Digna de relevancia informativa, y supongo que así lo valorarán los medios de comunicación de la región, será hoy la presencia y participación en Gijón del escritor, historiador y director de cine Tariq Ali en unas circunstancias internacionales claramente marcadas por la escalada militar y el retroceso global de los valores democráticos. El periodista y escritor anglo-paquistaní abrió ayer en aquella ciudad asturiana el congreso “Autoritarismo y guerra. En defensa de los valores democráticos y la cultura de la paz”, organizado por la Fundación 1º de Mayo, que se celebrará en Gijón los días 17 y 18 de octubre. El encuentro busca analizar las causas y consecuencias de la creciente militarización del mundo y contará, además, con la participación de destacados ponentes como los magistrados Joaquim Bosch Grau y Victoria Rosell, el catedrático Javier Pérez Royo, la periodista Patricia Simón, el sociólogo Imanol Zubero y la politóloga Cristina Monge, entre otros. La entrevista que sigue, publicada en POREXPERIENCIA, viene a ser un resumen del pensamiento de Tariq Ali en relación con el título del congreso. El escritor confía en el futuro: Gaza tendrá su efecto en la conciencia política, lo sabremos en cinco o diez años, dice:
Laura Villadiego
Pocas voces han reflexionado con
tanta profundidad sobre la política internacional como la de Tariq Ali.
Escritor e historiador anglo-pakistaní, además de cineasta y activista
político, lleva más de medio siglo siendo una referencia del pensamiento crítico
de izquierda. Desde los años sesenta, cuando se convirtió en una figura visible
de las protestas londinenses contra la guerra de Vietnam, Ali ha analizado las
tensiones del poder global con una mirada lúcida y combativa. Editor de la
revista New Left Review, ha escrito extensamente sobre política,
imperialismo y cultura, y su influencia ha alcanzado incluso a figuras como
John Lennon o los Rolling Stones. El título de su más reciente obra
autobiográfica, No puedes complacer a todos: Memorias 1980-2024,
resume bien su trayectoria y su firme compromiso con las ideas que defiende.
En un momento marcado por la
escalada bélica y el retroceso de los valores democráticos, Tariq Ali abrirá el
Congreso “Autoritarismo y guerra. En defensa de los valores
democráticos y la cultura de la paz”, organizado por la
Fundación 1º de Mayo, que se celebrará en Gijón los días 17 y 18 de octubre. El
encuentro busca analizar las causas y consecuencias de la creciente
militarización del mundo y contará, además, con la participación de destacados
ponentes como los magistrados Joaquim Bosch Grau y Victoria Rosell, el
catedrático Javier Pérez Royo, la periodista Patricia Simón, el sociólogo
Imanol Zubero y la politóloga Cristina Monge, entre otros.
P. El congreso de la Fundación 1º
de Mayo girará en torno al deterioro de los valores democráticos y cómo esto
está teniendo un impacto en la paz mundial. ¿Cuál es la situación actual sobre
esta pérdida de credibilidad de la democracia?
R. Llevo años argumentando, en algunos de mis libros y ensayos, que lo
que está ocurriendo en el mundo occidental es que el déficit democrático está
creciendo cada vez más, y que nos enfrentamos, por primera vez a gran escala, a
un vacío en el que el funcionamiento real de la democracia es irreal y sólo
ocurre en la forma. Una gran cantidad de personas, de todo tipo —no solo de
izquierdas, sino también de derechas, jóvenes y mayores— están abandonando la
política tradicional y buscando otras alternativas. Por supuesto, esto no es
universal, pero sin duda es cierto en muchos lugares.
