viernes, 17 de octubre de 2025

TARIQ ALI: GAZA SE NOTARÁ EN LA CONCIENCIA POLÍTICA EN 5 O 10 AÑOS

 Digna de relevancia informativa, y supongo que así lo valorarán los medios de comunicación de la región, será hoy la presencia y participación en Gijón del escritor, historiador y director de cine Tariq Ali en unas circunstancias internacionales claramente marcadas por la escalada militar y el retroceso global de los valores democráticos. El periodista y escritor anglo-paquistaní abrió ayer en aquella ciudad asturiana el congreso “Autoritarismo y guerra. En defensa de los valores democráticos y la cultura de la paz”, organizado por la Fundación 1º de Mayo, que se celebrará en Gijón los días 17 y 18 de octubre. El encuentro busca analizar las causas y consecuencias de la creciente militarización del mundo y contará, además, con la participación de destacados ponentes como los magistrados Joaquim Bosch Grau y Victoria Rosell, el catedrático Javier Pérez Royo, la periodista Patricia Simón, el sociólogo Imanol Zubero y la politóloga Cristina Monge, entre otros. La entrevista que sigue, publicada en POREXPERIENCIA, viene a ser un resumen del pensamiento de Tariq Ali en relación con el título del congreso. El escritor confía en el futuro: Gaza tendrá su efecto en la conciencia política, lo sabremos en cinco o diez años, dice:



Laura Villadiego

Pocas voces han reflexionado con tanta profundidad sobre la política internacional como la de Tariq Ali. Escritor e historiador anglo-pakistaní, además de cineasta y activista político, lleva más de medio siglo siendo una referencia del pensamiento crítico de izquierda. Desde los años sesenta, cuando se convirtió en una figura visible de las protestas londinenses contra la guerra de Vietnam, Ali ha analizado las tensiones del poder global con una mirada lúcida y combativa. Editor de la revista New Left Review, ha escrito extensamente sobre política, imperialismo y cultura, y su influencia ha alcanzado incluso a figuras como John Lennon o los Rolling Stones. El título de su más reciente obra autobiográfica, No puedes complacer a todos: Memorias 1980-2024, resume bien su trayectoria y su firme compromiso con las ideas que defiende.

En un momento marcado por la escalada bélica y el retroceso de los valores democráticos, Tariq Ali abrirá el Congreso “Autoritarismo y guerra. En defensa de los valores democráticos y la cultura de la paz”, organizado por la Fundación 1º de Mayo, que se celebrará en Gijón los días 17 y 18 de octubre. El encuentro busca analizar las causas y consecuencias de la creciente militarización del mundo y contará, además, con la participación de destacados ponentes como los magistrados Joaquim Bosch Grau y Victoria Rosell, el catedrático Javier Pérez Royo, la periodista Patricia Simón, el sociólogo Imanol Zubero y la politóloga Cristina Monge, entre otros.

P. El congreso de la Fundación 1º de Mayo girará en torno al deterioro de los valores democráticos y cómo esto está teniendo un impacto en la paz mundial. ¿Cuál es la situación actual sobre esta pérdida de credibilidad de la democracia?

R. Llevo años argumentando, en algunos de mis libros y ensayos, que lo que está ocurriendo en el mundo occidental es que el déficit democrático está creciendo cada vez más, y que nos enfrentamos, por primera vez a gran escala, a un vacío en el que el funcionamiento real de la democracia es irreal y sólo ocurre en la forma. Una gran cantidad de personas, de todo tipo —no solo de izquierdas, sino también de derechas, jóvenes y mayores— están abandonando la política tradicional y buscando otras alternativas. Por supuesto, esto no es universal, pero sin duda es cierto en muchos lugares.

