viernes, 10 de octubre de 2025

LA TORRE DEL AIRE, DE VALENTÍN MARTÍN, Y CASABLANCA, DE EPSTEIN Y KOCH


Valentín Martín

Nadie quiere morir sin ver el mar. Con la llegada del último verano la joven actriz puso en marcha la estrategia para atusar el ansia del autor que ella había adivinado. Y así fue como se fraguó la vuelta al paisaje humano donde la teatralidad de Torre del Aire había sucedido. Bendita muchacha.
Es natural que en aquel viaje hubiera dos miradas. La de un regreso sentimental en el viejo escritor, y la de la protagonista de una ensoñación de papel llena de curiosidad. Para él quizás un adiós definitivo a un suceso que ocurrió 55 años atrás. Para ella, aparte de la piedad, el tocar los sueños de otros que sólo conocía de oír y leer.
Porque en Torre del Aire hay muchas cosas, pero también una historia de amor. Y la pregunta de ella era ¿ qué pasó? En el fondo estaba deseando que no hubiera ningún tren y que todas las promesas del amor se quedasen y no se fueran con nadie. El deseo de la felicidad propia y de los demás no se agota nunca.
Esta intriga sobre el desenlace más allá del escenario sobre una chica y un muchacho que ni siquiera se retan para su Empire State particular es la misma que enfurrañaba a Ingrid Bergman en la película Casablanca que Hal Wallis concibió como un panfleto para elevar la moral de las tropas americanas en la segunda guerra mundial, pero que fue sumando tanto talento hasta convertirse quizás en la película mejor dialogada.
Lo que une a Casablanca con Torre del Aire es fundamentalmente que la película es representativa del mito de América en su romántico idealismo: la renuncia de él a ella por un bien mayor y la decisión de marcharse para unirse a la lucha. El dolor del resultado por una pasión. La renuncia, repito.
Probablemente no haya habido una película con más bulos y mentiras que Casablanca, hasta el punto de que se dan por ciertas frases que los numerosos guionistas con los hermanos Epstein y Howard Koch a la cabeza nunca escribieron. Sumando al propio Wallis, el productor que se gastó un dineral para que le escribieran la película y tuvo que ser él autor de la última y famosa frase del final.
A Casablanca y a Torre del Aire les une otra cosa: el corto periodo de escritura.
La película es hija de la política que gobernaba el negocio de Hollywood donde los grandes estudios - Columbia, Paramount, MGR, RKO, 20h Century Fox, United Artist Universal y Warner Brothers se regían por el mismo patrón: no la quiero buena, la quiero el martes.
Torre del Aire no sirve a ninguna voracidad comercial, sino al deseo antiguo de Ricardo Galán que pidió al autor una obra, tenía fe. El autor remoloneó una miaja, pero accedió y en una semana el enreda tuvo su obra. De esto han pasado varios años, pero las historias, las pasiones, las renuncias, la gratitud del ser humano por amar y vivir no pasan de moda. Casablanca se convirtió en una cumbre, Torre del Aire en un lugar de encuentro. Y, como dijo Andrew Sarris, en la felicidad de los accidentes afortunados.
(*Torre del Aire sigue su viaje el próximo domingo, día 15 de octubre, en el Teatro La Encina de la calle de Ercilla de Madrid).

DdA, XXI/6129

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