Con los cambios que se han producido en Estados Unidos, en partes de Europa y, en particular, en el Reino Unido —aunque no solo allí—, vemos tendencias similares. Sobre todo en Alemania, donde parece que dos o tres partidos determinan las agendas políticas y aplican políticas sociales impopulares. Debido a esa impopularidad, ha crecido la extrema derecha: la gente siente que no se ha hecho lo suficiente por ellos, que los políticos están básicamente aliados con el gran capital y que no hay esperanza para ellos. En esa sensación de desesperanza, muchos piensan que tal vez la extrema derecha pueda ofrecerles algo. Trump en Estados Unidos, el auge tanto de la derecha fascista como de la no fascista en el Reino Unido, el crecimiento repentino de Vox en España, el hecho de que ahora tengamos gobiernos de extrema derecha en Italia, el centro alemán que atraviesa una situación crítica y el ascenso de AfD… son tendencias bastante universales. Y mi primer punto, que quiero subrayar, es que el colapso de Wall Street en 2008 no produjo reformas serias dentro del sistema, reformas sistémicas. Ese proceso sigue en marcha y la gente tiene muchas dificultades para adaptarse. No siempre pueden articular el porqué, pero sienten que es muy difícil seguir así. Si observamos la ceremonia inaugural de Trump, estaba dominada por multimillonarios tecnológicos. En muchos sentidos, se comportaban como si todo les perteneciera. Elon Musk, particularmente estúpido y de extrema derecha, es un ejemplo, pero incluso los demás jugaban ese juego de fingir ser liberales. Esta simbiosis entre los multimillonarios tecnológicos y la presidencia en Estados Unidos es un signo de lo que está ocurriendo, más silenciosamente, en otras partes del mundo.
P. ¿Qué quiere decir exactamente
cuando dice que hay gente que “abandona la política tradicional”, yendo hacia
la extrema derecha?
A esto hay que añadir la posición
adoptada por Estados Unidos y sus aliados europeos respecto a Gaza, que ha
tenido un gran impacto. En EE.UU., enfrentan ese impacto despidiendo a
profesores universitarios o exigiendo listas de nombres de supuestos antisemitas,
incluso en universidades liberales como Berkeley. En el Reino Unido están
prohibiendo organizaciones no violentas como Palestine Action, calificándolas
de terroristas, cuando sus miembros son totalmente pacíficos. Cientos de
personas, en su mayoría de unos 60 años, han sido arrestadas.
Gaza se ha convertido ahora en un
barómetro de muchas cosas: derechos humanos, definición de genocidio, etc.
España e Irlanda son los dos países europeos que más claramente han mostrado
una posición firme, España probablemente más que nadie, gracias en parte a un
gobierno socialista apoyado por grupos menores, con cierta comprensión
histórica sobre lo ocurrido con los judíos y musulmanes en el pasado. Aunque no
sea lo mismo que lo que ocurre en Gaza, esas memorias siguen vivas en la
cultura española. Así que la política y la cultura españolas han demostrado ser
más resilientes ante el asalto israelí. Pero en Alemania, por ejemplo, los
ataques contra manifestantes han sido brutalmente violentos, lo que ha
impactado a los jóvenes, que ven la masacre transmitida en directo en sus
teléfonos y se preguntan: “¿por qué nuestro gobierno no hace nada?”. Esto
expone la hipocresía de los dirigentes, sobre todo cuando Occidente se muestra
tan agresivo con Putin por Ucrania, mientras cosas peores ocurren en Gaza. Todo
esto está teniendo un efecto en la conciencia política, y veremos dónde
terminamos en cinco o diez años.
P. ¿En qué ejemplos concretos
podemos ver este deterioro democrático del que estamos hablando?
R. En algunos países, el sistema electoral hace prácticamente imposible
que terceros partidos entren en escena. Este es el caso de Estados Unidos y
Reino Unido, donde no existe representación proporcional. Pero ese es solo un
signo del problema. Más importante aún, en algunos casos, es el papel de los
medios de comunicación, que se han convertido en pilares centrales de la
ideología dominante. Sobre el colapso de 2008, sobre la crisis social continua
en Europa —en Francia, Alemania y Reino Unido—, hay unanimidad total. Yo solía
leer El País con regularidad, y aunque sigue siendo mejor
que Le Monde o The Guardian, noté que el nivel de
debate y disidencia ha disminuido. Las cadenas de televisión ya ni siquiera
necesitan muchas voces: una sola puede hablar por todos los propietarios. La
cobertura de la BBC ha degenerado considerablemente, lo mismo que CNN y otros medios
privados.