Con los cambios que se han producido en Estados Unidos, en partes de Europa y, en particular, en el Reino Unido —aunque no solo allí—, vemos tendencias similares. Sobre todo en Alemania, donde parece que dos o tres partidos determinan las agendas políticas y aplican políticas sociales impopulares. Debido a esa impopularidad, ha crecido la extrema derecha: la gente siente que no se ha hecho lo suficiente por ellos, que los políticos están básicamente aliados con el gran capital y que no hay esperanza para ellos. En esa sensación de desesperanza, muchos piensan que tal vez la extrema derecha pueda ofrecerles algo. Trump en Estados Unidos, el auge tanto de la derecha fascista como de la no fascista en el Reino Unido, el crecimiento repentino de Vox en España, el hecho de que ahora tengamos gobiernos de extrema derecha en Italia, el centro alemán que atraviesa una situación crítica y el ascenso de AfD… son tendencias bastante universales. Y mi primer punto, que quiero subrayar, es que el colapso de Wall Street en 2008 no produjo reformas serias dentro del sistema, reformas sistémicas. Ese proceso sigue en marcha y la gente tiene muchas dificultades para adaptarse. No siempre pueden articular el porqué, pero sienten que es muy difícil seguir así. Si observamos la ceremonia inaugural de Trump, estaba dominada por multimillonarios tecnológicos. En muchos sentidos, se comportaban como si todo les perteneciera. Elon Musk, particularmente estúpido y de extrema derecha, es un ejemplo, pero incluso los demás jugaban ese juego de fingir ser liberales. Esta simbiosis entre los multimillonarios tecnológicos y la presidencia en Estados Unidos es un signo de lo que está ocurriendo, más silenciosamente, en otras partes del mundo.

P. ¿Qué quiere decir exactamente cuando dice que hay gente que “abandona la política tradicional”, yendo hacia la extrema derecha? 

R. Hay dos procesos en marcha. Uno es el de los jóvenes, de entre 18 y 30 años, que no confían en ninguna política. El otro es el de la clase trabajadora, que antes creía que los partidos socialdemócratas harían algo por ellos, y ya no es así. Estas son las personas que se han desplazado hacia la derecha. En Estados Unidos, el fracaso de Obama; en Francia, el completo fracaso de Macron, han enviado a muchos hacia los partidos de extrema derecha. Pero no son los mismos sectores sociales: son dos capas distintas. Unos están hartos y dicen: “la izquierda no hace nada por nosotros, démosle una oportunidad a la derecha”. Y luego están los jóvenes que simplemente no se sienten atraídos por la política, y con ellos hay que hacer algo especial para involucrarlos. No son personas que tradicionalmente irían hacia la derecha. En Reino Unido, por ejemplo, la campaña contra el gobierno derechista de Starmer ha llevado a seis miembros del Parlamento a formar otro partido, llamando a la gente a registrarse y unirse al nuevo proyecto de Jeremy Corbyn. Casi un millón de personas ya lo ha hecho.
En Estados Unidos, la campaña de Zohran Mamdani para la alcaldía de Nueva York, que divide a la derecha del liberalismo de centroizquierda, ha sido un desarrollo muy positivo en los últimos años. Así que no es que no haya resistencia. España es un caso especial, donde el gobierno fue impopular por algunos temas y hubo un desplazamiento hacia Vox, aunque por lo que sé, eso se ha contenido en cierta medida.

A esto hay que añadir la posición adoptada por Estados Unidos y sus aliados europeos respecto a Gaza, que ha tenido un gran impacto. En EE.UU., enfrentan ese impacto despidiendo a profesores universitarios o exigiendo listas de nombres de supuestos antisemitas, incluso en universidades liberales como Berkeley. En el Reino Unido están prohibiendo organizaciones no violentas como Palestine Action, calificándolas de terroristas, cuando sus miembros son totalmente pacíficos. Cientos de personas, en su mayoría de unos 60 años, han sido arrestadas. 

Gaza se ha convertido ahora en un barómetro de muchas cosas: derechos humanos, definición de genocidio, etc. España e Irlanda son los dos países europeos que más claramente han mostrado una posición firme, España probablemente más que nadie, gracias en parte a un gobierno socialista apoyado por grupos menores, con cierta comprensión histórica sobre lo ocurrido con los judíos y musulmanes en el pasado. Aunque no sea lo mismo que lo que ocurre en Gaza, esas memorias siguen vivas en la cultura española. Así que la política y la cultura españolas han demostrado ser más resilientes ante el asalto israelí. Pero en Alemania, por ejemplo, los ataques contra manifestantes han sido brutalmente violentos, lo que ha impactado a los jóvenes, que ven la masacre transmitida en directo en sus teléfonos y se preguntan: “¿por qué nuestro gobierno no hace nada?”. Esto expone la hipocresía de los dirigentes, sobre todo cuando Occidente se muestra tan agresivo con Putin por Ucrania, mientras cosas peores ocurren en Gaza. Todo esto está teniendo un efecto en la conciencia política, y veremos dónde terminamos en cinco o diez años.

