La columnista del diario El País se muestra dispuesta a leer la novela premiada con el último Planeta y por eso no la juzga, pero le responde al autor con un párrafo muy afortunado en fondo y forma: Si alguien, a estas alturas, cree que ha sido elegido por su calidad literaria entre 1.200 originales de todo el mundo por un jurado independiente para llevarse un millón de euros como adelanto de ventas, es que vive en otro planeta. Añado a lo escrito por Sánchez Mellado que, de seguir hablando hasta las Navidades de la novela del último Planeta y de las memoria del Borbón huido, los dos autores van a a sacarle provecho dinerario a sus respectivos libros como artículo de regalo: se trata de una novela mala más -no hay que leerla para comprobarlo con alguna página suelta- y unas memorias cuyo contenido resulta -por lo que vamos sabiendo- memorablemente ridículo. Ya se sabe que lo malo y lo ridículo fructifican en este país. Ya lo dijo el propio novelista premiado: en España se presta demasiada atención a lo malo y a la gente dañina.
Luz Sánchez Mellado
Lo primero de
todo: ¿cómo están los máquinas? Que no, hombre, que es broma. Dejemos en paz a
san David Bisbal hasta que empiece a
torturarnos las Navidades con El
burrito sabanero y nos
den ganas de cancelarlo hasta la próxima canción del verano. Tampoco es este
otro artículo sobre Rosalía, santa de todas las devociones desde que su último
milagro, digo disco, Lux, haya sido
puesto de obra maestra para arriba y se haya convertido en
pecado sacarle un pero. Personalmente, no me decanto. Lo mismo me oigo berrear
sola con Bulería que se me caen los lagrimones
con Berghain si me las echan por la radio. En el arte
no tengo más criterio que el de que me provoque algo, lo que sea, menos tedio.
Y para todo hay momentos en el día y en la vida. No. Esto no va de buenos ni
malos artistas, sino del falso dilema entre alta y baja cultura y de la falta
de cintura de algunos para encajar las críticas.
No tengo el
gusto de conocer a Juan del Val, flamante premio Planeta, pero
al escucharle decir que las críticas a su libro, Vera, una historia de
amor, por muy feroces que sean, son bullying, me dio la risa. Del
Val no se muerde precisamente la lengua criticando al prójimo, hasta el punto
de que su patrón, Pablo Motos, lo presenta como “el polémico Juan del Val”,
como si ese y no otro fuera su oficio. Personalmente, no opino porque aún no he
leído el libro. Pero si alguien, a estas alturas, cree que ha sido elegido por
su calidad literaria entre 1.200 originales de todo el mundo por un jurado
independiente para llevarse un millón de euros como adelanto de ventas, es que
vive en otro planeta. Aun así, no descarto leerlo. Ya he dicho que soy
omnívora. Entre otras cosas porque mi padre, hijo de analfabetos, se empeñó en
que sus hijos leyeran y compraba los Planeta aunque en casa no hubiera para
aceite del bueno. Así leí de Ana María Matute a Terenci Moix y aprendí que no hay obra
menor, sino buena o mala, independientemente de
que venda libros a palés para regalar a la suegra en Reyes. Y también a saber
apreciar que una crítica, por inmisericorde que sea, puede estar mejor escrita
que la obra a la que critica y ayudar al autor a despachar más ejemplares para
comprobar si es tan mala como la pintan. Así que lloros, los justos.
DdA, XXI/6166

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