Está por ver lo que ocurrirá en las próximas horas, pero es de temer que se repita la historia y que las embarcaciones de la Flotilla Global Samud sean abordadas por el Estado genocida de Israel como en ocasiones precedentes con la Flotilla de la Libertad, ojalá sin que haya que lamentar incidencias o percances que pongan en peligro la vida de los cinco centenares de expedicionarios de 35 países, entre los que se encuentran parlamentarios y europarlamentarios europeos. Puede ser que el abordaje se produzca esta misma noche o mañana. Lo que comenta Aranda en su artículo es que, después de mandar sendos buques los gobiernos de Italia y España para proteger a los activistas, ambos gobiernos han decidido retirarlos antes incluso de que se consume cualquier acción israelí contra los expedicionarios, dejando a estos sin testigos oficiales, sin protección militar y sin siquiera el registro de lo que suceda. Esa cobardía, en estas circunstancias, se llama complicidad, según la articulista, y también hipocresía, después de los discursos del Jefe del Estado español y el presidente de nuestro gobierno. Por previsible que fuera, no deja de ser humanitaria y políticamente decepcionante.
Claudia Aranda/ Pressenza
Italia ha hecho lo indecible: convertir un despliegue naval en un acto de prestidigitación política. Envió fragatas para la foto, para exhibir ante la opinión pública europea una imagen de compromiso humanitario, pero al primer roce con la amenaza israelí anuncia que se retirará a 150 millas náuticas de Gaza, en pleno mar abierto, cuando la flotilla internacional aún navega por aguas internacionales. Esa retirada no es neutralidad ni prudencia: es complicidad activa con la violencia. Abandonar a 45 países, con cincuenta embarcaciones y centenares de activistas civiles desarmados que transportan alimentos, medicinas y suministros, es un gesto de traición que convierte la supuesta prudencia en un acto de coautoría moral y jurídica.
No se trata de una operación cualquiera: la Flotilla Global Sumud es hoy la mayor iniciativa ciudadana de solidaridad en el Mediterráneo, respaldada por un tercio de la humanidad. Es un convoy pacífico, desarmado, que ejerce un derecho legítimo de libre navegación en aguas internacionales protegido por la Convención del Mar y por el derecho humanitario. Y aun así, los gobiernos europeos se apartan por “temor” a las represalias de un Estado miembro de Naciones Unidas: Israel. Temen a la irrupción de un Estado que ha anunciado abiertamente que hundirá las embarcaciones, que secuestrará y encarcelará a los activistas. Italia y España lo saben, pero deciden retirarse antes incluso de que se consuma el crimen, dejando a los civiles sin testigos oficiales, sin protección militar y sin siquiera el registro de lo que suceda. Esa cobardía, en estas circunstancias, se llama complicidad.
Giorgia Meloni habla de “prudencia” y de “evitar desestabilizaciones”. Su ministro Crosetto incluso ha declarado que espera que los barcos de la flotilla sean interceptados y que los activistas enfrenten arresto. Estas palabras no son lapsus, son confesiones: Italia no solo se aparta, sino que anticipa y normaliza los crímenes que sabe que vendrán. En el plano jurídico, la omisión calculada de un Estado que ya ha asumido deber de protección al desplegar buques de guerra puede considerarse complicidad en crímenes internacionales. Y en el plano político, significa haber elegido a quién proteger y a quién abandonar: proteger la fachada diplomática, abandonar a los pueblos y a los civiles que luchan por la vida en Gaza.
Lo que Meloni y Crosetto presentan como sensatez es, en realidad, un acto que rompe de frente con el derecho internacional: la Convención de Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar consagra la libertad de navegación en aguas internacionales; el Manual de San Remo establece que ni siquiera en caso de bloqueo puede atacarse un convoy humanitario; y el Estatuto de Roma tipifica como crimen de guerra el ataque a misiones civiles de auxilio. Italia, al retirarse deliberadamente y al animar a que Israel intercepte y encarcele, se convierte en cómplice de un crimen que aún no ha ocurrido, pero cuya consumación prevé y permite.
España corre el mismo riesgo de repetir esta farsa: enviar naves al Mediterráneo para limpiar la imagen, para dar la impresión de compromiso, pero retirarlas en el momento crítico. El presidente y el rey, ausentes en la hora decisiva, han convertido sus discursos sobre Gaza en piezas de museo: palabras sin carne, sin consecuencia. Si sus buques siguen el guion italiano, la historia los inscribirá como lo que son: cómplices silenciosos de un genocidio, testigos que huyen antes de que se escriba la escena decisiva.
No es exageración ni retórica: en estas horas los activistas son pacíficos y están desarmados, y las aguas que navegan siguen siendo internacionales. No han tocado aún las aguas territoriales palestinas. Y sin embargo, son dejados a su suerte ante un Estado que bombardea, asesina y asedia con impunidad. Que Europa se retire antes de siquiera presenciar los secuestros y los ataques es la medida más cruel de este abandono: un acto político que entrega a la impunidad el escenario y borra a los testigos.
La historia juzgará con severidad esta decisión. El abandono de la Flotilla Global Sumud no es un accidente, es un crimen de omisión consciente: Italia, España y la Europa que calla se convierten así en cómplices activos de Israel. Hoy, la cobardía se viste de diplomacia, y el cálculo de estabilidad se traduce en abandono de la vida. Y mientras los barcos continúan su ruta hacia Gaza, el mar se convierte en espejo: refleja la dignidad de quienes insisten en llevar ayuda, y revela la miseria moral de quienes, desde sus palacios de gobierno, deciden desertar en nombre de la prudencia.
PRESSENZA DdA, XXI/6120
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