P. ¿En qué ejemplos concretos podemos ver este deterioro democrático del que estamos hablando?

R. En algunos países, el sistema electoral hace prácticamente imposible que terceros partidos entren en escena. Este es el caso de Estados Unidos y Reino Unido, donde no existe representación proporcional. Pero ese es solo un signo del problema. Más importante aún, en algunos casos, es el papel de los medios de comunicación, que se han convertido en pilares centrales de la ideología dominante. Sobre el colapso de 2008, sobre la crisis social continua en Europa —en Francia, Alemania y Reino Unido—, hay unanimidad total. Yo solía leer El País con regularidad, y aunque sigue siendo mejor que Le Monde o The Guardian, noté que el nivel de debate y disidencia ha disminuido. Las cadenas de televisión ya ni siquiera necesitan muchas voces: una sola puede hablar por todos los propietarios. La cobertura de la BBC ha degenerado considerablemente, lo mismo que CNN y otros medios privados.

Le doy un ejemplo: hace años, antes de esta guerra en Gaza, uno de mis libros iba a ser presentado en Francia. Había una entrevista acordada en la radio con tres críticos, pero un alto ejecutivo de la emisora canceló mi participación porque me había escuchado en otro país decir cosas “pro-palestinas”. Así que dijeron que no iban a entrevistarme sobre la novela, que no tenía nada que ver con Palestina. El debate aún tuvo lugar y fue favorable para la novela pero a mí se me canceló. Este tipo de censura selectiva se ha convertido casi en un arte. Saben perfectamente a quién no preguntar o invitar. He notado este cambio sobre todo en Alemania, donde medios antes críticos han dejado de publicar voces disidentes. Así es como el público queda desinformado o directamente no informado. Gaza lo demuestra de nuevo: la cobertura del New York TimesThe GuardianLe Monde ha sido pésima. A veces uno se siente como en la antigua Unión Soviética bajo Brézhnev: no matan a nadie, pero los medios están bajo control estricto. Eso también ha afectado a la cultura: qué obras se escriben, qué películas se hacen. No todo el mundo occidental está así, pero crece la autocensura. En el Festival de Venecia, por ejemplo, una película sobre Palestina recibió una ovación de 23 minutos, pero no le dieron el premio. Todos con los que he hablado dicen que la mayoría de la gente allí quería que esta película ganara el premio. Ya sabes, estos son los ejemplos, y no pinta que las cosas vayan a ir a mejor. Incluso si no fuera Gaza, sería otra cosa que no quieren. Y qué efecto va a tener esto, ya lo veremos.

P. ¿Qué es lo que hace a Israel tan poderoso?

R. Son dos cosas. La más importante es el apoyo de Estados Unidos. Las instituciones estadounidenses —el Congreso, el Senado y la Cámara de Representantes— le han dado a Israel un cheque en blanco para hacer lo que quiera, cuando quiera. Personas que en Europa serían consideradas criminales de guerra —Netanyahu y sus ministros de gabinete, abiertamente fascistas, no hay otra palabra— son recibidas en Estados Unidos con todos los honores. No sé cuántas veces Netanyahu ha hablado ante sesiones conjuntas del Senado y la Cámara, pero sin duda más de una. Sin el respaldo de Estados Unidos, Israel no podría comportarse así; no es un poder independiente. Su poder proviene del poder de Estados Unidos. Washington podría haber detenido este genocidio hace mucho tiempo. En el pasado, los presidentes estadounidenses lograron controlar a Israel: desde Truman tras la guerra, hasta Reagan —que no era de izquierdas en absoluto—, quien en su momento dijo “basta de bombardeos”, y se detuvieron. Bush padre también impuso cierto control. Podrían hacerlo si quisieran, pero este presidente, y no sólo este, también Biden, básicamente le han dado a Israel luz verde para hacer lo que quiera. Y los medios mintieron como si todo hubiera comenzado el 7 de octubre de 2023.

