecos de ventrílocuo. Pululan a nuestro alrededor individuos e instituciones dispuestos a sacrificar a otros a fin de satisfacer sus planes. Cual modernos Procustos, no tendrán empacho en reducir extremidades por mutilación o alargarlas por estiramiento, con tal de que el objeto de sus desvelos se adecúe al lecho que le han preparado. Solo la experiencia práctica de la libertad, la resistencia frente a esa apropiación indebida, la oposición al saqueo de la personalidad, permitirá a la víctima escapar.
Lo válido para el pequeño formato lo es también para el grande, y la anécdota puede elevarse a categoría sin cargo –de conciencia– alguno. Vivimos en una sociedad dominada por fuerzas cuyo proyecto es la anulación de la autonomía. Se trata de construir una comunidad de sujetos cortados por el mismo patrón, hechos a imagen y semejanza del boceto que el Poder propone de cómo deben ser los ciudadanos de a pie sensatos. El esquema es sencillo: conseguir una colectividad de súbditos que no solamente acepten, sino que se sientan felices y hasta orgullosos de ello.
Esto requiere la puesta en marcha de un proceso de demolición controlada de identidades. La asunción universal de una verdad contemplada como la sola existente, la única posible, es el gran desafío cognitivo del capitalismo tardío. Se convierten en certezas irrefutables un conjunto heterogéneo de aseveraciones más que dudosas, pero que, de tanto repetirse, adquieren una pátina de verdad revelada. De momento, el intento le está saliendo a pedir de boca.
DdA, XXI/6160
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