Le doy un ejemplo: hace años, antes
de esta guerra en Gaza, uno de mis libros iba a ser presentado en Francia.
Había una entrevista acordada en la radio con tres críticos, pero un alto
ejecutivo de la emisora canceló mi participación porque me había escuchado en
otro país decir cosas “pro-palestinas”. Así que dijeron que no iban a
entrevistarme sobre la novela, que no tenía nada que ver con Palestina. El
debate aún tuvo lugar y fue favorable para la novela pero a mí se me canceló.
Este tipo de censura selectiva se ha convertido casi en un arte. Saben
perfectamente a quién no preguntar o invitar. He notado este cambio sobre todo
en Alemania, donde medios antes críticos han dejado de publicar voces
disidentes. Así es como el público queda desinformado o directamente no
informado. Gaza lo demuestra de nuevo: la cobertura del New York Times, The
Guardian, Le Monde ha sido pésima. A veces uno se siente
como en la antigua Unión Soviética bajo Brézhnev: no matan a nadie, pero los
medios están bajo control estricto. Eso también ha afectado a la cultura: qué
obras se escriben, qué películas se hacen. No todo el mundo occidental está
así, pero crece la autocensura. En el Festival de Venecia, por ejemplo, una
película sobre Palestina recibió una ovación de 23 minutos, pero no le dieron
el premio. Todos con los que he hablado dicen que la mayoría de la gente allí quería
que esta película ganara el premio. Ya sabes, estos son los ejemplos, y no
pinta que las cosas vayan a ir a mejor. Incluso si no fuera Gaza, sería otra
cosa que no quieren. Y qué efecto va a tener esto, ya lo veremos.
P. ¿Qué es lo que hace a Israel tan
poderoso?
R. Son dos cosas. La más importante es el apoyo de Estados Unidos. Las
instituciones estadounidenses —el Congreso, el Senado y la Cámara de
Representantes— le han dado a Israel un cheque en blanco para hacer lo que
quiera, cuando quiera. Personas que en Europa serían consideradas criminales de
guerra —Netanyahu y sus ministros de gabinete, abiertamente fascistas, no hay
otra palabra— son recibidas en Estados Unidos con todos los honores. No sé
cuántas veces Netanyahu ha hablado ante sesiones conjuntas del Senado y la
Cámara, pero sin duda más de una. Sin el respaldo de Estados Unidos, Israel no
podría comportarse así; no es un poder independiente. Su poder proviene del
poder de Estados Unidos. Washington podría haber detenido este genocidio hace
mucho tiempo. En el pasado, los presidentes estadounidenses lograron controlar
a Israel: desde Truman tras la guerra, hasta Reagan —que no era de izquierdas
en absoluto—, quien en su momento dijo “basta de bombardeos”, y se detuvieron.
Bush padre también impuso cierto control. Podrían hacerlo si quisieran, pero
este presidente, y no sólo este, también Biden, básicamente le han dado a
Israel luz verde para hacer lo que quiera. Y los medios mintieron como si todo
hubiera comenzado el 7 de octubre de 2023.
Luego hay un factor secundario
—importante, pero no decisivo—: muchos parlamentarios estadounidenses de ambos
partidos reciben dinero de Israel. El lobby israelí AIPAC les da dinero
abiertamente, no es un secreto. Lo mismo ocurre, en cierta medida, en Reino
Unido, Francia y otros países. Tienen mucho dinero y lo gastan con ese
propósito. No son los únicos, pero lo hacen de manera sistemática. Eso mantiene
a la gente en silencio.