Luego hay un factor secundario —importante, pero no decisivo—: muchos parlamentarios estadounidenses de ambos partidos reciben dinero de Israel. El lobby israelí AIPAC les da dinero abiertamente, no es un secreto. Lo mismo ocurre, en cierta medida, en Reino Unido, Francia y otros países. Tienen mucho dinero y lo gastan con ese propósito. No son los únicos, pero lo hacen de manera sistemática. Eso mantiene a la gente en silencio.

La combinación del poder estadounidense, que considera a Israel un actor clave en la región, y el uso instrumental de ese poder, explica su comportamiento. Se ha revelado que Israel sabía que Irán no estaba fabricando un arma nuclear, pero usó eso como excusa para tratar de destruir la estructura política iraní e imponer un cambio de régimen. Todos lo sabían, pero ahora lo admiten y no pasa nada. Así que, país árabe tras país árabe, ha sido destruido (por Israel). Esa es la importancia de Israel para Estados Unidos: lo utilizan como su brazo operativo cuando otros aliados dudan.

P. ¿Y cuál será el coste para las democracias occidentales que están presenciando este genocidio y no hacen nada?

R. Lo que ocurre en Gaza es otra razón para el deterioro de la democracia. Incluso en Alemania, las encuestas muestran que una gran parte de la población está en contra del genocidio. En Reino Unido, Italia, Francia, igual. El pueblo está de un lado y los gobiernos del otro. Y al no poder influirlos, la gente se pregunta: “¿para qué votar? ¿para qué hacer nada?”. Empiezan a pensar que sus políticos están enfermos o corrompidos. Más peligrosamente aún, el hecho de que Estados Unidos y sus aliados ignoren todas las normas internacionales establecidas después de la Segunda Guerra Mundial significa que cualquiera puede hacerlo. Putin, por ejemplo, dice: “Nosotros solo intervenimos en un país vecino que antes fue parte de Rusia. Visto lo que hacen los estadounidenses en Oriente Medio, ¿cuál es el problema?”. Y nadie puede responderle, porque tiene razón. Podemos oponernos, sí, pero no decirle “no puedes hacer eso” cuando dejamos que Estados Unidos haga lo que quiere. Así que hemos creado un mundo más anárquico. Y eso afectará también a cómo la gente reaccione ante figuras como Donald Trump.

P. Ha mencionado que se ha roto el marco legal establecido tras la Segunda Guerra Mundial. Algunos dicen que la situación actual se parece a la de antes de esa guerra. ¿Cree que nos dirigimos a un escenario similar?

R. La situación entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial era muy diferente. ¿Por qué? Porque la Revolución Rusa de 1917 y la creación de la Unión Soviética asustaron a todas las potencias capitalistas, que sintieron que había que hacer algo. Así que la victoria de Franco en España, el ascenso de Hitler y Mussolini fueron, en gran medida, una respuesta a la Revolución Rusa: no podían permitir que el bolchevismo se extendiera. Estaban dispuestos a pactar con los fascistas porque ellos mismos no podían detenerlo. Durante mucho tiempo, Occidente —liderado por Francia y Gran Bretaña, con Estados Unidos observando— intentó llegar a acuerdos con Hitler para que atacara primero a la URSS, sin darse cuenta de que, de lograrlo, tomaría después toda Europa. De hecho, casi lo hizo, hasta que los rusos quebraron el poder del ejército alemán. España también podría haberse librado de Franco si Churchill no hubiera hecho un trato con él, nuevamente para frenar al comunismo. Esa situación ya no existe. Hoy no hay una gran amenaza que los obligue a fingir ser más democráticos de lo que son. No vemos a Francia, Alemania o Reino Unido decir “queremos ser independientes de Estados Unidos”. Al contrario: se acercan más a él. Gaza lo ha demostrado.

