TONI ALVARO
Lorenzo Aguirre, hombre alegre, tenía buena mano con los pinceles. A los 15 años se traslada de Alicante a Madrid para matricularse en la Escuela Superior de Pintura, Escultura y Grabado y obtener el título de profesor de dibujo. A los 21 años se le aparece la Virgen, la pinta, subasta el cuadro y con lo que saca se paga un viaje a París, a empaparse de colores. Trabaja en el equipo de escenógrafos de la Ópera de París y se sacia de museos europeos antes de volver a Madrid y empezar a ganar premios y reconocimiento por sus obras. A los retratos de Aguirre los ilumina la fraternidad, dice Félix Grande. Lorenzo Aguirre es el autor de los carteles, bellísimos, de las primeras ediciones de las Fogueres de Sant Chuan.
A las puertas de la II República, 1930 parece un buen año. Lorenzo Aguirre se saca las oposiciones al cuerpo de policía, se casa con Francisca Benito Rivas y nace su hija Francisca Aguirre, hoy hace 95 años.
Yo, que nací en el treinta, cuando es cierto
-como todos sabéis- que nunca debí hacerlo,
que hubiera yo debido meditarlo antes,
tener un poco de paciencia y tino
y no ingresar en este tiempo loco
que cobra su alquiler en monedas de espanto.
En ese tiempo ingresan también en la vida dos hijas más, Margarita y Susy, y los fascistas dan un golpe de Estado. Lorenzo Aguirre es leal a la II República y empieza una larga huida, de Madrid a Valencia, de Valencia a Barcelona, de Barcelona al exilio francés con esposa, tres hijas y la abuela Jenara, intentando sobrevivir en París vendiendo dibujos y acuarelas por las calles. Y de París a Le Havre, sin dejar de pintar, esperando un barco hacia América que nunca llegará. Llegan las bombas alemanas.
Cargando unas maletas llenas de lienzos y arrastrando una hernia que le estrangula por dentro, Lorenzo Aguirre regresa a España con su familia. Lo detienen al cruzar la frontera. Lo meten en la cárcel de Ondarreta y tras ser operado de su hernia, lo trasladan a la cárcel de Porlier. No deja de pintar.
Un consejo de guerra lo acusa de masón, falso artista y auxilio a la rebelión. Lo condenan a muerte. El día de la festividad de la Virgen del Carmen, tres niñas de once, nueve y siete años le entregan un ramo de flores a Carmencita Franco y Polo, y se arrodillan para pedir clemencia para Lorenzo Aguirre, su padre. Que tururú.
El 6 de octubre de 1942 mandan formar a los presos en el patio de la cárcel de Porlier. Lorenzo Aguirre, 58 años, estrecha la mano del verdugo con afabilidad y es asesinado en el garrote vil. Cinco años después archivan su caso por falta de pruebas...
La madre y las tres niñas, que pasaron por el orfelinato y el lavado con zotal, consiguen salvar algunos cuadros de Lorenzo y alquilar un piso en Chamberí. La madre les pide no olvidar y no guardar rencor. Y les enseña como acceder a la libertad abriendo un libro.
Mamá nos trajo El último mohicano
y de la mano de ese indio solitario
entramos en el mundo de lo maravilloso
y lo tuvimos todo para siempre.
Y ya nadie podrá quitárnoslo.
Francisca Aguirre Benito se pone a trabajar con 15 años y a devorar libros, agarrarse a las palabras. Las palabras son pedradas contra el silencio y Francisca hace acopio de ellas. Es una de las habituales en el Ateneo de Madrid y el Café Gijón. El amor a las palabras, las palabras y el amor, la unen al poeta Félix Grande, otro que ha conocido el miedo y el desprecio de los vencedores.
Morirá el carnicero hecho casquería de quirófano y un año después Francisca Aguirre publica Los trescientos escalones, dedicado a su padre.
Papá, perdimos tantas cosas
además de la infancia y los trescientos escalones que tú pintaste
nunca he sabido si para decirnos que había que subirlos o bajarlos.
Y ahora pienso, desde tu mano que me ayudaba a recorrerlos,
que tal vez me dijiste entonces
que había que subirlos y bajarlos
y para eso los pintaste
y para eso pasaste días enteros
pintando una escalera interminable,
una hermosa escalera rodeada de árboles y árboles,
llena de luz y amor,
una escalera para mí,
una escalera para que pudiera subir,
vivir,
y una escalera para descender,
callar,
y sentarme a tu lado como entonces.
Y sentada a su lado irá escribiendo La otra música, Ensayo General, Pavana del desasosiego, La herida absurda, Nanas para dormir desperdicios, Historia de una anatomía, Los maestros cantores, Conversaciones con mi animal de compañía...
¿Quién sería el extraño que quisiera
conocer un paisaje como éste?
Desde fuera, la isla es infinita:
una vida resultaría escasa
para cubrir su territorio.
Pero Ítaca está dentro, o no se alcanza.
¿Y quién querría descender al fondo
de un silencio más vasto que el océano?
Silencio son sus habitantes,
silencio y ojos hacia el mar.
Desde fuera
las aguas son caminos
—desde la playa son sólo frontera—.
¿Y quién sería el torpe navegante
que entraría en un puerto sin faro?
Desde fuera, los dioses nos contemplan.
Desde aquí, no hay un pecho
capaz de cobijarlos:
los dioses son palabras; con el silencio, mueren.
¿Alguna vez la isla fue distinta?
Quién lo puede saber desde el aturdimiento.
Sin palabras, sin dioses, Ítaca es sólo el mar.
Zambúllanse en el mar, en las palabras, en la luz, porque a pesar de todo 'el mundo para siempre ya es mañana'. Y a Francisca Aguirre, pese a morir el 13 de abril de 2019, ya nadie podrá quitárnosla.
DdA, XXI/6147
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