La combinación del poder
estadounidense, que considera a Israel un actor clave en la región, y el uso
instrumental de ese poder, explica su comportamiento. Se ha revelado que Israel
sabía que Irán no estaba fabricando un arma nuclear, pero usó eso como excusa
para tratar de destruir la estructura política iraní e imponer un cambio de
régimen. Todos lo sabían, pero ahora lo admiten y no pasa nada. Así que, país
árabe tras país árabe, ha sido destruido (por Israel). Esa es la importancia de
Israel para Estados Unidos: lo utilizan como su brazo operativo cuando otros
aliados dudan.
P. ¿Y cuál será el coste para las
democracias occidentales que están presenciando este genocidio y no hacen nada?
R. Lo que ocurre en Gaza es otra razón para el deterioro de la
democracia. Incluso en Alemania, las encuestas muestran que una gran parte de
la población está en contra del genocidio. En Reino Unido, Italia, Francia,
igual. El pueblo está de un lado y los gobiernos del otro. Y al no poder
influirlos, la gente se pregunta: “¿para qué votar? ¿para qué hacer nada?”.
Empiezan a pensar que sus políticos están enfermos o corrompidos. Más
peligrosamente aún, el hecho de que Estados Unidos y sus aliados ignoren todas
las normas internacionales establecidas después de la Segunda Guerra Mundial
significa que cualquiera puede hacerlo. Putin, por ejemplo, dice: “Nosotros
solo intervenimos en un país vecino que antes fue parte de Rusia. Visto lo que
hacen los estadounidenses en Oriente Medio, ¿cuál es el problema?”. Y nadie
puede responderle, porque tiene razón. Podemos oponernos, sí, pero no decirle
“no puedes hacer eso” cuando dejamos que Estados Unidos haga lo que quiere. Así
que hemos creado un mundo más anárquico. Y eso afectará también a cómo la gente
reaccione ante figuras como Donald Trump.
P. Ha mencionado que se ha roto el
marco legal establecido tras la Segunda Guerra Mundial. Algunos dicen que la
situación actual se parece a la de antes de esa guerra. ¿Cree que nos dirigimos
a un escenario similar?
R. La situación entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial era muy
diferente. ¿Por qué? Porque la Revolución Rusa de 1917 y la creación de la
Unión Soviética asustaron a todas las potencias capitalistas, que sintieron que
había que hacer algo. Así que la victoria de Franco en España, el ascenso de
Hitler y Mussolini fueron, en gran medida, una respuesta a la Revolución Rusa:
no podían permitir que el bolchevismo se extendiera. Estaban dispuestos a
pactar con los fascistas porque ellos mismos no podían detenerlo. Durante mucho
tiempo, Occidente —liderado por Francia y Gran Bretaña, con Estados Unidos
observando— intentó llegar a acuerdos con Hitler para que atacara primero a la
URSS, sin darse cuenta de que, de lograrlo, tomaría después toda Europa. De
hecho, casi lo hizo, hasta que los rusos quebraron el poder del ejército
alemán. España también podría haberse librado de Franco si Churchill no hubiera
hecho un trato con él, nuevamente para frenar al comunismo. Esa situación ya no
existe. Hoy no hay una gran amenaza que los obligue a fingir ser más
democráticos de lo que son. No vemos a Francia, Alemania o Reino Unido decir
“queremos ser independientes de Estados Unidos”. Al contrario: se acercan más a
él. Gaza lo ha demostrado.
Trump usó Ucrania para decirles
“peleen su propia guerra y gasten su propio dinero”. Eso ha llevado a un
aumento del gasto militar en Europa, lo que podría tener efectos imprevisibles.