Trump usó Ucrania para decirles “peleen su propia guerra y gasten su propio dinero”. Eso ha llevado a un aumento del gasto militar en Europa, lo que podría tener efectos imprevisibles. Y, al igual que antes de la Segunda Guerra Mundial, el país más importante de Europa sigue siendo Alemania. Lo que haga Alemania será clave. Por ahora, pese a que Estados Unidos autorizó el sabotaje del gasoducto Nord Stream —que afectó principalmente a Alemania—, el gobierno alemán no se quejó. La élite alemana parece haber aceptado que no puede romper con Estados Unidos. Así que tenemos un mundo occidental prácticamente unificado, con la OTAN como cemento, estrechamente ligado a Washington. No hay señales de independencia. Esa es la gran diferencia. Y en lugar de buscar autonomía, Occidente usa el “peligro chino” para asustar a su población. China nunca ha dicho que quiera desempeñar el mismo papel global que Estados Unidos. Quien lea sus documentos o libros lo sabe perfectamente.

P. ¿Entonces es poco problable que veamos un conflicto global?

R. Creo que, pese a toda la fanfarronería y las amenazas, una guerra global sería muy difícil. Hoy hablar de guerra significa hablar de guerra nuclear. Putin ha dicho que Rusia no dudaría en usar armas nucleares. Francia y Reino Unido hacen declaraciones similares, pero tienen limitaciones. El sistema nuclear británico está bajo control de Estados Unidos; no pueden usarlo sin su permiso. Francia no tiene esa restricción, pero es muy improbable que se arriesgue a una guerra nuclear. Rusia sigue siendo lo bastante fuerte como para golpear a cualquier país de la UE si quisiera. Por eso, una guerra de ese tipo es muy poco probable. Pero el hecho de que se hable de ello, que se utilicen estas amenazas, indica que están preparando a la población para posibles guerras limitadas, lo cual es muy peligroso. Y, nuevamente, nada ocurrirá sin la aprobación de Estados Unidos.

P. En este contexto de belicismo creciente, ¿Cómo ve usted el papel de los sindicatos como actores relevantes, capaces de contrarrestar el auge de la extrema derecha?

R. Lo que ha ocurrido es que, con la desindustrialización deliberada del capitalismo estadounidense y europeo —buscando otros mercados, especialmente en China—, la clase trabajadora se ha debilitado. El número de afiliados sindicales ha disminuido en todas partes, y eso no se discute. Solo recientemente los sindicatos están intentando recuperarse, incluso volviéndose más politizados. Vemos ejemplos en la lucha de los trabajadores jóvenes por sindicalizar Amazon. En Estados Unidos y otros países, ese movimiento ha tenido cierto éxito. La idea del sindicato no ha desaparecido, y está resurgiendo en las nuevas industrias tecnológicas. Eso es positivo. Y me sorprendió gratamente ver el apoyo masivo en Génova y otro puerto italiano a la flotilla humanitaria hacia Gaza, desafiando el bloqueo israelí. Los estibadores genoveses dijeron que, si se intenta destruir esa flotilla, responderán a nivel europeo. No sé si realmente establecieron esos contactos, pero fue alentador oírlo: trabajadores diciendo que no seguirán apoyando este genocidio.

En mi opinión, los sindicatos tienen un papel muy importante que desempeñar. La limitación de su poder por parte de gobiernos sucesivos ha funcionado hasta cierto punto, pero ahora hay una nueva generación de trabajadores jóvenes que ven el mundo con otros ojos. Y eso es muy positivo. Recuerdo que, tras la derrota total de la clase trabajadora británica bajo Thatcher, hubo una huelga en Corea del Sur contra fábricas japonesas que no permitían sindicatos. Algunos sindicatos británicos, durante la era Thatcher, habían pactado con los japoneses renunciando a derechos sindicales a cambio de empleos. Los trabajadores surcoreanos llevaron una pancarta que nunca olvidaré:  “No pueden derrotarnos. No somos trabajadores británicos.”  Eso, para mí, fue un signo del verdadero internacionalismo.

DdA, XXI/6136

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