Y, al igual que antes de la Segunda Guerra Mundial, el país más importante de
Europa sigue siendo Alemania. Lo que haga Alemania será clave. Por ahora, pese
a que Estados Unidos autorizó el sabotaje del gasoducto Nord Stream —que afectó
principalmente a Alemania—, el gobierno alemán no se quejó. La élite alemana
parece haber aceptado que no puede romper con Estados Unidos. Así que tenemos
un mundo occidental prácticamente unificado, con la OTAN como cemento,
estrechamente ligado a Washington. No hay señales de independencia. Esa es la
gran diferencia. Y en lugar de buscar autonomía, Occidente usa el “peligro
chino” para asustar a su población. China nunca ha dicho que quiera desempeñar
el mismo papel global que Estados Unidos. Quien lea sus documentos o libros lo
sabe perfectamente.
P. ¿Entonces es poco problable que
veamos un conflicto global?
R. Creo que, pese a toda la fanfarronería y las amenazas, una guerra
global sería muy difícil. Hoy hablar de guerra significa hablar de guerra
nuclear. Putin ha dicho que Rusia no dudaría en usar armas nucleares. Francia y
Reino Unido hacen declaraciones similares, pero tienen limitaciones. El sistema
nuclear británico está bajo control de Estados Unidos; no pueden usarlo sin su
permiso. Francia no tiene esa restricción, pero es muy improbable que se
arriesgue a una guerra nuclear. Rusia sigue siendo lo bastante fuerte como para
golpear a cualquier país de la UE si quisiera. Por eso, una guerra de ese tipo
es muy poco probable. Pero el hecho de que se hable de ello, que se utilicen
estas amenazas, indica que están preparando a la población para posibles guerras
limitadas, lo cual es muy peligroso. Y, nuevamente, nada ocurrirá sin la
aprobación de Estados Unidos.
P. En este contexto de belicismo
creciente, ¿Cómo ve usted el papel de los sindicatos como actores relevantes,
capaces de contrarrestar el auge de la extrema derecha?
R. Lo que ha ocurrido es que, con la desindustrialización deliberada del
capitalismo estadounidense y europeo —buscando otros mercados, especialmente en
China—, la clase trabajadora se ha debilitado. El número de afiliados
sindicales ha disminuido en todas partes, y eso no se discute. Solo
recientemente los sindicatos están intentando recuperarse, incluso volviéndose
más politizados. Vemos ejemplos en la lucha de los trabajadores jóvenes por
sindicalizar Amazon. En Estados Unidos y otros países, ese movimiento ha tenido
cierto éxito. La idea del sindicato no ha desaparecido, y está resurgiendo en
las nuevas industrias tecnológicas. Eso es positivo. Y me sorprendió gratamente
ver el apoyo masivo en Génova y otro puerto italiano a la flotilla humanitaria
hacia Gaza, desafiando el bloqueo israelí. Los estibadores genoveses dijeron
que, si se intenta destruir esa flotilla, responderán a nivel europeo. No sé si
realmente establecieron esos contactos, pero fue alentador oírlo: trabajadores
diciendo que no seguirán apoyando este genocidio.
En mi opinión, los sindicatos
tienen un papel muy importante que desempeñar. La limitación de su poder por
parte de gobiernos sucesivos ha funcionado hasta cierto punto, pero ahora hay
una nueva generación de trabajadores jóvenes que ven el mundo con otros ojos. Y
eso es muy positivo. Recuerdo que, tras la derrota total de la clase
trabajadora británica bajo Thatcher, hubo una huelga en Corea del Sur contra
fábricas japonesas que no permitían sindicatos. Algunos sindicatos británicos,
durante la era Thatcher, habían pactado con los japoneses renunciando a
derechos sindicales a cambio de empleos. Los trabajadores surcoreanos llevaron
una pancarta que nunca olvidaré: “No pueden derrotarnos. No somos
trabajadores británicos.” Eso, para mí, fue un signo del verdadero
internacionalismo.
DdA, XXI/6136
No hay comentarios:
Publicar un comentario